Miércoles, 19 de diciembre de 2012
A lo largo del año existen cuatro
fiestas cardinales, Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección, San
Juan y San Miguel, y no están puestas por capricho en el calendario, no, que
corresponden a cuatro fenómenos cósmicos, a cuatro de los tránsitos en la
relación de nuestro planeta con el Sol. Así pues, son el solsticio de invierno, el equinoccio de primavera, el
solsticio de verano y el equinoccio de otoño. Han sido fiestas paganas que siempre han estado ahí, y que la tradición cristiana se ha encargado de reemplazarlas con "su" contenido. Durante estos cuatro tránsitos se producen en la naturaleza gran afluencia y circulación de energías que
ejercen influencias sobre la Tierra y sobre todos los seres que la pueblan, los
mundos mineral, vegetal, animal y humano, cada uno en su nivel de conciencia.
Los estudiosos han constatado que si el hombre se prepara, si se predispone ante
esos influjos, si se pone en armonía consigo mismo, se pueden producir en él grandes
transformaciones.
La
tradición cristiana relata que Jesús nació en el solsticio de invierno, al
comienzo de Capricornio, que está relacionado con las montañas, con las grutas,
y es precisamente en la oscuridad de una de ellas donde se sitúa ese nacimiento.
Es ahí, en la oscuridad de cada ser humano donde tiene que nacer esa
luz que el principio crístico viene a representar. Cada año, el 25 de
diciembre, a medianoche, la constelación de Virgo asciende en el horizonte, por
eso se dice que Jesús nació de una virgen. José y María, dos seres purísimos, elegidos,
como no podía ser de otra manera, pero necesarios carnalmente para el
nacimiento de Jesús. El Creador no puede quebrantar sus propias Leyes. Bueno,
en realidad, sí puede, pero no lo ha hecho, ni lo hará jamás.
El
hombre, para estar a bien con su madre, la Tierra, tiene que comprenderla. Si
no sabe lo que es la Tierra, si no la conoce, si no tiene con ella relaciones
afectuosas, respetuosas, conscientes, pocas o ninguna posibilidad tiene de ser
receptor de esa luz, de ese nacimiento, de esa renovación, que como toda
regeneración ha de venir siempre de arriba a abajo y de dentro a afuera. El
propio hombre ha salido de la Tierra, es su fruto, su hijo. Nunca se piensa que
la Tierra es un ser inteligente, se la estudia bajo aspectos puramente físicos,
geográficos. La Tierra es la criatura más desconocida, más despreciada, más desdeñada,
y por ese motivo se producen tantas desgracias. Sí, porque no respetamos a
nuestra madre, que es la que nos ha dado el cuerpo, y la que nos lo acogerá.
La Vitacultura es el culto a la Vida y a todas sus manifestaciones. Existe
una gran ciencia acerca de las relaciones del ser humano con su madre la Tierra,
del comportamiento para con ella, de cómo hablarle, de cómo agradecerle, de
cómo pedirle, de cómo extraer fuerzas de ella y de cómo confiarle todas
nuestras impurezas para que las transforme. La Tierra absorbe todas nuestras
inmundicias y las transforma en flores, en frutos, en cultivos, en alimentos, en definitiva. Es
verdaderamente prodigioso. Pensemos en ello.
En
la tradición cristiana todo es simbólico. Nos habla de un establo, que no es
otra cosa más que nuestro cuerpo físico. Y nos dice que había un buey y un
asno. Ahora esto se desmiente porque se dice que no hay evidencias históricas.
Realmente no lo hay de nada, o de casi nada. Como decimos, todo es simbólico, y
estos dos animales tienen su fundamento, que revelamos a continuación. En la
Antigüedad, el buey, el toro, era considerado como el principio de la
generación, de la fertilidad, de la fecundidad. Está bajo la influencia de
Venus, el planeta del amor, y representa la energía sexual. El asno lo está bajo la influencia de
Saturno, planeta que rige la agricultura, a la que tan ligado ha estado este animal tradicionalmente; representa la personalidad, es decir, la naturaleza inferior del
hombre. Son el principio masculino y femenino que encontramos por todas partes en el Universo. Los dos estaban para servir a Jesús. Los dos están para servir a ese
nacimiento, a ese renacimiento que se tiene que producir en cada uno de
nosotros.
Cuando
un ser toma la decisión de ponerse a trabajar para su mejora, para su
perfeccionamiento, desencadena en él las fuerzas de la personalidad y de la
sensualidad, las más bajas, las que están en las grutas del ser, que son las más afianzadas y que sienten que van a ser trabajadas, que van a ser objeto de transformación, y por ello se rebelan.
Podríamos decir que el asno es el combustible, y el buey es el comburente que
lo va a transformar, como la vela se transforma en llama. Por eso son los dos necesarios, por eso no son
prescindibles, por eso no los podemos eliminar por decreto. Se dice que los dos
estaban presentes en el establo. Los dos han de estarlo para nuestra
transformación. Los dos estaban calentando al Jesús niño con su presencia, con
su aliento. El aliento es vida, se dice que una persona muere cuando lo pierde.
