miércoles, 12 de agosto de 2015

Lizara - Candanchú, por Igüer y Esper

AQUERAS MONTAÑAS
Lizara - Candanchú
Lunes, 10 de agosto de 2015



            Los cielos de los Valles Occidentales son, una vez más, nuestra referencia para una nueva jornada de montaña. Desde el súper, archi, híper, mega, conocido Lizara vamos a echarla hasta el no menos Candanchú, pero no por la ruta habitual del valle de los Sarrios y Estanés, sino burlando esa línea que sólo aparece en los mapas, pero no en las montañas. El reto es hacerlo sin pasar al territorio del país vecino. Sobre el papel es posible, a ver si sobre el terreno lo es. Pensamos que sí. Vamos.



Hacia el collado, siguiendo las marcas
            Tras dejar un vehículo en Candanchú, nos dirigimos a Lizara, que nos recibe más sereno, más limpio de como estaba ayer, que andaba cargado de nubes en sus montes. No es pronto para salir, lo sabemos, pero la logística nos obliga. Son cerca de las once cuando dejamos el refugio, base de operaciones, pero también de paso. Cruzamos los llanos de Lizara, donde se asienta el dolmen, y comenzamos a tomar altura, siguiendo las marcas rojiblancas de la variante del GR 11, la .1. Pasamos por la caseta del pastor y nos metemos ya de lleno en el barranco de Articuso, que acoge a un exiguo caudal de agua que se esfuerza por agradar dando algún que otro salto, donde el terreno se lo pone fácil.

Con el pastor en el collado del Bozo
            A medida que vamos subiendo se nos va haciendo visible un rebaño de centenares de cabezas. Lanar, aunque no todo, que hay como una veintena de crabetas… tres perros… y el pastor. Los ayudantes caninos nos ven de lejos, y uno de ellos, quizá el líder, se nos acerca con intenciones de prospectar qué es lo que se le acerca al ganado. En seguida nos reconoce como lo que somos, buena chen, y se confía, algo que transmite a los otros dos, que estaban en prevengan. El pastor, que va a ser pasto de nuestras preguntas, anda encorvado, lo que prácticamente descarta que sea foráneo, lo que sería garantía de que no iba a saber más que nosotros. La otra posibilidad es que sea producto nacional, pero no del terreno, que es a la postre lo que ocurre, por lo que tampoco sabe más que nosotros. Collado, charleta y despedida.

Cabecera del valle de Aísa. Napazal. Rigüelo
            Los collados unen valles, pero también los separan. Abren horizontes, pero también los cierran. Éste del Bozo no lo es menos. Dejamos atrás el mundo Lizara, y se nos abre el de Napazal y Rigüelo, la cabecera del valle de Aísa, donde nace el Estarrún. Ante nosotros un nuevo y extenso circo, dominado por el tridente Aspe y Llenas de Bozo y Garganta. Nos salimos ya del GR y sus marcas para, tras un brusco giro hacia el norte, meternos en ese barranco de Igüer, rodeando la Punta Alta de Napazal, en el macizo de Bernera, a la que le sigue la Ruabe de Bernera y el Olibón. Todo ello por nuestra izquierda. La derecha está ocupada por la Llena del Bozo. Entre aquel cordal y este monte, un pequeño, pero recóndito y delicioso valle que su condición de llevar al personal hacia lugares con menos fácil acceso hacen que sea poco transitado.

Foyas de Aragüés
            Al llegar al lugar llamado Foyas de Aragüés, este pequeño valle hace un codo de 90º, cambiando su rumbo norte al de este, ya que nos encontramos enfrente una gran muralla, cuya otra vertiente se asoma a la cubeta de Estanés. Hacemos el obligado giro y poco a poco, sin enterarnos alcanzamos ese lugar privilegiado que nos da vista a Esper. Poco a poco y sin enterarnos, decimos, hemos superado esos casi 300 metros desde el collado del Bozo, en una tranquila, muy tranquila hora y media.


Comenzando el descenso
            Lugar, al que podíamos llamar Alto de Esper, con 2.280 m. Dos de la tarde, y con unas vistas increíbles sobre esta extraordinaria cuenca norte de la barrera Aspe-Llenas. Buen momento, buen lugar. A comer. Mientras tanto, no podemos dejar de asomarnos a este también solitario valle, habitado por grandes cantidades de sarrios que están a sus anchas porque se sienten seguros, con comida y bebida cerca. Todas las escorrentías de este circo abierto al norte van a parar a la llamada Chorrota del Aspe, por cuya parte superior pasa la muga. Nuestra labor ahora está en bajar a una cota similar a la del collado del Bozo, por el que hemos pasado a este valle de Igüer, que ahora tenemos que dejar atrás, tenemos que dejar arriba.

