domingo, 24 de abril de 2016

8ª Marcha por La Galliguera, el Reino de los Mallos

ANDADAS
8ª Marcha por La Galliguera
Sábado, 23 de abril de 2016


            Día del patrón, santo patrón dicen algunos. Hagamos Aragón. Aragón, tierra de gran riqueza medioambiental y paisajística. Aragón, tierra de grandes espacios, de cielos abiertos. Aragón, tierra de llanos y montañas. Aragón es nuestra tierra, y de la que estamos muy orgullosos. Si subes de la depresión del Ebro hacia la cordillera pirenaica, antes de llegar a ella, encontramos unas formaciones, llamadas Sierras Exteriores. Algunas, muy peculiares, Riglos, Rueba, Agüero, ahí están, enhiestas, altivas, soberbias, muy seguras de sí mismas, esas peñas, mirando al infinito con sus ojos de piedra y sus pies regados por un río donde se reflejan. Un río que vertebra el territorio, y que desembalsado se torna juguetón, alegre, vivaracho, enredón con barcazas y nabatas, al margen de lo que le depare el futuro.


            Quince andarines del Club Atletismo Jaca llegamos a Agüero convocados por esta 8ª Marcha por La Galliguera. La Peña Sola está menos sola. Mañana fresca, despejada, valiente, que nos arremolina en la plaza, que nos reúne en torno a un tente en pie para salir ya con la energía que exigen los próximos 22 kilómetros, con la energía que exigen las próximas 5 horas. Palabras de bienvenida, últimas recomendaciones y… al turrón.


            La salida por las calles del pueblo nos muestra bellos y pacientes rincones. Enseguida al monte, a por un sendero que pronto se empina buscando los nortes. Sierras calladas. Las alturas nos van ampliando el horizonte, un horizonte nevado en dirección al Moncayo. Sin reblar seguimos en serpenteante caminar hasta el collado de Punta Común, que nos descubre unos espacios realmente bellos. La mañana no ha levantado todavía el algodonoso manto de cobertoras nubes que cubre el fondo de los valles. Nosotros, felices por encima, como las puntas de los mallos de Riglos, ya desperezadas.


            Sólo nos resta bajar del todo. Ermita de San Chinés, que convierte la senda en pista, hasta la carretera a la altura de la entrada a Carcavilla, donde tras ocho kilómetros, encontramos el primer avituallamiento. Cruzamos el Gállego y por camino diverso llegamos hasta el cauce de ese canfranero que se crece en su pasado, no se resiste a su presente y reivindica su futuro. Junto a las vías dejamos nuestros mejores deseos. Por definido sendero, robado a las rocas en algún tramo, nuestra vista se va distrayendo haciendo tirabuzones con el espacio, con el viento, con la luz, con el río que mece a las barcazas. La Ruta del Carburo se vuelve a emparejar con la elevada vía del tren, desde donde caían esos restos de carbón que vamos pisando.

            
            Riglos nos acoge como siempre, con gentes colgadas que se contornean por sus caminos verticales, caminos de piedra, de conglomerados, robados a los lejanos fondos marinos. Segundo avituallamiento, y seguimos. Salimos del pueblo por entre centenarios, quizá milenarios olivos, donde se cobija el viento, que esconden los secretos del tiempo en sus retorcidos pliegues, que no vieron las casas pero vieron el sol, que no vieron las vías pero vieron el aire, el río, lo que amamantó a todo ello, a ellos también. Ilusión de plantarlos, ilusión de verlos crecer, ilusión de ordeñar sus preciados frutos, como la ilusión que lleva este grupo circulando por el Camino Natural de la Hoya de Huesca camino de volver a cruzar el río por el puente vibratorio, que en sus dos piezas se mece a nuestro paso.


