lunes, 4 de septiembre de 2017

Ferrata de la Croqueta de Obarra, el sendero vertical

VÍAS FERRATAS
La Croqueta de Obarra (1396 m)
Sábado, 2 de septiembre de 2017


Barón d’Espés, 
barón d’Espés, si a Obarra ba,
a Espés no i tornarás més.
A lo que él sin miedo contestó:
¿En los tres gosos que porto
y l´aspingarda?
Torná o no torná
a Obarra vuy aná.

"El coloso", atribuido a Goya
            Conversación de inframundo entre el susurro de las guixas y los duendes del Turbón y el Barón de Espés que, tirano él, quería beneficiarse a la molinera del monasterio de Obarra… y fuera o no fuera, que el barón no regresó, dando por cumplida la amenaza brujeril. Estamos hablando de hechos, o no tan hechos, de acontecidos, o no tan acontecidos, de historias y leyendas, que se han quedado en la memoria colectiva, en torno al monasterio de Obarra, que desde el siglo IX, incluso antes, va atesorando historia como capital eclesiástica de la Ribagorza. Y de religión vamos a hablar, concretamente de la raíz etimológica de la palabra, aunque los estudiosos no se ponen de acuerdo en ello. Bien es verdad que todas las analizadas tienen sentido, pero nos quedamos con esa de “re-ligare”, volver a ligar, volver a atar, volver a juntarse, a amarse, lo divino y lo humano, porque eso es lo que vamos a hacer, porque eso es lo que hacemos cada vez que tenemos ocasión, volver a juntarnos, volver a amar a las montañas, a ese mundo natural del que todo nos viene y que tanto nos atrae.

El alba llega al monasterio de Obarra, como cada día en los últimos doce siglos

Congosto de Obarra
            Y hoy lo vamos a hacer más literal si cabe, porque también nos vamos a atar, también nos vamos a unir a la madre tierra a través de ese cordón umbilical que es una sirga, esa línea de vida que nos acompaña en cada ferrata. Sí, porque hoy volvemos al mundo ferrata, a la que quizá sea la más valiente de Aragón, y que con esfuerzo, pero con gran placer, nos va subiendo poco a poco tomando perspectiva sobre ese congosto de Obarra junto al que se halla el monasterio cuyo nombre se cree procede de un vocablo vascón y que significa “hendidura entre rocas”, o del aquitano Obirrión, “estrecho desfiladero de grandes rocas”. Y religar vamos a hacer también en el sentido de que vamos a unir el nuevo trazado bajo el desfiladero, por donde discurre la actual carretera, con el paso de la Croqueta, que por alto, y valga la redundancia, era paso obligado para el tránsito de las gentes a uno y otro lado de este gran desfiladero. Venga, que entramos ya en faena…

El conjunto monacal desde lo alto

            Pero antes, otra nota curiosa, veréis, porque estamos en la sierra de Ballabriga, que comparte nombre con una pequeña localidad, todavía habitada. Y como ese nombre había que investigarlo, no nos ha sido difícil encontrar que el sufijo –briga es celta, y significa “altura fortificada”, y como el prefijo Bal- no hay que explicarlo, deducimos que etimológicamente estamos hablando del Valle de la altura fortificada. A lo que no hemos encontrado respuesta es a los nombres de uno de sus montes, no sé si con tintes gastronómicos, que en los mapas aparece como “La Croqueta” y a más alta cota “El Tartero”.

Equipados con los pertrechos, empezamos

Comenzamos
            Ahora sí. Va. Unos desde Jaca, y otras desde Zaragoza, nos juntamos en Campo para llegarnos hasta las inmediaciones del monasterio. Justo antes de la boca sur de uno de los túneles del congosto de Obarra, arranca la vía, que cerrada por mantenimiento ha estado este tiempo atrás. La sirga parece renovada, lo que sí vemos es algo frecuente en otras ferratas, y es que los cabos de la sirga se rematan con cinta, que con el tiempo se deteriora, quedando al aire los hilos, lo que confiere un cierto riesgo para el agarre manual. Proponemos el empleo de una especie de cazo metálico, como un cilindro con fondo, que los recogiera, no quedando de ese modo al aire.