No todo es terreno incómodo
            Estamos ante el tramo que se antoja más delicado de la travesía, pues así como la subida ha sido muy paulatina, la bajada va a ser a saco, pero no es terreno descompuesto, y sabemos que hay sendero porque ya lo hemos transitado en una lejana ocasión, aunque fue de subida, que siempre es mejor. Hay sendero, como decimos, y hay hitos, la cuestión es no perderlos y encontrar bien los pasos. Salimos por una cornisa evidente, pero que poco a poco se va guardando para sí esa evidencia, hasta que encontramos la traza buena, lo que nos obliga a cogerla para subir de nuevo al alto, y tomarla bien. Lo hacemos, y vemos con agrado algunas apacibles zonas herbosas entre tanto caos de bolos. Una canal junto a una raya nos baja a una de ellas. Tomamos a la izquierda el camino que nos lleva de nuevo a asomarnos al vacío, pasando cuidadosamente por una travesía horizontal herbosa, que una vez abajo reconocemos ser una especie de faja que circula por encima de un anticlinal con forma similar a la parte superior del lóbulo de la oreja. Con Faja de la Oreja se queda.

Tranquilidad
            Enfrente, al otro lado de este amplio circo, tenemos identificado, y lo vamos viendo ya desde el arranque de la bajada, el punto exacto al que tenemos que llegar, por lo que la gracia está ahora en bajar lo suficiente, pero no más, para perder la menor cota posible. Sabemos, porque también lo hemos pateado, que de la gran brecha que el Aspe hace con la Llena de la Garganta baja un sendero que se encarama a ese punto. Sendero que tarde o temprano tenemos que topar con él. Tras un incómodo, pero corto tramo de bolos, iniciamos el también corto ascenso hacia ese punto en el que tenemos fijadas nuestras miras, y al que se dirige también el citado sendero cimero.


Loma Verde, abierta al Pirineo
            Una vez allí vemos con meridiana claridad ese paso por la faja, que es el más delicado del recorrido. A media ladera, vamos dejando atrás Esper para ir adentrándonos en la Loma Verde, que desagua en un congosto cuyo sendero nos llevaría a la cueva de los Contrabandistas, con llegada a Candanchú por el collado de Causiat, pero no es eso lo que queremos, porque también es terreno galo. Hay que buscar el enlace con la terminal de la silla de la Tuca, algo que visualmente alcanzamos en breves. A ella nos acercamos, que está enclavada en otro collado, que nos abre la vista sobre el mundo Tortiellas, con su ibón que quiere y no puede, le vence el estío. Antes de llegar, en la aproximación, nos encontramos viejas señales de pintura rojiblanca, que pertenecen a un marcaje de los bajos setenta, trazando un itinerario que también tenía la vocación de cruzar longitudinalmente la cordillera, pero por pasos más altos, más agrestes, más comprometidos, más exigentes, más cercanos a las altas cumbre, y del que sabemos su existencia, pero no mucho de su recorrido. Éste tiene que enlazar, aporto, con el que nos encontramos subiendo al collado que da paso a Ip, viniendo de Bucuesa. Pero todo se queda en conjeturas.

La terminal de la Tuca a la vista
            Una vez debajo del telesilla, y asumiendo que va a ser compañero de vista y de viaje durante… no sé, hora y media o dos horas, vamos bajando con paciencia. Nos cruzamos con el camino que viene de Candanchú al Aspe, y lo seguimos en descenso. Una vez llegados a la parte alta de la pista de la Rinconada, hay dos opciones, o tirarnos por ella o seguir por la pista sin dejar de dar vista a esta enorme cuenca de Tortiellas hasta el paso del Pastor, para bajar por el Tobazo. Como se nos antoja esta última más larga, bajamos por la Rinconada, comprobando in situ que no hemos tomado la mejor opción, ya que la otra, al ser más larga es más tendida.


            Más de trescientos metros de desnivel tienen la culpa hasta llegar al fondo del valle, que ya cómodamente nos lleva hasta la base de la estación, comprobando en el ínterin las amplias lazadas de la pista del Tobazo, la que hubiera sido mejor solución. Llegamos al coche con las sombras más largas de lo que pensábamos, son más de las siete y media, pero claro, empezando tarde no se puede terminar pronto. Pues eso, prueba superada, 8h 45’, de los que 4h 50’ han sido en movimiento, para recorrer los casi 15 km, con algo más de 1.100 metros de D+ con dos amigos de lujo, en una hermosa mañana pirenaica, por lugares poco visitados.


            El resumen suele ser el final siempre, pero hoy no lo va a ser. Porque después de estar buenos ratos dándole a la cabeza sobre esos marcajes de hace ya cuatro décadas, de por dónde discurrían, de qué unían, de si habrá documentación de todo ello… no se puede pasar por alto el mencionar que en la merecida velada cervecera nos encontramos con nada más y nada menos que con Pablo Alcay, uno de los montañeros cuya generación fue el espejo en el que en nuestros años mozos nos mirábamos, en aquellos lejanos tiempos de J.O., Jesús Obrero, el club donde iniciamos nuestros pasos por las montañas. Pero eso, siendo bueno, no es lo mejor. Lo mejor es que el ínclito fue el que marcó ese itinerario. No es para flipar? Imaginaos el rato que pasamos.
  




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