            Enfilamos ya la llegada a Murillo de Gállego, que también tienen sus peñas, las de Rueba, aunque mallos no los llamen, porque tan vistosos no son, pero ahí están, reflejados también en ese río que de las Galias trae las aguas y el nombre. Tercer avituallamiento y empinadas calles. Saliendo de ellas nos incorporamos a la calzada medieval, y tras de ella, por el canto de unos campos que contagian su alegría entre oliveras y almendreras, llegamos a salir a la carretera, que pisamos unas decenas de metros, y siguiendo por las señales del Camino Natural de la Hoya de Huesca, entramos en ese Agüero que nos vio salir y ahora llegar.


            Alargadas mesas cubiertas de blanco satén de celulosa, dispuestas para los comensales, que poco a poco nos vamos arrimando al amor de la comida que ha visto el paso del tiempo. Breve sobremesa y cada mochuelo a su olivo. Otra jornada más, pasada en armonía, por estos montes, que un día fueron reino, reino de batallas y pugnas por recuperar lo que era suyo, reino que en su devenir ha ido destilando esas esencias que sólo con los ojos abiertos de dentro se pueden captar, reino que plantados vieron a estos mallos que le dieron nombre. Para nosotros, también un verdadero placer el recorrer estos 21,6 km en 5h 10’ de tiempo total, del que 4h 35’ ha sido en movimiento, con un desnivel acumulado en torno a los 1.200 metros. Hoy, los andarines del Club Atletismo Jaca hemos reinado en estas montañas.
  





jueves, 21 de abril de 2016

La Solana 30, de reconocimiento

ANDADAS
La Solana 30
Domingo, 17 de abril de 2016


            Aquí están. Alguno falta, pero aquí está la gente guapa para en una mañana guapa hacer una andada guapa. Aquí estamos para darle un repaso a esa Solana 30, porque las cosas, si se hacen con mimo, con cariño, con entusiasmo, es una muy buena forma de aportar garantías de éxito. Hemos querido ver que los caminos están en su sitio, que los senderos están en su sitio, que las veredas están en su sitio, y las aguas, y las briznas de hierba, y el aroma primaveral, y el paisaje. Todo. Todo tiene que estar a punto para acoger a los cientos de andarines que el próximo día 29 de mayo van a visitar el territorio convocados por el Club Atletismo Jaca, en esa 3ª Marcha Senderista de Jaca “Pueblos de la Solana”, que pasa por sus siete poblaciones, ricas en patrimonio románico vinculado a la historia de la reconquista de nuestros valles.


Puente de San Miguel
            Y a tal fin nos entregamos quince andarines del club, al de darle la vuelta a este recorrido de 30 km, que este año se ve reducido al no pasar por el puente colgante, debido a las obras de la autopista, que si bien permiten el paso, desde luego no sería el punto más atractivo de la marcha. Y por otra parte, hemos suprimido la subida a la corona de Jaca por la diagonal, que aunque tenía su puntito al poder contemplar desde el Camino de Santiago todo el cauce del río Aragón, atendiendo a muchas sugerencias de estos años pasados, ciertamente alejaba el itinerario a la llegada. De modo que este año, comenzaremos dando una vuelta a la Ciudadela, completando de ese modo un recorrido inferior a los 27 km.

Entrando en Banaguás
            Al turrón. En una mañana bastante indecisa, y juguetona con nuestros avíos de agua, nos echamos al terreno. Plaza de San Pedro, Ciudadela, Rompeolas y bajada al puente de San Miguel, para dejar atrás el crucero y meternos por el sendero del Columbario, que nos deja en el camino del río. Cruzamos el barranco de Batatón, y hacemos aprecio a la siguiente subida a Banaguás, que la tomamos para acercarnos al primer hito de la jornada, donde el día de la prueba nos encontraremos con el primer avituallamiento, tras los primeros 6,8 km.