En plena progresión
            El primer tramo comienza ya vertical, pero muy dotado de grapas, por lo que confías, confías… y luego viene lo bueno. Con algún descanso intercalado, pero sin parar de subir en vertical, pronto se va ganando altura y tomando perspectiva sobre ese singular emplazamiento donde está enclavado el conjunto monacal, así como del resto del valle. Se alternan tramos de pared abierta con otros de diedro. También encontramos distintos puntos de escape, o al menos para poder montar tinglado de rapel. Tras pasar debajo de una gran carrasca la pared se toma un respiro y comienza un empinado sendero desprovisto de sirga, a pesar de que la encontramos referenciada en alguna reseña. Nos reagrupamos, para continuar subiendo a sólo dos patas, pero con cuidado, porque hay mucha piedra suelta, y se llega a la base de un espolón que hay que superar y rodear para alcanzar el primer puente, que nos lleva al siguiente espolón tras atravesar una arista con un paso horizontal.


            Se rodea parcialmente este nuevo espolón, y otra gran carrasca nos abre el paso para el siguiente puente, dotado como el anterior de doble sirga con plataformas para los pies. Se vuelve a cruzar en horizontal otro espolón, con escasas grapas y pasos muy físicos, pero aéreo y muy bonito, que nos lleva hasta el tercer puente, con sólo una sirga para los pies, y en poco ya terminamos este tránsito por los fierros de esta imponente vía, que encontramos con igual alguna grapa prescindible en algún tramo, pero que en otros han concentrado la dificultad para hacerla más exigente.

Spiderman / Spiderwoman

En el paso de la Croqueta -imagen de Toño
            Nos reagrupamos conforme vamos llegando, y el posado tras la pancarta del club es obligado, en un entorno como a unos trescientos metros en picado sobre ese congosto que constriñe las aguas del Isábena, que apresuradas traen las esencias pirenaicas hasta rendirse en el Ésera a la altura de Graus. A partir de aquí hay que descender por un itinerario, dotado recientemente también de sirga, pero prescindible su uso para los que tengan el nivel exigible para hacer la ferrata. Se llega a ese paso de la Croqueta, en el monte del mismo nombre, por el que antes de hacer la carretera pasaban paisanos, caballerías y mercancías de arriba a abajo del congosto y viceversa. Un paso señalado con marcas del GR 18.1, una variante del GR 18 o sendero de la Ribagorza, que nos bajan hasta Ballabriga, donde recogemos los vehículos y de vuelta paramos a comer en el restaurante Obarra, de Calvera… y muy bien, por cierto.




Más fotos, en: https://www.facebook.com/chema.tapiagr/media_set?set=a.1554830607872990

lunes, 28 de agosto de 2017

Picón d'o Libro, por la Feixa d'o Toro

AQUERAS MONTAÑAS
Peña Montañesa (2295 m)
Sábado, 26 de agosto de 2017



            El Sobrarbe no se entiende sin San Beturián, tampoco sin la Peña Montañesa, ese fenómeno geológico, y por qué no, también mágico que abre las puertas del corredor del Cinca a punto de recoger las aguas del Ara, las dos cuencas que vertebran esta histórica comarca. Condado de Aragón, que lo fue siendo anexionado posteriormente al Reino. La Peña Montañesa, o Picón d’o Libro es, con sus 2295 metros de altitud, el techo del gran macizo de la Sierra Ferrera, una de esas llamadas sierras interiores del Pirineo, y que quieren emularlo, consiguiéndolo en ocasiones, porque también son altivas, bravas, peleonas, no te lo ponen fácil, pero que con humildad y tesón se dejan domesticar, incluso les agrada tu presencia. Una visita ésta que hemos efectuado subiendo por una elevada cornisa sobre los abismos de esa cuenca del Cinca, que trae los lloros del glaciar del Perdido, y que a punto está de remansarlos en el embalse de Mediano. La Faja del Toro la llaman… y seguimos sin saber por qué.

