Año XIII. Entrega nº 887
“En cuanto a las obras de corrección de aludes, la solución pasaba por que la nieve depositada no se pusiese en movimiento o, en su defecto, por procurar conducir el alud a sitios prefijados donde el daño originado fuese el mínimo posible. Por eso se construyeron banquetas y terrazas, al modo de pequeñas plataformas horizontales hechas artificialmente a media ladera, con objeto de proporcionar a la nieve puntos de apoyo y así “quedase completamente anulada la componente tangencial del peso”. Alberto Sabio Alcutén.
Fragmento tomado del libro Canfranc, el mito (Pirineum 2005), del que el Doctor en Historia Contemporánea Alberto Sabio es coautor, y en concreto, del apartado correspondiente a la modificación del paisaje, tan necesaria para la protección del lugar que se iba a destinar para la construcción de la Estación Internacional de Canfranc que, tras décadas de decadencia, recientemente se está poniendo en valor como paso previo para el restablecimiento de la línea transfronteriza.
Y por esos pagos han querido ir nuestros pasos hoy, atravesando toda la línea defensiva de la Olla de Estiviellas, en el centenario emplazamiento, que se da en llamar Canfranc Estación, que no es otra cosa que la partida de Los Arañones, para cambiar de cuenca a través del Paso del Sarrio y bajar al milenario Canfranc, o “campum francum”, el campo de los francos, ya que en el siglo XI era zona fronteriza y se cobraban peajes.
Mucha es la tinta empleada para dar a conocer la historia del también llamado “Canfranc quemao”, milenario lugar, y también sobre el más reciente y próximo a la frontera, a donde derivó su ayuntamiento dada la importancia internacional del emplazamiento. Pero nosotros a lo nuestro, que es divulgar las maravillas de estas montañas que encierran el valle tras romper aguas y nacer tras este paso uterino.
Hacemos previsión de un vehículo en la explanada frente a la gasolinera de Canfranc, para subir con otro hasta las piscinas municipales de arriba, de donde salimos siguiendo las indicaciones del circo de Estiviellas, más conocido como Olla de Estiviellas. Lo primero que nos encontramos, a los pocos pasos es un buen ejemplo de cabaña de piedra seca y bóveda circular, cuya técnica constructiva quedó registrada en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco en 2018.
La enorme cantidad de prana que aporta la subida por el bosque a horas tempranas alimenta los sentidos. El verte integrado en este enorme colectivo que agrupa a miles de seres que lo dan todo por su medio ambiente, del que, si queremos, formamos parte, es algo difícil de explicar, sólo se puede sentir. Estas y otras reflexiones nos acompañan en nuestro deambular zeta tras zeta, dejando atrás hitos como el primer mirador y primera travesía, la fuente del Burro, el segundo mirador y el tercero y segunda travesía.
En tres cuartos de hora alcanzamos las ruinas de los barracones de aquellas gentes que repoblaron las laderas. Un poco más arriba, unos abrigos excavados en la roca, suponemos que para tal fin. Siguen y siguen las zetas. Una enorme olla por la que se descuelga, cuando lo hace, hoy no, una grácil cascada que dan en llamar Cola de Caballo, y en poco más entramos en la verdadera Olla de Estiviellas, dejando a la derecha el desvío que nos conduciría al pico del Águila y al collado de Estiviellas, con opción de auparnos al Borreguil de la Cuca.
Un muy amplio espacio a cuyos pies estamos y que intimida, es éste de la Olla de Estiviellas, depositaria en época invernal de ingentes cantidades de nieve que hacían peligrar las buenas condiciones de uso de la explanada de la estación. De ahí el brutal sistema para defenderse de los aludes, y que, ahora los vamos a tener que ir recorriendo uno detrás de otro. La no muy bien direccionada tablilla para seguir nuestro camino, y el poco definido sendero a partir de ella, se combinan para despistarse y pasar de largo, hasta que se da uno cuenta de que el camino bascula, dirigiéndose a la bajada por Secrás, lo que obliga a volver y retomar el nuestro.
