IXOS MONS
Punta Espata (2193 m)
Lunes, 24 de diciembre de 2018
"No es más quién más alto llega, sino aquel que influido por la
belleza que le envuelve, más intensamente siente."
Esta frase, que le quita
importancia a eso de subir alto, la dijo Maurice Herzog con la autoridad de ser
el primer ser humano que se alzó sobre la primera cumbre hollada de ocho mil
metros, el Annapurna, en 1950. En esa mitad del siglo pasado, con este logro se
comenzaron a cobrar los frutos de tantos esfuerzos anteriores, marcando un hito
en la batalla por la conquista de las montañas más altas de la Tierra. Y nos
habla no de la cantidad, sino de la calidad. Hoy nos hemos llegado a la Punta
Espata, y como otras veces que lo hemos hecho, ha sido disfrutando de cada paso
que dábamos, dejándonos envolver por el bosque, oyendo el martilleo del pica
pinos, cruzando el barranco varias veces y acompañándolo en algún tramo.
Sintiendo crujir nuestros pasos por encima de los corros de nieve helada, observando
el vuelo del buitre buscando esas térmicas que no llegan, sintiendo el aire
puro tras el solsticio de invierno, una estación que anda despistada sin saber
llegar. Allá donde esté tampoco hará papel.
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Collarada, Collaradeta y asomando, los Somola |
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Lecherines, Tortiellas y Peña Blanca |
Pues sí, hoy hemos estado a un
cuarto de un ocho mil. Hoy hemos estado en un dos mil. Hoy hemos estado en la
Punta Espata, una cumbre humilde, una cumbre que por un lado parece eso, una
punta, pero que en realidad es una rallera entre la majestuosidad de Collarada
y sus adláteres y los montes que dan soporte a la Selva de Villanúa, y que
ofrece unas vistas espectaculares sobre el entorno, porque la belleza que ve no
se la queda para sí, sino que la comparte con quien deja llegar a su altura.
Hoy nos hemos propuesto eso, llegar a su altura… y nos ha dejado.
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Ameciendo, como el día |
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Refugio de la fuente del Paco |
Ocho y veinte de una mañana que
tiene que contarle a las que le siguen que espabilen, porque cada día tienen que
llegar antes. Arranque del camino de la fuente del Paco en Villanúa, por el que
nos metemos con el amigo Miguel, tratando de importunar lo menos posible a todo
bicho viviente que habita por las cercanías. Como en media hora el sendero se
convierte en camino y nos lleva a la fuente del Paco, con su refugio, hasta
donde llega una pista, que la seguimos hasta el puente que cruza el barranco de
Bozuelo, y que la dejamos que vuelva hacia Villanúa.
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Corros de tierra que el bosque va fagocitando |
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El sendero toca la pista para entrar en el cubilar |
Seguimos por el camino que pronto
lo cruza y sigue por el bosque cogiendo altura despiadadamente, hasta que en
hora y media del arranque nos presentamos en la pista, junto al refugio del
cubilar de la Espata, donde echamos un breve bocado. La montaña está a falta de
algo, las elevadas temperaturas de estos días han impedido que haya podido
retener toda la nieve caída hace unas semanas, y lo acusa, se muestra como la
madre cuando le arrebatan a un niño de sus brazos sin la menor confianza de que
lo vaya a volver a ver. Pero tú, tierra, aguanta, que lo volverás a ver, lo
volverás a arrullar entre tus brazos y verás cómo en un flujo inverso hará
feliz a tus entrañas.
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Punta Espata y su rallera |
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Llegando al collado |
Con estos y otros pensamientos
continuamos nuestra ascensión con el objetivo ya a la vista. Un objetivo que ha
cambiado de aspecto, pasando de lo puntiagudo que se muestra desde el fondo del
valle, a una sorprendente rallera que da mucho juego. Dejando atrás el cubilar
con su abrevadero entramos en terreno de tasca, y apurando un poco más este
barranco de Bozuelo que va en busca del collado de Marañán que mira a otras
alturas, nosotros nos desviamos a la derecha tratando de que la trayectoria de
nuestros pasos coincida con la traza del camino, que va subiendo en fuerte
pendiente hasta el collado que une nuestro objetivo con los Bacunes.
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Ya hay quien ha llegado |
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Punta Retona, extremo occidental de la sierra de la Partacua |
Y a él llegamos, abriéndose la
vista a la cuenca del Aurín, que alegre baja de Bucuesa para regar todo el
valle de Acumuer. La Peña Retona se apresura a darnos la bienvenida, pero
todavía nos queda superar la cuesta para entronarnos en nuestro objetivo de
hoy, esa ralla, esa rallera, con crisis de identidad en los mapas, pero que
para nosotros siempre es y será la Punta Espata, a la que llegamos en menos de
tres horas desde el arranque, y desde donde disfrutamos de unas vistas
excelentes, especialmente hacia esas moles vecinas que aúpan la comarca hasta su
techo.
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Una mirada hacia el norte |
El silencio es atronador. La luz
nos acerca el abrupto paisaje a nuestra mirada, haciéndonos partícipes de él.
De nuevo, por unos momentos, las montañas nos ceden su trono y hacen que nos
sintamos los reyes de su imperio, pero no podemos caer en eso, sabemos que las
verdaderas reinas son ellas, sabemos que las verdaderas protagonistas del
espacio son ellas, sabemos que si nos acercamos a ellas con humildad y con
respeto seremos depositarios de sus sentimientos, que nos inundan, que nos
emocionan, y que nos transportan a las palabras de Herzog con las que encabezábamos este nuevo relato, que lo importante
no es llegar lejos, ni llegar alto, lo verdaderamente importante es vivir con
intensidad, y es lo que encontramos en las montañas.
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Barranco de la Ralla. Al fondo, Canciás, Guara... |
Aquí, sobre ellas, el tiempo pasa
lentamente, pero el reloj deprisa. Nada impide acariciar visualmente los 360
grados en derredor para transmitir a cada uno de ellos nuestro reconocimiento,
nuestro agradecimiento, y nuestras inmensas ganas de volver.
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Nieblas de fondo de valles |
Volver. Sí, eso nos queda, volver, bajar de esta ilusión hecha realidad.
Y lo hacemos desandando lo andado hasta el refugio del cubilar, para continuar
más relajados por la pista, como una hora, hasta dar con el camino viejo de
Collarada, ese que unía, y une la Trapa con Villanúa, a donde llegamos al cabo
de media hora, tras haber recorrido más de 17 km, en 5h 40’ de tiempo total,
del que 4h 30’ han sido en movimiento, salvando un desnivel acumulado de en
torno a 1350 metros que, bueno, no está mal.