Preparados para la ascensión

Oteando el horizonte, nuestro horizonte
            Hoy le hemos dejado ganar al alba. A las siete y media estamos prestos para salir del aparcamiento próximo al monasterio de San Beturián, y tomar el camino que sale enfrente, y que te va subiendo entre el bosque y ya fuera de él, hasta llegar al desvío para la faja, en eso de una hora. Por un sendero menos definido, más visitado por erizones que por personas, continuamos en busca del mundo aéreo de este enorme macizo. Un sendero que pronto empieza a picar para abajo, y que en poca distancia nos baja más de cien metros de desnivel. Y todo ello para dejarnos a los pies de un corto pero empinado canchal, que hemos de subir para situarnos ya en la entrada de la faja, aunque en realidad no existe un punto muy claro, pero se intuye.

Empezamos a tomar perspectiva

Canchal para dar comienzo a la faja
            A partir de ahí es seguirle el juego a la montaña. Que sale, nosotros con ella. Que entra, nosotros con ella. Es así de caprichosa, hay que seguir su contorneo por entre barrancos y desafiantes proas, un contorneo por esa cinturilla, elevada cinturilla que hay que transitar con extrema precaución, porque aunque hay suficiente plataforma para ello, el abismo que se abre bajo los pies es espectacular. Parada obligatoria se hace si tienes tentación de mirar lo que ellos ven, de sentir lo que ellos sienten, de admirar lo que ellos admiran… unos buitres que nos sobrevuelan por estos privilegiados espacios.

Faja del Toro, el alero de la Peña Montañesa

Un momento de respiro
            Aunque llevamos tres horas y cuarto desde el arranque, realmente de faja menos de hora y media. Cuando se abre ante nuestra vista otra impresionante proa, lo hace también un barranco a nuestra derecha, quizá el mayor, Barranco d’a Faixa en los mapas. El sendero nos lleva hasta sus entrañas, y al llegar a la mismísima comisura es por él por el que tenemos que subir. Aquí termina nuestra andadura por esta espectacular cornisa a varios cientos de metros de caída vertical. Echamos un bocado y nos hartamos de paciencia para subirlo. Corto pero valiente, nos deja ya en un sendero, a casi los dos mil metros, que ya nos va subiendo poco a poco hacia lo alto de este impresionante macizo. Un sendero que va sorteando los últimos pinos negros que han osado explorar sus propios límites para decirle al mundo que son capaces de dar vida a estas altitudes seres de semejante porte. Aunque no todos han corrido la misma suerte, porque tan expuestos a las inclemencias meteorológicas, los hay que han sido pasto de rayos y centellas, algo que ha quedado indeleblemente grabado en su faz, exteriorizando lo retorcido de su corazón.

Luchando por sobrevivir

En la proa del barco
            La tasca deja paso a los bolos, y en media hora más de ascenso nos plantamos en una forqueta que da vista al gran norte, también con unos abismos de espanto. Otra media hora corta más y llegamos a la cima de esta Sierra Ferrera, a la Peña Montañesa, al Picón d’o Libro que dicen los lugareños, y que tanto él como nosotros nos acordamos de nuestro paso por aquí hace cuatro años. Sí, cuatro años y un mes, en los que ha aumentado nuestro amor por las montañas, por esos seres que modelan el clima, por esos seres que modelan el paisaje, por esos seres que modelan el carácter… por esos seres a los que tanto nos gusta acudir para prendarnos de su sabiduría, de su amor, de su poder.

Sin palabras nos quedamos

Aproximándonos a cumbre
            Las vistas desde aquí son inabarcables. El estar alejado del eje pirenaico le confiere una perspectiva que no está al alcance cuando estás en él metido. Qué gran lección nos dan las montañas, la física, hay que alejarse del meollo para ver con más claridad las situaciones, los conflictos, alejarse para tomar distancia, rebajar la carga visceral y con más calma aumentar la claridad para adoptar las soluciones. El Gran Libro de la Naturaleza Viviente. ¡Qué prodigio!

