No exagerará quien diga que Loarre es el monumento cumbre del arte aragonés, que aquí se manifiesta desde el indigenismo de un estilo prerrománico con raíces mozárabes, sin concesiones a la floritura ni a la imaginación, hasta la epifanía del románico europeo tras la apertura del reino efectuada por el rey Sancho Ramírez. En la historia del país, Loarre representa el abrazo entre Aragón y Europa.
Antonio Durán Gudiol. El Castillo de Loarre. Tomo 31 Colección Básica Aragonesa. Guara Editorial, 1981. Pág. 9.
Tal y como estaba planteada la ruta, nos pillaba un poco a desmano, y lo hemos tenido a vista de pájaro, pero, en realidad, no lo hemos visitado. El hacer esta breve mención a él es obligada, ya que lo que es innegable es que hemos estado en su inmediato radio de acción. La sierra que toma su nombre está hoy callada, serena, quizá disfrutando todavía de ese ciclo de paz tras tanta convulsión, escenario de cruentas batallas por conquistar el territorio cuyo bastión simboliza este extraordinario monumento en un emplazamiento que, volviendo al documento antes mencionado, nos habla ya de movimientos anteriores al comienzo de la era cristiana. Nos habla de Julio César, del general Afranio de Pompeya, de hallazgos de monedas romanas e íberas, lo que demuestra que por aquí ya había vida, que esta sierra ya estaba pasada y traspasada hace, al menos dos mil años. Se habla de que se construyó en el siglo XI, por orden de Sancho III el Mayor, de Pamplona, sobre el emplazamiento romano de Calagurris Fibularia. Muchos siglos de andanzas, aunque el último medio, menos, muchas menos. Monumento Nacional desde 1906.
El
Puchilibro, con sus 1597 msnm, es el punto culminante de esta
sierra de Loarre, y el acceso normal es partiendo del castillo, como así hicimos
hace cinco años, por eso hoy lo hacemos desde el
valle de la Garona, al norte de la sierra, bañado por el río homónimo, y que riega las vegas de dos poblaciones
Bentué de Rasal, integrado hoy en el
municipio de Arguis, y
Rasal, que lo está en el de
Las Peñas de Riglos. Partimos, pues de
Rasal, documentado ya en 1205, con su iglesia parroquial advocada a
San Vicente, aunque quizá la mejor muestra histórico-artística sea la cercana ermita de
San Juan Bautista de Omiste, de estilo románico larredense, si bien es cierto que es el más alejado de su lugar de origen. Los once grados bajo cero no es mala compañía para adentrarse en los barrancos, en los que quizá se quede corta esa temperatura. Tomamos, desde el principio mismo, el
PR-HU 105, que balizado recorre el antiguo camino de viejo de
Rasal a
Loarre. ¡Cuántas idas y venidas!, ¡cuántas veces recorridos!, con ganados a los pastos, con caballerías a los campos o a traficar con el pueblo vecino del otro lado de la sierra. Otra de las muchas sierras calladas, la que nos va a acoger hoy.
Cruzamos la Garona y enseguida nos metemos por un sendero a la izquierda, que nos saca a una pista para volvernos a meter en sendero, para ir ascendiendo por el barranco Gallino la mayor parte por sendero, pero algún tramo de pista también se va haciendo. Un poco más adelante de la collada Rubión, el sendero cruza una rallera cuyo extremo invita a asomarse y tomar el calor del sol que el bosque nos ha negado, al propio tiempo que se contempla todo el vasto horizonte noroccidental. A las dos horas y cuarto de marcha, merece la pena salirse del PR-HU 105 a la derecha (sin señalizar), para dirigirse a unas espléndidas campas ocupadas por refugio y fuente, Fonfría se llama el lugar, ya en el término municipal de Loarre. A donde se llega en cinco minutos, pasando por un sorprendente ejemplar de pino. De vuelta a nuestro sendero, continuamos por él, y a los veinte minutos llegamos al portillo Chara, que nos da vista a la solana de esta sierra, es decir, a toda la Hoya de Huesca, con el castillo de Loarre a los pies, al poco rato, incluso el Moncayo en lontananza.
Pivotamos sobre el recinto de una gran antena de telecomunicaciones y seguimos pegados a la verja, obviando la indicación de Loarre por el PR-HU 105, aunque nosotros también seguimos por él, pero por un sendero que no está tan limpio como hasta aquí. Un sendero entre bojes y cabalgando sobre la cresta a dos aguas, y que transitamos como tres cuartos de hora, hasta llegar al desvío para acercarnos ya al Puchilibro, techo de nuestra ruta de hoy, y al que llegamos en diez minutos. Nos encontramos en un sitio plano, ocupado por el vértice geodésico aupado a una plataforma. Las vistas desde aquí son extraordinarias, especialmente hacia el Gran Norte, con las sierras de San Juan de la Peña y Monte Oroel en primer término, y la cordillera pirenaica como telón de fondo. Bocado, contemplación y más contemplación, y a desandar lo andado hasta el desvío, para continuar por nuestro PR-HU 105.
A los veinte minutos salimos a la pista, que tomamos a la izquierda, abandonando el PR-HU 105, que continúa por la derecha. Transitamos por ella como una hora, encontrándonos entre medio la fuente del Puzo, que no facilita mucho la recogida de agua, pero que al final lo conseguimos. Al cabo de ese tiempo, la pista se bifurca, debiendo de tomar el ramal de la izquierda. A la media hora de la fuente, se llega a la collada Calvé, un lugar despejado, desde el que se tiene más presente el Tozal Royo o Marcovil, que ya veníamos viendo desde hacía un tiempo, un visible peñascal de un no muy aparente buen acceso… algún día lo comprobaremos. Aquí nos incorporamos al PR-HU 109 (Rasal - Aniés), que no dejaremos ya hasta llegar a Rasal. Primeramente por un sendero, que baja por el barranco de Zoyes como una hora hasta la ermita de Nª Sª de los Ríos, donde el sendero se ensancha en pista, que nos baja ya al punto de partida.
Con luz crepuscular salimos y con luz crepuscular llegamos, a un Rasal que encontramos bastante más templau que lo habíamos dejado hace 7 horas y 10 minutos, en los que hemos recorrido 20,3 km y salvado un desnivel acumulado de 1065 m D+/-, deambulando por caminos de viejo otrora muy transitados y hoy en día balizados para senderistas que disfruten recorriéndolos solo por el placer de hacerlo, algo inaudito hace décadas.
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