martes, 22 de agosto de 2017

Palas, un mundo sin piedad

AQUERAS MONTAÑAS
Palas (2969 m)
Sábado, 19 de agosto de 2017



            Jean Rameau, pseudónimo del escritor francés Laurent Labaigt, en su novela “L’ami des montagnes”, se refería a este pico como “el malvado de cabeza negra, el más peligroso de la cadena”, y quizá no le faltaba razón. Y es que el corazón de granito de este salvaje territorio, en su explosión en busca de los sentidos del ser humano, hace eones de tiempo, ha conformado un paisaje de una belleza indescriptible, y aunque no está domesticado, ni lo estará del todo jamás, sí podemos decir que algo se ha ido doblegando a lo largo de las dos últimas centurias, desde que comenzaron su descubrimiento los precursores pirineístas franceses, a cuyo territorio también desagua. En 1825, los tenientes Pierre-Eugène Peytier y Paul-Michel Hossard recibían del ejército francés un encargo de triangulación para elaborar un mapa de la zona, cuando pretendidamente ascendían al Balaitous, cometiendo el error de ser al Palas al que estaban subiendo, y lo hicieron por un itinerario de su cara norte, quedando bautizada con ese nombre, la arista de los Geodésicos. 

Imagen de partida, de poca calidad,
pero que atestigua la risa floja por lo que se nos viene encima

Con las primeras luces
            Nosotros, gracias a ellos, sabiendo ya que subíamos al Palas lo hacíamos por esa arista, para bajar por la “normal” de la chimenea de Ledormeur. Sí, entrecomillamos, porque muy normal, muy normal, no sé si es. Lo dejaremos en la “más” normal. La verdad es que por aquí nada es normal, todo es extraordinario, todo es espectacular, todo es grandioso, salvaje, bellísimo… todo sacia cualquier hambre y sed de montaña.

Contemplando el horizonte de luz

Camino del collado d'Arrious
            Los jirones de niebla, cada vez más frecuentes, salen a recibirnos conforme vamos subiendo el Portalet, unos penachos que llevan la etiqueta d’Ossau. Inconfundible. Llegamos al aparcamiento de Soques antes que el alba, como una hora antes, en la que como trece luciérnagas por el interior del bosque sólo podemos ir apreciándolo olfativamente… que no es poco. Media hora zigzagueando por el hayedo en brumas no es suficiente para conocer su vida en este ambiente, pero se aproxima bastante. Cruzamos el arroyo por la palanca dejando el bosque atrás, en lo suyo, en su húmeda oscuridad. Ya por encima de la raya de esas nieblas que modulan el paisaje, las primeras luces nos pillan con otro de los grandes del territorio a la vista, el Midi y su inseparable Peireget, que emergen por encima de ellas, como no queriendo perderse nuestras andanzas.

El pico Arrious se refleja en el lago de su mismo nombre

Enfilando el objetivo, por encima de las nieblas de Artouste
            Estamos en el mundo Arrious, hay que entenderlo, y como en una familia, todo aquí lleva su apellido. Seguimos subiendo por su barranco, pasamos por su cabaña, aunque en la puerta ponga de Bergers. Dejamos también atrás el desvío para subir al collado de Soba, ruta que lleva a su cordal, que tampoco nos pierde de vista, y a los Arrieles, que enseguida nos tendrán también en su radar. Último empujón para llegar al collado, también d’Arrious. Como dos horas desde el arranque, y más de 800 metros de desnivel. Vamos bien. Dejamos que el sendero siga su caída hacia Artouste, y nosotros tomamos el que gira hacia el este, para meternos en un momento en la cuenca del lago d’Arrious, en cuyas calmas aguas se refleja presumido el pico del mismo nombre.

Paso d'Orteig

Nieblas de Artouste
            Salimos de esta cuenca, y si queremos mirar algo, más vale pararse, porque el sendero te va llevando a una faja elevada sobre el circo de Artouste, con vertiginosa caída. Pero a poco que levantes la mirada, ese ojo que todo lo ve, nuestro bien amado sol, ya nos va haciendo guiños por la silueta del monte que nos hemos puesto hoy como objetivo, justo por ese pitón Von Martin, como diciendo: “… por aquí no, que os quemaréis…”. Paso d’Orteig, con su sirga, más precisa en invierno que ahora, pero que no va mal.

Palas e ibón d'Arremoulit

Un momento de respiro junto al refugio
            Una pequeña vaguada y pronto alcanzamos visualmente otra cuenca. Cambiamos de mundo, pasamos al d’Arremoulit, con sus lagos, con sus picos, con su refugio, al que hay que llegarse, aunque cueste perder altura. Bocado para reponer fuerzas y al tajo, que en dirección al Palas, en un cuarto de hora abrimos el círculo para tomar dirección norte en busca de esa arista que nos va a subir a la cima. Algo más de una hora entre incómodos bolos de granito para llegar a una amplia plataforma donde la ruta se pone más vertical, y donde aprovechamos para pertrecharnos con el equipo de seguridad, por si en algún momento se hiciera preciso emplearlo.

Preparados para la ascensión

Progresando hacia la brecha de los Geodésicos
            Otro cuarto de hora más, buscando hitos para llegar a la brecha de los Geodésicos, y tomar bien el verdadero comienzo de la arista. A partir de aquí ya entran en acción las manos también. Paso a paso, golpe a golpe, verso a verso… bloque a bloque, vamos ganando esa aproximación a la cumbre que bien se lo hace de rogar. Setenta minutos de delicada cabalgada por estas crestas, por estas enormes rocas, que en aquel colosal y convulso juego tectónico les ha tocado este lugar, les ha tocado apuntar a lo más alto, por encima de todas las demás, por encima de abismales patios, y que son pasto de los mil y un soles, de los mil y un vientos, de las mil y una aguas, hielos, nieves, que las acarician, que las contemplan, que las miman, que las modelan para disfrute de los que por aquí venimos a reptar por sus lomos.  