Vistas hacia el Gran Norte

Comienzo del descenso por canchal
            Y con estas reflexiones dejamos atrás la cumbre de este gran macizo para comenzar el descenso, ahora sí, por la vía normal, que arranca con vertiginosas rampas de piedra suelta, en las que se pierde altura con rapidez, hasta llegar aproximadamente a los 2100 metros, donde ya nos abrazamos a la curva de nivel en un tramo que discurre paralelo y por encima del que hemos tomado a la subida tras sobreponernos al barranco. Pronto la tasca va haciendo su aparición, y tras pasar un puerto, triste por falta de ganado, continuamos el descenso, que discurre junto a una cabaña, su cercano abrevadero y corral, también vacíos.

Un alto en el camino

            En hora y cuarto más, llegamos a los vehículos, habiendo recorrido 11,6 km, en 7 h 15’ de tiempo total, del que 4h 45’ han sido en movimiento, salvando un desnivel acumulado en torno a los 1850 D+/-. Todo ello en una mañana de inestabilidad en lo meteorológico, pero que al final nos ha respetado, con una compañía de lujo y en un gran macizo a las puertas del Sobrarbe, terminando en torno a una buena mesa.






martes, 22 de agosto de 2017

Palas, un mundo sin piedad

AQUERAS MONTAÑAS
Palas (2969 m)
Sábado, 19 de agosto de 2017



            Jean Rameau, pseudónimo del escritor francés Laurent Labaigt, en su novela “L’ami des montagnes”, se refería a este pico como “el malvado de cabeza negra, el más peligroso de la cadena”, y quizá no le faltaba razón. Y es que el corazón de granito de este salvaje territorio, en su explosión en busca de los sentidos del ser humano, hace eones de tiempo, ha conformado un paisaje de una belleza indescriptible, y aunque no está domesticado, ni lo estará del todo jamás, sí podemos decir que algo se ha ido doblegando a lo largo de las dos últimas centurias, desde que comenzaron su descubrimiento los precursores pirineístas franceses, a cuyo territorio también desagua. En 1825, los tenientes Pierre-Eugène Peytier y Paul-Michel Hossard recibían del ejército francés un encargo de triangulación para elaborar un mapa de la zona, cuando pretendidamente ascendían al Balaitous, cometiendo el error de ser al Palas al que estaban subiendo, y lo hicieron por un itinerario de su cara norte, quedando bautizada con ese nombre, la arista de los Geodésicos. 

Imagen de partida, de poca calidad,
pero que atestigua la risa floja por lo que se nos viene encima

Con las primeras luces
            Nosotros, gracias a ellos, sabiendo ya que subíamos al Palas lo hacíamos por esa arista, para bajar por la “normal” de la chimenea de Ledormeur. Sí, entrecomillamos, porque muy normal, muy normal, no sé si es. Lo dejaremos en la “más” normal. La verdad es que por aquí nada es normal, todo es extraordinario, todo es espectacular, todo es grandioso, salvaje, bellísimo… todo sacia cualquier hambre y sed de montaña.

Contemplando el horizonte de luz

Camino del collado d'Arrious
            Los jirones de niebla, cada vez más frecuentes, salen a recibirnos conforme vamos subiendo el Portalet, unos penachos que llevan la etiqueta d’Ossau. Inconfundible. Llegamos al aparcamiento de Soques antes que el alba, como una hora antes, en la que como trece luciérnagas por el interior del bosque sólo podemos ir apreciándolo olfativamente… que no es poco. Media hora zigzagueando por el hayedo en brumas no es suficiente para conocer su vida en este ambiente, pero se aproxima bastante. Cruzamos el arroyo por la palanca dejando el bosque atrás, en lo suyo, en su húmeda oscuridad. Ya por encima de la raya de esas nieblas que modulan el paisaje, las primeras luces nos pillan con otro de los grandes del territorio a la vista, el Midi y su inseparable Peireget, que emergen por encima de ellas, como no queriendo perderse nuestras andanzas.