Saliendo de Banaguás
            Dejamos atrás la iglesia de San Juan Bautista y su casa abacial. La Peña Oroel sigue con un ojo cerrado, lo que la hace perderse el intenso colorido de los campos, que se esfuerzan en darse a entender. La salida de Banaguás es por una vereda disfrutona, hasta llegar a un corto tramo al pie de unas margas y el cruce del barranco de Castelillo. Con la vista puesta ya en San Juan de la Peña y monte Cuculo, hermanos geológicos de nuestra peña, nuestros pies y bastones se mecen entre verdes campos para llegar a Abay, segunda población de la jornada, donde tendremos otro avituallamiento. Aquí llevaremos 9,6 km.


Llegando a Abay
            Entre la ermita de la Asunción y la parroquial de San Andrés, declarada BIC en 2002, salimos junto a su ábside, para enfilar el camino hacia el río Lubierre, que hemos de cruzar en tres ocasiones, probando las aguas que traen los fríos de las altas cumbres pirenaicas. Confiamos, y seguros estamos de que el día de la andada se degustarán sólo sus esencias. Con los siguientes objetivos a la vista, seguimos nuestro camino nuevamente por entre verdes campos, hasta llegar a Novés, tercera población, a la que accedemos por casa del herrero. Hasta aquí, 14,5 km. De nuevo, avituallamiento tendremos. Nosotros, hoy, nos conformamos con el agua que sale de la fuente al costado de la parroquial de San Pedro. Atravesando las estrechas calles, salimos a la A-2605 que recorremos unos pocos metros, hasta meternos en la local que nos sube al siguiente objetivo.



Camino a Novés
            Araguás del Solano, cuarto núcleo de población, el más lejano, el más alto, que nos acoge para echar un bocado, lo mismo que en la prueba, que degustaremos productos braseados. Con 16,1 km, y sin perder de vista a nuestra Peña Oroel, a partir de ahora la llevaremos ya de cara para, de vuelta, ir en busca del molino, bajando por vereda hasta la propia carretera, para recorrerla unas decenas de metros y meternos ya hacia el río Lubierre, para remontarlo y vadearlo antes de subir a Caniás, por un sendero, quizá el tramo más delicioso de todo el recorrido.


            Llegamos a esta población tras 19,4 km. Pasamos por delante de la parroquial de San Pedro para echarnos a la carretera local, que antes de llegar a la general nos metemos en un camino de vuelta ya en dirección a Jaca. Poco antes de cruzar de nuevo el barranco de Castelillo, está el desvío que han de tomar los valientes inscritos en la Solana 40, para subir por él y alcanzar el Grosín, punto más alto para esa distancia.


La Peña Oroel desde Araguás del Solano
            Llegamos a Guasillo, sexta parada del día. Llevamos 23,4 km, y tras echar un trago a la vera de la parroquial de San Andrés, enfilamos camino al último hito de hoy, Asieso, al que llegamos tras 24,7 km. Bajamos por la senda de los Indios para cruzar la carretera y bajar al puente de San Miguel por las recién instaladas escaleras para salvar un pequeño tramo de margas. De tiro ya hacia el Rompeolas, Ciudadela y llegada a la plaza de San Pedro, frente a la catedral, tras haber recorrido 26,7 km, en casi 6 horas, con en torno a 900 m de D+, en una mañana que ha jugado con nosotros, pero que al final, le hemos ganado la partida.


  


Fuentes y manantiales de Jaca

CICLOS BIOLÓGICOS
Fuentes y manantiales de Jaca
Sábado, 16 de abril de 2016



            Con motivo del Día Internacional del Libro, la Librería General de Jaca lleva editando cada año, desde 2001 unos libretos incluidos en la colección que da en llamar Papeles Abiertos, tratando la mayor parte de ellos de diversos aspectos relacionados con la vida, la historia y la sociedad jaquesa. El segundo ejemplar, llevó por título “Fuentes y manantiales de Jaca”, y ha sido objeto de una revisión y re-edición este año. Tanto el editor, Pedro L. Pérez, como el anterior autor, Ángel Mesado, me han brindado la oportunidad de participar en la autoría de esta segunda edición, algo que hemos hecho con sumo agrado, aun en la convicción de tener que buscar ayuda, como así ha sido, ya que la falta de conocimiento acerca de algunas de ellas era manifiesta.