A partir de aquí hay que estar muy atentos, porque la poca definición del camino nos sigue acompañando. Las zetas se suceden, y la tentación de librarnos de ellas, también, pero sería otro factor más para despistarse del camino, amén, naturalmente de la erosión que se produce. La fuente del Centenario es otro de los grandes hitos del camino, una fuente que con tristeza ve cómo se le va el agua entre los dedos, colándose por un lateral. Dos horas y cuarto hasta aquí.
El fondo del valle se va haciendo más profundo a cada paso, en favor de las montañas que lo conforman, y sus más cercanas parientes. Pronto entramos en la zona de las defensas con pequeñas terrazas sujetadas por muretes de piedra que, además de formar parte del sistema, sirven para seguir la indefinida traza del camino. Hora y media desde la fuente, con las últimas lazadas más pendientes, median para llegar al refugio bajo los paredones de Estiviellas, donde se aprovecha para alimentar el cuerpo y el alma con las extensas vistas sobre el valle y sus montañas.
Aquí da comienzo la travesía hasta el Paso del Sarrio, que nos lleva como media hora, por un sendero definido, con un abismo a nuestros pies, pero con los dos tramos más expuestos protegidos por sirga. Tras el segundo de ellos afrontamos una ancha y empinada canal que no ofrece mayores dificultades. A su salida, dos ejemplares de pino negro nos saludan y dan ánimos para afrontar las rampas finales hasta llegar al paso, que nos abre las vistas sobre la cuenca que nos va a acoger en el descenso.
“Que no son gigantes, mi señor, que son molinos”, le decía Sancho a su amo. Algo parecido podríamos decir aquí, porque estamos rodeados de una serie de artilugios a lo largo de toda la cresta de la Peña Blanca. Un último vistazo a la cuenca que dejamos y, tras cuatro horas y media desde el arranque, emprendemos el descenso por el canchal. Nos desviamos para aproximarnos a la Gruta Helada de Lecherines, a la que no llegamos dado que a estas alturas del año carece de atractivo.
De vuelta al camino de bajada, y en el que poco a poco el tirano mundo mineral va dejando paso al más amable vegetal, con la mirada puesta en la Majada de Lecherín Bajo, donde buenos rebaños de vacas disfrutan de su soledad. El GR 11.1 sale a nuestro paso. Nos aprovisionamos de agua y continuamos, al menos hasta la entrada en el pinar, que nos protege del ardiente sol para echar un bocado, antes de cruzar el seco barranco de Campón, Nos despedimos de este despejado lugar para integrarnos de nuevo en el bosque, que recorremos como algo más de media hora hasta cruzar el barranco de la Añaza que, junto con el anterior se hace llamar de Aguaré, hasta rendirse al río Aragón.
Gabardito, una amplia zona, otrora de pastos, que hemos conocido hace décadas despejada, un lugar con apariencia alpina, y donde ahora abundan los matorrales, que te hacen dudar de si sigues o no el camino. Dejamos atrás el refugio y tomamos la pista de Villanúa donde, al punto de pisarla, dejamos que siga con ella el GR 11.1, y nos desviamos para bajar por el barranco de Aguaré, más pendiente, pero no tan larga como el de los Meses. Los amables primeros compases se tornan más incómodos conforme te vas acercando al cruce del barranco.
Tras ello, lo que resta es dar continuidad al descenso por el pinar, hasta dar salida a la carretera, frente al vehículo, habiendo transcurrido 7 horas y 50 minutos para recorrer 14,3 km, con un desnivel acumulado de 1015 m D+ y 1160 m D-. Alcanzando la altura máxima de los 2153 m, del Paso del Sarrio. Travesía un tanto exigente, suavizada por la contemplación de los paisajes y la compañía.
Bibliografía:
Canfranc, el mito. Varios autores. Pirineum (2005)
Web:
Las fotos, con sus comentarios, y el track
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