El pico Arrious se refleja en el lago de su mismo nombre

Enfilando el objetivo, por encima de las nieblas de Artouste
            Estamos en el mundo Arrious, hay que entenderlo, y como en una familia, todo aquí lleva su apellido. Seguimos subiendo por su barranco, pasamos por su cabaña, aunque en la puerta ponga de Bergers. Dejamos también atrás el desvío para subir al collado de Soba, ruta que lleva a su cordal, que tampoco nos pierde de vista, y a los Arrieles, que enseguida nos tendrán también en su radar. Último empujón para llegar al collado, también d’Arrious. Como dos horas desde el arranque, y más de 800 metros de desnivel. Vamos bien. Dejamos que el sendero siga su caída hacia Artouste, y nosotros tomamos el que gira hacia el este, para meternos en un momento en la cuenca del lago d’Arrious, en cuyas calmas aguas se refleja presumido el pico del mismo nombre.

Paso d'Orteig

Nieblas de Artouste
            Salimos de esta cuenca, y si queremos mirar algo, más vale pararse, porque el sendero te va llevando a una faja elevada sobre el circo de Artouste, con vertiginosa caída. Pero a poco que levantes la mirada, ese ojo que todo lo ve, nuestro bien amado sol, ya nos va haciendo guiños por la silueta del monte que nos hemos puesto hoy como objetivo, justo por ese pitón Von Martin, como diciendo: “… por aquí no, que os quemaréis…”. Paso d’Orteig, con su sirga, más precisa en invierno que ahora, pero que no va mal.

Palas e ibón d'Arremoulit

Un momento de respiro junto al refugio
            Una pequeña vaguada y pronto alcanzamos visualmente otra cuenca. Cambiamos de mundo, pasamos al d’Arremoulit, con sus lagos, con sus picos, con su refugio, al que hay que llegarse, aunque cueste perder altura. Bocado para reponer fuerzas y al tajo, que en dirección al Palas, en un cuarto de hora abrimos el círculo para tomar dirección norte en busca de esa arista que nos va a subir a la cima. Algo más de una hora entre incómodos bolos de granito para llegar a una amplia plataforma donde la ruta se pone más vertical, y donde aprovechamos para pertrecharnos con el equipo de seguridad, por si en algún momento se hiciera preciso emplearlo.

Preparados para la ascensión

Progresando hacia la brecha de los Geodésicos
            Otro cuarto de hora más, buscando hitos para llegar a la brecha de los Geodésicos, y tomar bien el verdadero comienzo de la arista. A partir de aquí ya entran en acción las manos también. Paso a paso, golpe a golpe, verso a verso… bloque a bloque, vamos ganando esa aproximación a la cumbre que bien se lo hace de rogar. Setenta minutos de delicada cabalgada por estas crestas, por estas enormes rocas, que en aquel colosal y convulso juego tectónico les ha tocado este lugar, les ha tocado apuntar a lo más alto, por encima de todas las demás, por encima de abismales patios, y que son pasto de los mil y un soles, de los mil y un vientos, de las mil y una aguas, hielos, nieves, que las acarician, que las contemplan, que las miman, que las modelan para disfrute de los que por aquí venimos a reptar por sus lomos.  

En plena faena por la arista

Otro tramo de arista -imagen de Josemari-
            Al término de esta alianza hombre-roca, roca-hombre, llegamos a la cima, que no es otra cosa que continuación de la arista. Con enorme alegría y respeto vamos subiendo unos y bajando otros del punto más alto de esta montaña. No cabemos todos, sólo organizándonos, y con mucho cuidado, para el posado mayenco. Bien se vale que debajo, dando cara ya a la cuenca de los Arrieles hay una pequeña plataforma, no muy cómoda, pero al menos cabemos todos para echar un bocado y repasar los montes que nos inundan visualmente. Son tantos que apenas nos da tiempo. Para nombrarlos todos haría falta sacar el catálogo de los dos mil quinientos y tres miles. Sólo destacaremos, y que no se nos enfade ningún otro, los colosos de este impresionante circo, los Arrieles, las Frondiellas, y el padre prior del convento, la joya de esta impresionante corona, el Balaitús.