            En el acto, Pedro L. Pérez hace una presentación de los números precedentes de la colección, y Ángel Mesado toma la palabra para hablar de la primera edición, de los contactos establecidos con los viejos del lugar.



     Llegado mi turno, comento que aunque algunas, ciertamente, ya se conocían, la búsqueda de unas y de otras ha hecho no solamente realizar ese trabajo de campo necesario para su localización, comprobación de su estado, toma de datos, de imágenes, etc., sino la de recrearse imaginativamente en su historia, en su devenir, en el servicio prestado a las gentes de otras épocas, en las que estaban integradas en ese paisaje laboral, reducido hoy en día únicamente al aspecto lúdico.



            Y ahondando más en el tema, como indicamos en el prólogo, algunos conocimientos antiquísimos nos dicen que los líquidos, de los que el agua es su mayor exponente, guardan relación con los sentimientos. Quién no se conmueve con la sola contemplación de un salto de agua, o del curso de un gran río, o del infinito mar, o de un pequeño manantial de montaña. También se dice que los ríos son las venas de la tierra. Venas visibles en algunos casos, no en otros, cuyos cauces freáticos alimentan esas grandes, y con frecuencia insondables, capas interiores de la tierra. En cualquier caso, esas aguas siempre provienen de fuentes que generalmente se encuentran en las montañas.

            Siguiendo con este argumento, pensemos que el agua viene de las alturas, con el simbolismo que ya de por sí tiene. Baja con sus propias propiedades, valga la redundancia, se impregna con las propiedades del aire antes de tocar suelo, se impregna con las propiedades del sol, de la luz, antes de tocar suelo. Cae a la tierra, la penetra, la fertiliza, la fecunda. También se impregna de las suyas. Con las propiedades de los cuatro elementos, en el seno de la madre tierra, hace allí su trabajo, callado, oscuro, y cuando lo ha terminado sale en forma de fuente, en forma de manantial. Es extraordinario el paralelismo que encontramos con el ser humano, como con cualquier mamífero. Hay un líquido, una semilla que fecunda, que fertiliza; hay una tierra a fecundar, a fertilizar; hay un trabajo callado, oscuro, en el útero de la madre, al cabo del cual, hasta la expresión nos viene bien, tras romper aguas, surge un nacimiento.

            Eso mismo ocurre en esta parte del ciclo del agua. Y ¿qué sentimientos nos inspira un nacimiento?, ternura, admiración, gozo, incluso veneración si se trata de un ser muy cercano... Puesto que el ser humano forma parte de esa naturaleza, donde todos los seres vivos estamos sujetos a las mismas leyes, desde aquí invitamos a tomar este punto de vista, para darle más valor a la visita a las fuentes, pensando que ese nacimiento, ese renacer del agua, con una cierta devoción, nos aporte los elementos necesarios para vivir una vida más acorde con esos ciclos naturales.



lunes, 18 de abril de 2016

Alto de la Fuentaza, el escudero de Santo Domingo

IXOS MONS
Alto de la Fuentaza (1.472 m)
Sábado, 16 de abril de 2016



            Lo pequeño es hermoso, dijo Schumacher. Y no le faltaba razón, porque en ocasiones no nos detenemos en pensar que las cosas grandes están hechas de cosas pequeñas. Las sierras exteriores del Pirineo tienen ese encanto, que teniéndolo como modelo se acercan a él, tratan de emularlo, como un hermano pequeño se fija en el mayor. Celosamente guardan en su interior esos rincones que hay que visitar, que hay que admirar, que hay que degustar, porque son ellos la esencia de esta tierra, son ellos, sus arroyos, sus sotos, sus corros de tierra que un día fueron una unidad con esos caminos de olvido, que hoy en día los valerosos resistentes de unos pueblos empeñados en frenar su negro destino, están poniendo en valor, para demostrarnos eso, que lo pequeño es hermoso.


