lunes, 18 de abril de 2016

Alto de la Fuentaza, el escudero de Santo Domingo

IXOS MONS
Alto de la Fuentaza (1.472 m)
Sábado, 16 de abril de 2016



            Lo pequeño es hermoso, dijo Schumacher. Y no le faltaba razón, porque en ocasiones no nos detenemos en pensar que las cosas grandes están hechas de cosas pequeñas. Las sierras exteriores del Pirineo tienen ese encanto, que teniéndolo como modelo se acercan a él, tratan de emularlo, como un hermano pequeño se fija en el mayor. Celosamente guardan en su interior esos rincones que hay que visitar, que hay que admirar, que hay que degustar, porque son ellos la esencia de esta tierra, son ellos, sus arroyos, sus sotos, sus corros de tierra que un día fueron una unidad con esos caminos de olvido, que hoy en día los valerosos resistentes de unos pueblos empeñados en frenar su negro destino, están poniendo en valor, para demostrarnos eso, que lo pequeño es hermoso.


El sol  juega en el soto
            Hoy nos arrimamos a la sierra de Santo Domingo para hacer uno de sus escuderos, el Alto de la Fuentaza. Con el amigo Antonio, de la AC Fayanás de Luesia, partimos de Biel, para tras admirar su casco viejo coronado por su parroquial de San Martín y la sólida torre del castillo, que mandó construir Sancho Ramírez, nos echamos al terreno. Luesia y Biel. Biel y Luesia. Cada uno tiene su Arba, hasta que uno sólo se hace. Cruzamos, pues, el Arba de Biel, a la altura del llamado Pozo del Tronco, una vistosa erosión del agua sobre el lecho de conglomerados. Seguimos remontando su curso por camino entre el soto, que nos va descubriendo bonitos parajes, como si de un velo de Isis se tratara, y que sólo la osadía de recorrer estos parajes fuera la garante de su caída. La recreación de un viejo abejar también nos da la bienvenida.

Refugio de los Estrechos
            Muchas son las veces que hay que cruzar el barranco, que con la ayuda de la pericia y los bastones, aún te puedes salvar de chapotear, pero un ancho vado antes de llegar al refugio de los Estrechos, no te da esa oportunidad. A descalzarse, y al agua. Sin problemas, más que el tiempo que se pierde. Seguimos, y nos detenemos en el refugio, recientemente adecentado, de dos plantas. Al lado, la fuente de Pompillo. Continuamos río arriba, hasta dejarlo y adentrarnos en el barranco Calistro, que nos sube hasta dar con una pista, no sin antes pasar por una gran balsa, empleada para la toma de agua contra incendios.


Barrera de Bernanico
            Otro barranco nos espera, más roto, más empinado, el de la Hiedra, que al poco hay que dejar para ir subiendo por un lomón, comiéndote perpendicularmente las curvas de nivel con jadeos y más jadeos, hasta alcanzar una ralla de roca, permeabilizada por un portillón, que da paso a la Barrera de Bernanico. Por estos lares, llaman barrera a una pieza más grande que una borda, con su casa, corral, y extenso corro de tierra para cultivo. Pues la casa espaldada, y la tierra lentamente recuperada para el monte, es lo que nos encontramos, como fruto del paso del tiempo. Sus más de 1.200 metros de altitud ya nos ofrece ambiente de puerto de montaña. Nos incorporamos a una pista, y nos desviamos ligeramente para acercarnos a visitar un refugio en buen estado, por fuera y por dentro, Fardollas, lo llaman.

Amplios espacios. Sierras de San Juan de la Peña y Monte Oroel
            Volvemos sobre nuestros pasos, pocos pasos, y siguiendo en este ambiente de montaña, vamos ganando terreno por un cortafuegos hasta llegar al rocoso sendero, que nos sube al Campo Fenero, otro puerto de muy bien estar para el ganado. Nuestra vista se amplía ya a los espacios del Gran Norte, entre los que destacan más sierras exteriores de la cordillera, como si en su formación hubiera ido dejando antesalas hasta su encuentro. Reconocemos montes familiares, que vertiginosamente se asoman a la gran depresión de la Balancha y la Canal de Berdún, y que hoy en día conforman un espacio natural protegido, el de Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel, una figura de reciente implantación en estos montes en los que nos hallamos, como Paisaje Protegido de la Sierra de Santo Domingo. Actuaciones de protección sobre lugares de excepcional valor medioambiental y paisajístico, y que vienen a regular las actividades deportivas y de cualquier otra índole, y a poner en valor la riqueza de estos pueblos.


Viejos robles
            Aquí tomamos la decisión de no acercarnos al objetivo inicialmente fijado, que era el Santa Engracia, yendo en dirección contraria en busca de otro hito mayor, creemos que el siguiente tras el propio Santo Domingo. Pues hacia él nos dirigimos para llegarnos al Alto de la Fuentaza, de 1.472 metros, escudero del principal, que se debate entre dos puntas, con su ermita en medio. Tomamos aire… bastante por cierto, y emprendemos el descenso, que tajo queda todavía. Volvemos sobre nuestros pasos hasta la base de la prominencia, y tomar el sendero hasta encontrar el que baja de la ermita y se dirige a Biel. Un sendero jalonado por algún ejemplar de viejo roble que resiste en la solana.

Camino por el bosque
            De nuevo, alcanzamos una pista, que en su punto más próximo al Salto del Royo nos permite admirarlo y fotografiarlo. Es el considerado nacimiento del Arba de Luesia, que a sus pagos se dirige. Es un punto claro, a diferencia del de Biel, que nace de varios pequeños barrancos. Un poco más de pista, y nos sentimos orgullosos de sentirnos infieles a ella, porque nos metemos por un ancho sendero entre el bosque, auténticamente delicioso de transitar. Nos lleva a otro puerto, el collado de Fayanás, por donde nos volvemos a incorporar a un tramo de pista, para volverla a dejar y seguir por sendero en busca del barranco definitivo de descenso, el de Paniagua, no sin pasar antes por lo que queda del Corral de Enrique, otro conjunto de casas espaldadas que con tristeza ven sus campos colonizados poco a poco por las barzas.

Último vado del barranco
            Ahora sí, ahora ya en el seno del barranco, nuestro itinerario va jugueteando con él y sus aguas, que se estrechan para dejarnos paso, y se ensanchan para mostrarnos su pureza en continuas badinas. Y en menos de una hora, volvemos al camino de subida abrazados de nuevo al Arba de Biel. Y en poco más al punto de partida, la villa de Biel, en cuyas proximidades encontraron restos de vida humana de hace más de diez mil años, nada menos. Madre mía, que jóvenes éramos!!!

            Bueno, pues qué más decir, una más que amplia vuelta por estos montes, por sus entrañas abiertas a los barrancos, por sus lomas, por sus puertos, por sus riscos, por su historia, por sus bellos rincones, interpretados por Antonio, con el que le hemos metido 6h 50’ de tiempo total, del que 5h 45’ han sido en movimiento, para recorrer casi 24 km, con un desnivel acumulado al filo de los 1.400 metros. Sí, lo pequeño, al final no es tan pequeño. Y lo hermoso, es más hermoso si cabe. 




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