Pues ahí estaba ese aliento de vida, como una reminiscencia del primer soplo
del Creador en el principio de los tiempos. La historia es lo que nos cuentan las
crónicas, pero hay que ir más allá, hay que ir al verdadero significado de las
cosas. No nos quedemos con las formas, lo importante es el contenido. Las Sagradas Escrituras están llenas de símbolos, que hay que descifrar.
Y
el pesebre, ¿qué significa el pesebre? La oficialidad nos hablará de pobreza,
de humildad, de sencillez, de renuncia. Sí, pero hay algo más. Si el establo es
el cuerpo físico, el pesebre es uno de sus órganos, concretamente el centro
Hara, considerado como el segundo cerebro. El harakiri es el suicidio ritual de los japoneses, y actúa por
desentrañamiento, clavándose una daga en el abdomen, precisamente en ese centro
Hara, situado a unos centímetros por debajo del ombligo, y es donde se ubica
simbólicamente el pesebre, es a lo que se refería Jesús cuando decía: “… de su seno brotarán ríos de
agua viva…”. Así como el pesebre es el receptáculo de Jesús niño, el centro
Hara lo debe ser de las energías del principio crístico que nos ofrece
anualmente el solsticio de invierno. El centro Hara, pues, es un centro de
energías de primer orden en nuestro organismo, que hay que conocer y
comprender, para ir a favor de su funcionamiento para un mejor equilibrio
psíquico del ser.
Así
es que, ya veis, se puede ser creyente o no, de unas tradiciones u otras, de
unas religiones u otras. Podemos irnos por las ramas todo lo que queramos,
podemos atrincherarnos detrás de cada una de nuestras convicciones, podemos
incluso matar por ello, como de hecho está ocurriendo en el mundo. Por eso no
nos debemos quedar sólo con ello, debemos ir al fondo de la cuestión, debemos
explorar los Grandes Misterios, ecuménicos, universales, únicos, para todos los seres
humanos.
Nos
queda mucha mili todavía, indudablemente, pero no hay marcha atrás, estamos en
el camino, y de todos depende el recorrerlo de buen rollito o no, de trabajar
para mejorarnos, para perfeccionarnos, o para derribar al de al lado en nuestro
propio beneficio. Y eso es algo contenido en el tan traído y llevado espíritu navideño, y que de nosotros
depende el que no se limite sólo a estas fechas. Mientras no nos demos cuenta
de que somos células de un mismo cuerpo, mientras no nos demos cuenta de, como
decía Jesús, ya de mayorcito, que “… lo que a ellos hiciereis, a mí me lo
hacéis…”, no saldremos del estado en el que nos encontramos. Así es que muchos
ánimos a tod@s, que hay mucho trabajo por delante, que como decía Aquél, "... mucha es la mies y pocos los segadores...".
Preciosa descripción de la Navidad y sus símbolos. Gracias por hacernos partícipes de ello.
ResponderEliminarfeliz Navidad¡¡
Gracias, Pilar, por tus palabras.
EliminarPrecioso Chema! Feliz Navidad!
ResponderEliminarGracias, Pespe, por tu comentario...
EliminarJo Chema, ahora que tengo un rato estoy leyendo las entradas antiguas.Ésta me da muchos argumentos para ayudar a alguien muy querido que está triste con la tierra, veamos si va bien.Gracias
ResponderEliminarSi te puedo ayudar, a tu disposición. Gracias por el comentario.
EliminarHablas como creyente que eres. No te engañes...ni madre tierra ni burro ni Creador que valga...somos materia y conciencia y también la nada
ResponderEliminarEl que no se crea creyente de algo, ese sí que es el que se engaña. Claro que soy creyente. Siempre se es creyente de algo, y es lo que intento plasmar en este espacio de libertad, en el que se admiten toda clase de comentarios (o casi), hasta los anónimos.
EliminarMuy bueno Chema. Me ha gustado mucho tu apreciación y conocimientos sobre la Navidad; tan importante para cada uno de nosotros por ser el renacer a un nuevo Ser. Gracias. Isidro
ResponderEliminarIntento dar un punto de vista diferente a estas celebraciones tan manidas, tan materializadas hoy en día. Gracias, Isidro, por el comentario.
Eliminarque linda la primer imagen :D espero que no les impote que la utilice :)
ResponderEliminarEn absoluto, infinity, de hecho han sido bajadas de internet, como anuncio al final del escrito. Feliz Navidad.
EliminarFeliz Navidad, Chema!!!
ResponderEliminarTe confirmo esta semana mis vacaciones, e intentamos hacer algo!!!
Un abrazo!
Yo subo mañana por la tarde, me das un toque.
EliminarPreciosa explicación de la simbología que contiene nuestra Navidad. El trabajo que hacemos para nuestro mejoramiento y crecimiento, cada uno según su propio sendero, contribuye a la evolución de la Humanidad, al recuerdo de su Divinidad.
ResponderEliminarAsí es, José Ramón. Mejorando cada uno mejoramos el conjunto. Gracias por el comentario.
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