jueves, 4 de agosto de 2016

Perdiguero, y sigue siendo Pedriguero

AQUERAS MONTAÑAS
Perdiguero (3.222 m)
Miércoles, 3 de agosto de 2016


“… ven si quieres, aquí estoy, 
te puedo envolver de brumas, 
te puedo complicar la mañana, 
te puedo dar un buen día, 
pero tienes que venir, 
y no te lo voy a poner fácil…”.



Arranque nocturno
             La noche pare un día. La oscura noche pare un claro día. Y así ha sido. Desde las mismísimas entrañas de la noche, desde el aparcamiento de Literola, desde lo más profundo de nuestro ser, con María del CP Mayencos y Pepe del CER, con 10 más de su club, arrancamos esta nueva jornada montañera con el convencimiento y la asunción de su dureza, de que tanto por la tierra como por el sol no nos lo van a poner fácil, pero que por el aire y por el agua nos van a paliar esa lucha particular con la montaña que, como síndrome de Estocolmo, nos hace acudir una y otra vez a sus afiladas garras, porque… en definitiva el saldo siempre es positivo.

Hito Este del Perdiguero
            El monte elegido hoy también es uno de los grandes del Pirineo, es el punto más alto del macizo que lleva su nombre. Es un monte duro, áspero, rudo, que sobre el mapa también soporta esa considerada por las montañas como absurda línea, y que le hace hablar en dos idiomas. Un monte que se asoma a los abismos de las cuencas de Literola y Oo, donde yacen dos grandes ojos de mirar sereno. Un monte, impertérrito, soberbio, sabedor como es de su magnífico porte, de su mirada altanera, de su constante verbo que hay que leer entre líneas, y que sin apenas pestañear, sin apenas mover los labios, te dice: “… ven si quieres, aquí estoy, te puedo envolver de brumas, te puedo complicar la mañana, te puedo dar un buen día, pero tienes que venir, y no te lo voy a poner fácil…”. Él sabe que de él hablamos. Perdiguero, cuyo nombre convencidos estamos de que ha sido un guiño para suavizar sus verdaderas raíces: Pedriguero.


En plena progresión
            Seis y veinte de la mañana, de una mañana que con nosotros comienza a desperezarse. Ella va poco a poco, como tiene costumbre en esta época. Al contrario, nosotros lo hemos de hacer de golpe, el bosque nos engulle con sus oscuras fauces, y a trompicones tenemos que ir saliendo de él hacia un valle de Literola que nos acoge en plena fase de darle al mundo lo que él es, y lo que él es en estos días es un reseco pastizal que pide a gritos una vuelta de agua, o dos, o tres… porque amenazar ya lo hace todos los días. Pero una vez pasado ese primer tramo, comienza ya el terreno a inclinarse, a ganar altura por entre piedras salpicadas de más verde hierba.

Subiendo hacia el ibón
            Al cabo de poco más de una hora, a la altura de la cabaña del Forcallo, que yace abajo, en el fondo, en cuyos alrededores pacen cientos de ovejas, entre el Perdigueret y las Fitas de Remuñé, el valle se convierte en barranco, al que nos abrazamos para subir y subir, adquiriendo a cada paso más y más perspectiva sobre lo que nos espera, que no es otra cosa que el engañoso objetivo, porque sólo nos ofrece su flanco oriental, que alberga el llamado Hito Este del Perdiguero.

            
Camino de la pedrera
            Casi dos horas y media subiendo impenitentemente y llegamos al desvío para el Ibonet de Literola, que reposa en un hondo lecho, y que evitamos su tránsito por un sendero a la derecha, para no tomar la tediosa recuperación de nivel desde él. Hay cosas que no mejoran en las distancias cortas. Otra hora más para alcanzar el Ibón Blanco de Literola, un enorme lago que hace honor a su nombre, porque sigue adornado con un penacho de hielo, como imitando a las banquisas polares. Para que nos entre bien su visión, la acompañamos del almuerzo. Enfrente, nos espera la hercúlea pirámide granítica perdiguera de Keops. Cruzamos un puente de nieve que alberga el desagüe del ibón, y más de una hora de atragante pétreo, éste sí, para llegar al llamado Hito Este de Perdiguero, esa cima visual que se nos ofrecía desde hace unas horas, pero que esconde la cruda realidad, que es la verdadera cima, a la que llegamos tras casi otra hora de trastear por una más que agradecida loma sobre la que no se sabe a qué atender, si a la vista o a los pies. Por turnos.

Afiladas crestas del Perdigueret
            El momento de llegada a cumbre, como todos, indescriptible. El alma se ensancha a la par que los patios que se abren en todas las direcciones. El de Literola y el de Estós ya estaban presentes, pero se añade otro, el francés del Portillón u Oo, que también alberga un ibón, aunque arrancado de su naturaleza con una presa. Estamos en un punto donde convergen varias crestas, que sirven para culminar otras muchas cimas de este macizo y sus alrededores. Cimas de más de tres mil metros, y que como secundonas están siempre esperando su oportunidad. Mundo Literola, Pico Royo y Crabioules, cerrando el circo de Literola, que comparte espalda con el de Remuñé. Mundo Seil de la Baque, Portillón, Oo, Clarabide, que reparten juego entre esta última cuenca, que rinde a Estós, y la del Portillón, que parle français.

Mayencos, en lo más alto del Perdiguero, con el Posets al fondo
            Todo eso a nuestros pies, claro. Pero a poco que levantes la vista, aumenta el gozo. Reino Posets, mundo Batisielles, reino Aneto-Maladetas, puertos de Benasque, Cerler, con su gallinero, Castanesa… Bueno, bueno, no queremos llenar la plana, porque es mucho, por no decir todo lo que un punto tan alto y aislado como éste nos ofrece, acompañado por una meteorología más que favorable. En casi una hora, que se nos hace un minuto resolvemos todo, abrazos, risas, pasar lista a los montes, bocado, fotos… En fin, que hay que comenzar el descenso, que termina hondo, muy hondo, como a más de mil seiscientos metros de desnivel más abajo.

Impresionante ladera de bolos
            La infinita pirámide de piedra ofrece varios itinerarios marcados con hitos, por lo que no es fácil seguir exactamente la misma ruta subiendo que bajando, pero nos defendemos, llegando hasta ese puente de nieve junto a la salida del Ibón Blanco de Literola, en cuyas orillas hay quien hace acopio de agua. El resto hasta los vehículos, se puede resumir en un bajar y bajar y bajar… he dicho bajar?, siguiendo los hitos, hasta ese desvío al Ibonet, desde donde ya hay un sendero definido, que inequívocamente seguimos hasta el mismísimo asfalto, que al contrario de otras veces, ésta sí teníamos ya ganas de pisar.

            Un monte alto, el que más, de un macizo alto, de los que más. Alto y lejano, que nos ha obligado a estar en marcha casi 10 horas y media de tiempo total, del que 6 y media han sido en movimiento, para recorrer 15,3 km, y salvar del orden de 1.725 metros de D+. Todo ello en una jornada extraordinaria en lo meteorológico, sin excesivo calor, con buenas vistas, y con una muy buena compañía, con la que sin conocernos casi todos, al menos por nuestra parte, no se hace necesario, porque hay algo que nos une a todos, y es el amor por las montañas. Y eso, como el verdadero amor, del que forma parte, es muy poderoso.




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