domingo, 18 de abril de 2021

Santa Isabel y Santa María, ermitas de Centenero

 


IXOS MONS
Santa Isabel (1030 m) y Santa María (730 m)
Sábado, 17 de abril de 2021

            Por los valles y sierras al sur de la sierra de San Juan de la Peña hay una zona de media montaña, aguas arriba de La Galliguera, en la que se baten el cobre pequeños pueblos que pertenecen a la misma unidad geográfica, pero que la cuestión administrativa ha dividido en varios municipios, incluso en varias comarcas. Los municipios concernidos son Las Peñas de Riglos, Jaca y Caldearenas, pertenecientes a las comarcas de la Hoya de Huesca, La Jacetania y Alto Gállego, respectivamente. A uno de esos pueblos, Centenero, del primer municipio y de la primera comarca, de apenas una docena de habitantes, pertenecen las ermitas de Santa Isabel y la más cercana de Santa María, ambas románicas, muy sencillas, pero con detalles muy interesantes. Y en una mañana de estas para hacer gana, allí hemos estado.



            Mañana fría pero soleada en Centenero, de donde partimos en dirección a ambas ermitas, y que a los pocos metros se bifurca el camino, porque están diametralmente opuestas. Nos dirigimos en primer lugar hacia el sur, para visitar la de Santa Isabel, en la sierra homónima. Primeramente, la pista se dirige muy decidida hacia poniente, dando incluso vista a Peña Rueba, con su compañera Punta Común y la más alejada sierra de Santo Domingo. Poco a poco va tomando rumbo SW y posteriormente al SE, bordeando unos campos, hasta llegar, al cabo de poco más de una hora, al desvío que tomaremos al regreso, porque estamos ya en los puertos, con magníficas vistas a los nevados Pirineos, y entrando en el paraje donde se alzaba el poblado medieval de Visús del Pueyo (o Bisús), del que lo único que queda en pie es un corral, que usan los cazadores, y alguna paridera espaldada. El resto, montones de piedras que atesoran su historia; y su parroquia, hoy ermita, de Santa Isabel, dominando un bello paraje a más de mil metros de altitud, y a donde llegamos de la mano de un cuidado tapial custodiado por un enorme cajico.









            Según algunos escritos, uno de los fundadores debió ser García Miguel de Bisús, propietario del lugar, cuyo derecho de hidalguía fue concedido por el rey Pedro IV de Aragón en 1344. La ermita es de nave única, a la que se le añadió en alguna de sus reconstrucciones una lonja en su fachada sur, en donde podemos apreciar un sarcófago antropomorfo usado como sillería, debajo del cual se encuentra una piedra con una cruz labrada. El ábside, semienterrado, fue saneado por el recientemente fallecido mosén Benito, muy famoso por su implicación en la conservación del patrimonio. Posee un ventanal con adorno de ajedrezado jaqués. Un conjunto de estilo románico rural, de bien entrado el siglo XII. Unos viejos cajicos aportan su presencia al ya de por sí mágico lugar.





            Los nubarrones instalados en la divisoria pirenaica nos envían sus mensajes en forma de viento, más frío que caliente, solo compensado por la fuerza del sol. Volvemos sobre nuestros pasos hasta el cercano desvío, que tomamos a la derecha, para cruzar un campo de grandes dimensiones, y que añora tiempos mejores. Al final de este, se toma un sendero que se embosca para bajar decidido a Centenero, de donde partimos de nuevo por el mismo itinerario hasta el también cercano desvío que nos lleva hacia el norte, en busca de la ermita de Santa María, visible desde el mismo arranque. A unos setecientos metros del desvío, en un pequeño alto, y a lo que nos parece que vamos a dejar atrás la ermita, no lo hacemos, porque nos acercamos ya saliéndonos de la pista y dirigiéndonos en línea recta hasta esta otra joyica del románico rural, prima de la anterior, como primas eran las titulares de sus respectivas advocaciones.









            Nos la encontramos en lo alto de una loma, dominando el entorno, especialmente las solanas de esas emblemáticas sierras incluidas en el ENP del Paisaje Protegido de San Juan de la Peña y Monte Oroel. Lo que aquí nos encontramos es también un templo de nave única, a la que del mismo modo se le atribuye haber sido la parroquial de otro despoblado. Sobre la sencilla puerta, orientada al sur, hay un crismón sin la simbología de costumbre, únicamente con sus ocho radios. En la orientación habitual, a levante, se remata con ábside circular, en cuyo centro se halla otro ventanal, curiosamente a semejanza del de Santa Isabel, adornado con un festón de ajedrezado jaqués y dos capiteles asimétricos, notándose en el pie de la columna de la izquierda unas hendiduras, que atestiguan la maestría del cantero.




            Solo resta volver sobre nuestros pasos para llegar a los vehículos y abandonar este lugar que, hemos de reconocer que nos ha sorprendido. No tendrá las alturas de la Alta Montaña, no tendrá la grandeza de sus paisajes, ni tampoco ese atractivo que cautiva a los amantes de las montañas, pero igualmente tiene grandes espacios por los que dejar vagar la mirada y la mente. Lugares que nadie les puede arrebatar los tesoros que retienen en sus entrañas, su historia, su patrimonio, sus bellezas naturales, que no nos cansamos de divulgar. Piedras bien talladas por manos artesanas, apiladas magistralmente para construir humildes templos que iban marcando las líneas de reconquista, cuyos vestigios nos han quedado para su estudio y que seguro conservan aún algún secreto.



            Y con ese regustillo adquirido en este paseo a lo largo de 9,2 km, recorridos en 3h 10’, y salvando un desnivel acumulado de 365 m D+/-, nos desplazamos hasta Caldearenas para constituir en clásica esa comida de buenos fogones.





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