Año XI. Entrega nº 786.
IXOS MONS
Selva de Irati
Sábado 12 de noviembre de 2022
El otoño, fiel a la cita anual en el hemisferio norte de nuestro planeta, es capaz de extraer de las personas las más variadas sensaciones. Está asociado a la introspección, a la preparación para el invierno, a la tristeza, a la melancolía, pero solo si nos dejamos arrastrar por ella, porque, como todas las monedas, tiene una doble cara, y como la vida es cíclica, siempre habrá un despertar. Así lo veía el malogrado escritor norteamericano Francis Scott Fitzgerald, cuando decía “¡No te angusties! La vida vuelve a empezar con el otoño”.
Es por ello que hay que asociarlo al ciclo de la vida, porque hay un tiempo para todo. Las hojas, como elemento del aparato respiratorio del árbol, salen cuando lo necesitan, y se desprenden cuando ya no, pero eso no significa que mueran, porque siguen sirviendo como elemento vivificante para otros procesos. Son enseñanzas del Gran Libro de la Naturaleza Viviente, que nos llevan a pensar que la muerte no existe, o al menos no como un estado. Ciertamente se puede ver en el momento del desprendimiento de la hoja de su sustento en la rama, lo cual sería un tránsito, pero sigue viva, sigue viva de otro modo, ejerciendo otras funciones. Y eso nos da esperanzas, porque tras un otoño fertilizador, en el que comienzan esas transformaciones en el gran laboratorio de la naturaleza, y que continúan más ralentizadas en invierno, llega la explosión de vida visible renaciendo a una nueva primavera.
Estas y otras reflexiones acompañan nuestro tránsito por el bosque, una de esas manifestaciones de vida que encontramos ahí afuera y que, en sí mismo, ya representan todo un mundo que sabe hacer su trabajo… y lo hace, dándonos lecciones de vida que solo con una buena observancia podremos extraer. Una de las especies características de los bosques de influencia atlántica, y que tenemos a nuestro alcance, es el haya (fagus sylvatica), de la que encontramos en la red de redes: “Cuenta una tradición antigua que fue con láminas finas de madera de haya como se confecciono el primer libro de la historia, siendo la primera superficie sobre la que se escribieron palabras, cuestión que corrobora su etimología: la palabra anglosajona original para haya es boc, que posteriormente se transformó en book = libro en inglés”.
También leemos que: “El Haya es un árbol social, que comparte bien su espacio con otras especies, pero a la vez es un árbol que no tolera invasores, por lo que a su alrededor no crece ni la hiedra ni el muérdago ni la maleza. En este sentido sabe cuidar de sí misma y de su entorno. No es casualidad que la palabra “haya”, la que cuida de los niños, deba su nombre de oficio a este árbol femenino y protector. Siempre aprendiendo.
Y para seguir haciéndolo, en esta ocasión nos hemos ido 15 “mayencos” a la Selva de Irati, considerada una de las masas forestales más extensas de Europa. Antes de las nueve de la mañana abandonamos el solitario aparcamiento para comenzar a darnos una vuelta por este extenso e intenso territorio, con un frondoso bosque de hayas y abetos. Y lo hacemos calentando las piernas para subir a hacer una visita a la ermita de la Virgen de las Nieves, muy cercana a las ruinas de la Casa del Rey que, según leemos en la leyenda está en un emplazamiento en el que entre 1784 y 1823 había un poblado, y lo que se conserva de él era una “casa fuerte que comprendía vivienda, capilla, almacenes y una posada”, cuya historia derivó en la construcción de las actuales Casas de Irati. Dejamos todo ello atrás para bajar a la carretera y tomar el señalado como: Camino Viejo a Koixta, que al poco se va difuminando, hasta salir a la carretera.
Tras circular por ella como 500 metros, sale a nuestra derecha una pista, que tomamos, para salir de nuevo a la carretera, para recorrer otros 600 metros y meternos en otra pista, que nos hace ya disfrutar definitivamente del hayedo, que sale a recibirnos a medio vestir, cansado ya de tanta sequía, y que prefiere olvidar este año y prepararse para el siguiente, en la esperanza de que sea mejor. Gran hayedo este, con grandes, enormes ejemplares que se abren paso hacia un cielo limpio. Venimos del
SL-NA 52c y tomamos el
SL-NA 53c para ir bordeando ya la cola del embalse, que encontramos seca, y el puente roto, lo que nos obliga a ir subiendo en busca de un lugar propicio para cruzar al otro lado y que, al remontar, nos sorprende ya la lámina de agua.
Seguimos camino. Pasamos por la Casa Forestal y salimos a otra pista mayor, en la que dejamos el SL-NA 53c para seguir la dirección que indica a la Virgen de las Nieves, que seguimos hasta el aparcamiento, al que llegamos, por el SL-NA 63a, después de casi tres horas y media de auténtico disfrute. Pero no contentos con eso, alargamos la ruta para visitar la cascada del Cubo, que nos lleva como más de media hora, volviendo al punto de origen.
En total, hemos recorrido 15,3 km, en un tiempo total de 4 horas y 20’, salvando un desnivel acumulado en torno a los 410 m D+/-.
Web:
Nina Llinares
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Imagen cedida por Julio |