El sol  juega en el soto
            Hoy nos arrimamos a la sierra de Santo Domingo para hacer uno de sus escuderos, el Alto de la Fuentaza. Con el amigo Antonio, de la AC Fayanás de Luesia, partimos de Biel, para tras admirar su casco viejo coronado por su parroquial de San Martín y la sólida torre del castillo, que mandó construir Sancho Ramírez, nos echamos al terreno. Luesia y Biel. Biel y Luesia. Cada uno tiene su Arba, hasta que uno sólo se hace. Cruzamos, pues, el Arba de Biel, a la altura del llamado Pozo del Tronco, una vistosa erosión del agua sobre el lecho de conglomerados. Seguimos remontando su curso por camino entre el soto, que nos va descubriendo bonitos parajes, como si de un velo de Isis se tratara, y que sólo la osadía de recorrer estos parajes fuera la garante de su caída. La recreación de un viejo abejar también nos da la bienvenida.

Refugio de los Estrechos
            Muchas son las veces que hay que cruzar el barranco, que con la ayuda de la pericia y los bastones, aún te puedes salvar de chapotear, pero un ancho vado antes de llegar al refugio de los Estrechos, no te da esa oportunidad. A descalzarse, y al agua. Sin problemas, más que el tiempo que se pierde. Seguimos, y nos detenemos en el refugio, recientemente adecentado, de dos plantas. Al lado, la fuente de Pompillo. Continuamos río arriba, hasta dejarlo y adentrarnos en el barranco Calistro, que nos sube hasta dar con una pista, no sin antes pasar por una gran balsa, empleada para la toma de agua contra incendios.


Barrera de Bernanico
            Otro barranco nos espera, más roto, más empinado, el de la Hiedra, que al poco hay que dejar para ir subiendo por un lomón, comiéndote perpendicularmente las curvas de nivel con jadeos y más jadeos, hasta alcanzar una ralla de roca, permeabilizada por un portillón, que da paso a la Barrera de Bernanico. Por estos lares, llaman barrera a una pieza más grande que una borda, con su casa, corral, y extenso corro de tierra para cultivo. Pues la casa espaldada, y la tierra lentamente recuperada para el monte, es lo que nos encontramos, como fruto del paso del tiempo. Sus más de 1.200 metros de altitud ya nos ofrece ambiente de puerto de montaña. Nos incorporamos a una pista, y nos desviamos ligeramente para acercarnos a visitar un refugio en buen estado, por fuera y por dentro, Fardollas, lo llaman.

Amplios espacios. Sierras de San Juan de la Peña y Monte Oroel
            Volvemos sobre nuestros pasos, pocos pasos, y siguiendo en este ambiente de montaña, vamos ganando terreno por un cortafuegos hasta llegar al rocoso sendero, que nos sube al Campo Fenero, otro puerto de muy bien estar para el ganado. Nuestra vista se amplía ya a los espacios del Gran Norte, entre los que destacan más sierras exteriores de la cordillera, como si en su formación hubiera ido dejando antesalas hasta su encuentro. Reconocemos montes familiares, que vertiginosamente se asoman a la gran depresión de la Balancha y la Canal de Berdún, y que hoy en día conforman un espacio natural protegido, el de Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel, una figura de reciente implantación en estos montes en los que nos hallamos, como Paisaje Protegido de la Sierra de Santo Domingo. Actuaciones de protección sobre lugares de excepcional valor medioambiental y paisajístico, y que vienen a regular las actividades deportivas y de cualquier otra índole, y a poner en valor la riqueza de estos pueblos.


Viejos robles
            Aquí tomamos la decisión de no acercarnos al objetivo inicialmente fijado, que era el Santa Engracia, yendo en dirección contraria en busca de otro hito mayor, creemos que el siguiente tras el propio Santo Domingo. Pues hacia él nos dirigimos para llegarnos al Alto de la Fuentaza, de 1.472 metros, escudero del principal, que se debate entre dos puntas, con su ermita en medio. Tomamos aire… bastante por cierto, y emprendemos el descenso, que tajo queda todavía. Volvemos sobre nuestros pasos hasta la base de la prominencia, y tomar el sendero hasta encontrar el que baja de la ermita y se dirige a Biel. Un sendero jalonado por algún ejemplar de viejo roble que resiste en la solana.