Llegando a cumbre
Balaitús y Frondiellas
            Tras seis horas de andanzas por barrancos, cuencas lacustres, y aristas desafiantes, finalmente nuestros corazones se hacen uno con el de esta dura montaña. Finalmente, decimos, nuestras expectativas se ven colmadas con tanta belleza. Como siempre, sin duda, el esfuerzo ha merecido la pena. La satisfacción es plena, pero el trabajo a medias, hay que bajar. El día está radiante, aunque no opinen lo mismo los que estén en los fondos de los valles franceses, ahogados por las nieblas. Desde la brecha de los Geodésicos hemos venido coqueteando por esa línea invisible que sólo está en los mapas, y que marca los límites de uno y otro país, incluso la cima lo hace, y los primeros compases del descenso también, hasta entrar en la chimenea de Ledormeur, considerada como la vía normal de ascenso.

De izquierda a derecha: Midi d'Ossau, picos d'Arrious y Lurien, y lago de Artouste

Rapelando -imagen de Raúl-
            Tiene dos tramos, uno inclinado y otro más todavía. Pero aun así y con todo, hay que tomarla sí o sí, porque no es difícil tomar otras, que no conducen a ninguna parte. Hay que estar muy atentos a las pinturas rojas. Y muy atentos también a las piedras, pues la roca está muy suelta y la verticalidad hace que se lancen como proyectiles. Al término de la primera parte y comienzo de la segunda hay un tinglado para montar rápel y asegurar las inseguridades, y hoy, tras un reciente episodio familiar ligado al hombre, a la pared y al vacío, uno las tiene, y no le duelen prendas en aprovecharse de este sistema de descenso, aunque sea el único en hacerlo. Esta segunda parte es como la anterior, pero bastante más inclinada.

Collado de Palas

Pitón Von Martin... ya si eso pa'otro rato
            Llegados ya al pie de la chimenea, una corta faja nos conduce a continuar el destrepe para llegar al canchal, que tenemos que atravesar, y que en menos de una hora nos lleva hasta el collado del Palas, con un ojo sobre esta cuenca de Arriel, y con el otro sobre la de Arremoulit, que es en la que nos sumergimos para en un cuarto de hora de bolos y más bolos cerrar el círculo. Diez minutos más para alcanzar el refugio, en el que hacemos una breve parada, para a continuación desandar el camino de esta mañana, con las nieblas de Artouste que no ocultan sus intenciones de llegar al paso d’Orteig antes que nosotros, pero que no lo consiguen. Lago d’Arrious, collado, y largo descenso por el barranco hasta la palanca, que da entrada al bosque, del que disfrutamos veinte minutos más de su ambiente.

Ambiente de alta montaña

Hayedo encantado
            Aparcamiento de Soques. Esta es la verdadera cumbre. No podemos ocultar nuestra alegría al llegar a ella, y no es para menos, después de 18,2 km netos, recorridos en 11h 15’ de tiempo total, del que 6h 45’ han sido en movimiento, con un desnivel acumulado superior a los 1950 metros D+/-. Gracias a un monte duro, que a pesar de todo se ha dejado. Gracias a un día insuperable en lo meteorológico. Gracias a María, Carlos V, Josemari, Rafa, Toño, Carlos C, Jose, Manuel, Raúl, Daniel, y especialmente a Julio y David, que han velado en todo momento por nuestra seguridad. Finalmente, ese mundo sin piedad, con que subtitulábamos el encabezamiento, ha permitido que pasemos una extraordinaria jornada de alta montaña, un verdadero lujo entre amigos, y en un entorno, como hemos dicho en algún momento, sal-va-je-men-te bello. Gracias.