En plena faena por la arista

Otro tramo de arista -imagen de Josemari-
            Al término de esta alianza hombre-roca, roca-hombre, llegamos a la cima, que no es otra cosa que continuación de la arista. Con enorme alegría y respeto vamos subiendo unos y bajando otros del punto más alto de esta montaña. No cabemos todos, sólo organizándonos, y con mucho cuidado, para el posado mayenco. Bien se vale que debajo, dando cara ya a la cuenca de los Arrieles hay una pequeña plataforma, no muy cómoda, pero al menos cabemos todos para echar un bocado y repasar los montes que nos inundan visualmente. Son tantos que apenas nos da tiempo. Para nombrarlos todos haría falta sacar el catálogo de los dos mil quinientos y tres miles. Sólo destacaremos, y que no se nos enfade ningún otro, los colosos de este impresionante circo, los Arrieles, las Frondiellas, y el padre prior del convento, la joya de esta impresionante corona, el Balaitús.


Llegando a cumbre
Balaitús y Frondiellas
            Tras seis horas de andanzas por barrancos, cuencas lacustres, y aristas desafiantes, finalmente nuestros corazones se hacen uno con el de esta dura montaña. Finalmente, decimos, nuestras expectativas se ven colmadas con tanta belleza. Como siempre, sin duda, el esfuerzo ha merecido la pena. La satisfacción es plena, pero el trabajo a medias, hay que bajar. El día está radiante, aunque no opinen lo mismo los que estén en los fondos de los valles franceses, ahogados por las nieblas. Desde la brecha de los Geodésicos hemos venido coqueteando por esa línea invisible que sólo está en los mapas, y que marca los límites de uno y otro país, incluso la cima lo hace, y los primeros compases del descenso también, hasta entrar en la chimenea de Ledormeur, considerada como la vía normal de ascenso.

De izquierda a derecha: Midi d'Ossau, picos d'Arrious y Lurien, y lago de Artouste

Rapelando -imagen de Raúl-
            Tiene dos tramos, uno inclinado y otro más todavía. Pero aun así y con todo, hay que tomarla sí o sí, porque no es difícil tomar otras, que no conducen a ninguna parte. Hay que estar muy atentos a las pinturas rojas. Y muy atentos también a las piedras, pues la roca está muy suelta y la verticalidad hace que se lancen como proyectiles. Al término de la primera parte y comienzo de la segunda hay un tinglado para montar rápel y asegurar las inseguridades, y hoy, tras un reciente episodio familiar ligado al hombre, a la pared y al vacío, uno las tiene, y no le duelen prendas en aprovecharse de este sistema de descenso, aunque sea el único en hacerlo. Esta segunda parte es como la anterior, pero bastante más inclinada.

Collado de Palas

Pitón Von Martin... ya si eso pa'otro rato
            Llegados ya al pie de la chimenea, una corta faja nos conduce a continuar el destrepe para llegar al canchal, que tenemos que atravesar, y que en menos de una hora nos lleva hasta el collado del Palas, con un ojo sobre esta cuenca de Arriel, y con el otro sobre la de Arremoulit, que es en la que nos sumergimos para en un cuarto de hora de bolos y más bolos cerrar el círculo. Diez minutos más para alcanzar el refugio, en el que hacemos una breve parada, para a continuación desandar el camino de esta mañana, con las nieblas de Artouste que no ocultan sus intenciones de llegar al paso d’Orteig antes que nosotros, pero que no lo consiguen. Lago d’Arrious, collado, y largo descenso por el barranco hasta la palanca, que da entrada al bosque, del que disfrutamos veinte minutos más de su ambiente.

Ambiente de alta montaña

Hayedo encantado
            Aparcamiento de Soques. Esta es la verdadera cumbre. No podemos ocultar nuestra alegría al llegar a ella, y no es para menos, después de 18,2 km netos, recorridos en 11h 15’ de tiempo total, del que 6h 45’ han sido en movimiento, con un desnivel acumulado superior a los 1950 metros D+/-. Gracias a un monte duro, que a pesar de todo se ha dejado. Gracias a un día insuperable en lo meteorológico. Gracias a María, Carlos V, Josemari, Rafa, Toño, Carlos C, Jose, Manuel, Raúl, Daniel, y especialmente a Julio y David, que han velado en todo momento por nuestra seguridad. Finalmente, ese mundo sin piedad, con que subtitulábamos el encabezamiento, ha permitido que pasemos una extraordinaria jornada de alta montaña, un verdadero lujo entre amigos, y en un entorno, como hemos dicho en algún momento, sal-va-je-men-te bello. Gracias.




2 comentarios:

  1. Hola Chema.

    Nosotros subimos el día anterior por la chimenea de Ledormeur, desde la Sarra, aunque ya me hubiese gustado hacerlo en circular como vosotros, pero mi vértigo esa cresta no se yo si hubiera podido.

    De todas formas, se haga por donde se haga, el recorrido es magnifico, y permite disfrutar de una amplia variedad de paisajes, en casi soledad, ya que por esa zona, no va mucha gente.

    Un saludo.

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    1. Sí, el no llegar a los tres mil metros, creo que preserva al lugar como un reducto salvaje y solitario. Gracias, Eduardo, por tu comentario.

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