Camino por el bosque
            De nuevo, alcanzamos una pista, que en su punto más próximo al Salto del Royo nos permite admirarlo y fotografiarlo. Es el considerado nacimiento del Arba de Luesia, que a sus pagos se dirige. Es un punto claro, a diferencia del de Biel, que nace de varios pequeños barrancos. Un poco más de pista, y nos sentimos orgullosos de sentirnos infieles a ella, porque nos metemos por un ancho sendero entre el bosque, auténticamente delicioso de transitar. Nos lleva a otro puerto, el collado de Fayanás, por donde nos volvemos a incorporar a un tramo de pista, para volverla a dejar y seguir por sendero en busca del barranco definitivo de descenso, el de Paniagua, no sin pasar antes por lo que queda del Corral de Enrique, otro conjunto de casas espaldadas que con tristeza ven sus campos colonizados poco a poco por las barzas.

Último vado del barranco
            Ahora sí, ahora ya en el seno del barranco, nuestro itinerario va jugueteando con él y sus aguas, que se estrechan para dejarnos paso, y se ensanchan para mostrarnos su pureza en continuas badinas. Y en menos de una hora, volvemos al camino de subida abrazados de nuevo al Arba de Biel. Y en poco más al punto de partida, la villa de Biel, en cuyas proximidades encontraron restos de vida humana de hace más de diez mil años, nada menos. Madre mía, que jóvenes éramos!!!

            Bueno, pues qué más decir, una más que amplia vuelta por estos montes, por sus entrañas abiertas a los barrancos, por sus lomas, por sus puertos, por sus riscos, por su historia, por sus bellos rincones, interpretados por Antonio, con el que le hemos metido 6h 50’ de tiempo total, del que 5h 45’ han sido en movimiento, para recorrer casi 24 km, con un desnivel acumulado al filo de los 1.400 metros. Sí, lo pequeño, al final no es tan pequeño. Y lo hermoso, es más hermoso si cabe. 




martes, 12 de abril de 2016

San Quílez, en la frontera

IXOS MONS
San Quílez (1.084 m)
Domingo, 10 de abril de 2014



            Al norte de la comarca de La Litera, lindando con La Ribagorza, entre depresiones ocupadas por campos de cereal, olivos y carrascas, se alza la sierra de San Quílez, un lugar privilegiado desde el que se contemplan unas vistas extraordinarias de las montañas y los llanos. Hacia allí hemos encaminado nuestros pasos con el amigo Raúl. Partiendo de la ermita de Santo Toribio de Baélls hemos hecho una circular guapa, guapa, que con alguna sorpresa nos ha llevado a lo alto de San Quílez con su gran ermita, y vuelta por Zurita, en una mañana en la que nos hemos adelantado a las previstas aguas.



Palacio de los Desvalls, marqueses de Alfarrás
            Salimos de Binéfar por la A-140 hasta Tamarite de Litera, desde donde continuamos por la A-1240 hasta topar con la N-230, y por un corto tramo de la HU-V-9221 llegamos a Baélls, parada obligada para contemplar su enorme palacio fortificado del siglo XVI, perteneciente a los Desvalls, marqueses de Alfarrás. Enfrente, la parroquial de La Asunción, barroca, de los siglos XVII y XVIII. Una especie de peirones, que albergan los pasos del Vía Crucis, nos van acompañando hasta la ermita de Santo Toribio, de estilo popular, siglo XVIII, donde dejamos el vehículo para iniciar esta bonita ruta, que lo hacemos por la GR 23, para inmediatamente tomar la PR-L 15, con nuestro objetivo a la vista.

Almendros
            La mañana está de transición, y esperamos que nos deje transicionar con ella antes de que se ponga lluviosa, que es lo que le ha dicho la predicción que tiene que hacer, pero ya sabemos que a veces no hace caso. Este término apenas tiene regadío, de modo que todo cultivo es de monte. Nuestro caminar va jalonado por extensos campos de cereal que lucen su verde fosforito característico. Viejos y retorcidos olivos se alternan con almendros. Pinos, carrascas, aliagas, romeros y tomillos pugnan por ocupar el terreno en un alarde de especies de ambiente mediterráneo.


Comenzando la ferrata
              En menos de una hora se nos echa encima visualmente la primera sorpresa de la jornada. En un terreno de carrascas, y algo alejado de las primeras paredes de la sierra, se alza sin el menor pudor una más que curiosa formación rocosa de conglomerados. Como una verruga sobre el terreno, sus 25 metros de caprichosas formas se alzan sobre nosotros, con un magnetismo que no somos capaces de evitar. Allá que vamos.

           En su cara norte encontramos el arranque de la ferrata. Equipo no llevamos, pero se la ve sencilla, y así venía en las reseñas, de modo que nos disponemos a subirla. La terminación extremadamente rugosa de la roca le confiere multitud de presas en las que asirse, y en aquellos tramos más delicados se dispone de grapas. En todo el recorrido hay una sirga plastificada. Llegando al final hay un par de pasos algo extraplomados, pero que con cuidado se pasan sin mayor problema. Una vez arriba, qué satisfacción, todo el mundo a nuestros pies. Con las mismas, emprendemos el descenso, con más cuidado si cabe.


Horno de cal
            Una vez abajo, nos incorporamos al PR-L 15 y al poco nos encontramos con el segundo hito a destacar, los hornos de cal, también llamados caleras, que hallamos en buenas condiciones, y que nos cuentan los apuros que pasaban para convertir en cal las rocas calizas de los alrededores. Oficios que, como tantos otros, se han quedado en el camino. Otros diez minutos y ya nos acercamos a las paredes, que vemos equipadas para escalada. Las vamos dejando a nuestra izquierda y para ir superándolas, el sendero comienza ya a empinarse. Otra curiosidad, la cueva Palau, abrigo de animales domésticos y silvestres. Cuatro pasos más, pero tiesotes, nos dejan en la pista que enseguida nos lleva a la planicie de este monte, dotado de vértice geodésico, y por supuesto la ermita de San Quílez, con su casa integrada.


           
Ermita de San Quílez
De construcción popular, siglos XVII y XVIII, en un mismo edificio tenemos la iglesia, de una sola planta, y por detrás la casa del ermitaño, convertida hoy en día en refugio, con sus bajeras, que se nos antojan las caballerizas, y en el piso de arriba otras dependencias, con chimenea en una de ellas. Encima, la falsa bajo cubierta. El primer domingo de mayo recibe a los romeros de la redolada.

            El regreso lo hacemos por la PR-HU 113, hasta volver a tomar la PR-L 15, que pasando por la cueva de la Guitarra y la balsa verde, camino jalonado por hermosos ejemplares de carrasca, llegamos hasta la entrada de Zurita, un núcleo que quedó despoblado y que pertenece a Baélls. Un mural nos da cuenta de los pozos de hielo, que según indica pertenecían a los Padres Escolapios de Peralta de la Sal, de los que obtenían sus ingresos con el comercio de la nieve y hielo en los meses más fríos del año.


            Desde aquí ya por pista hasta toparnos de nuevo con el GR 23, tras haber dejado atrás un asombroso ejemplar de encina con nombre propio, Chorchi, y en poco ya llegamos a la ermita de Santo Toribio, punto en el que hemos comenzado esta extraordinaria circular por los campos y montes de La Litera Alta, hasta alcanzar la corona de San Quílez. Una bonita mañana, sin duda, en la que hemos empleado 3h 50’ de tiempo total, del que 3 horas han sido en movimiento, para recorrer 14,8 km, con un desnivel de 560 m D+, en un itinerario lleno de sorpresas.