domingo, 4 de septiembre de 2016

Balaitús, roto por los cuatro costados

AQUERAS MONTAÑAS
Balaitús (3.146 m)
Sábado, 3 de septiembre de 2016



Balaitús,
Grande entre los grandes
Que a poniente miras
Para crecerte más
Sin encontrar donde mirarte.
Balaitús.


Llegando a Respomuso
            “El cartero siempre llama dos veces”, es el título de una novela de género negro escrita en los EEUU allá por los años 30 del siglo pasado, considerada como una de las mejores de su categoría, de hecho ha sido llevada al cine en más de una ocasión. Nosotros, ni somos carteros, ni pertenecemos a ese género de crimen e investigación. Pero sí tenemos algo en común, que si no se nos escucha a la primera, volvemos a llamar a la puerta. Y es lo que hemos hecho en esta ocasión en el Balaitús, que si el año pasado miró para otro lado, su memoria le ha perseguido hasta hoy, que sí ha atendido nuestra llamada, aunque no nos lo ha puesto fácil. Diez mayencos, diez, algunos con la vista puesta en esa otra llamada de la gran montaña nepalí de octubre, cumpliendo el calendario de actividades del club, con sumo respeto a esas faldas desconchadas, rotas, de quebrados pliegues, y con la humildad necesaria para afrontar el reto de ascender a uno de los grandes, hemos podido darnos grandes abrazos en su mayor altura.

Cresta del Diablo e ibón de la Vuelta Barrada
Progresando hacia la brecha Latour
            El año pasado, una vuelta de agua, que a estas alturas fue de nieve, dejó completamente helado el tránsito por la Gran Diagonal, lo que nos hizo desistir. Este año lo hemos abordado por la brecha Latour, bajando por ese roto y estrecho paso de la Gran Diagonal, que se debate entre las empinadas y rotas chimeneas y el abismo que se da miedo a sí mismo. Recordemos lo que decíamos el año pasado:


Espléndido circo de Piedrafita
            “El bilingüe Balaitús, o menos conocido como Pico Moros, es el punto más alto de un gran macizo. Tan grande es que presume de albergar los primeros tresmiles que te encuentras viniendo de poniente. Un macizo tosco, áspero, altivo, hostil, pero que como uno más de esta gran familia pirenaica hay que visitar, querer y acariciar. Hay que ganárselo”. Bueno, pues aquí estamos para eso, pero le hemos dado la vuelta a la jugada para pillarlo desprevenido, cosa algo difícil cuando hablas de los grandes.

Entrada a la brecha Latour
Salida nocturna en La Sarra
            La Sarra. Seis y media de la mañana. Una mañana que duerme y que no queremos desvelar, porque los que entienden de esto dicen que son posibles las tormentas esta tarde. Una mañana, que lo último que querríamos es que se enfadara con nosotros, que al tiempo de morir le deje algún recado a la tarde, y nos la amargue, porque hoy la jornada va a ser larga. Una mañana, por tanto, que preferimos que siga su curso, que encienda su luz cuando le toque y que se despierte sin sobresaltos. Nosotros vamos con las nuestras, para evitar sobresaltos también.

Brecha Latour
            La decisión de última hora de subir por la emblemática brecha Latour, nos hace llegarnos hasta el refugio de Respomuso, algo que hacemos en dos horas y veinte de acompañar al río Aguas Limpias que liberado de sus apreturas en el embalse, lleva milenios trabajándose un cauce, imponente cauce, con grandes y hondas fauces. Parada técnica en el refugio, y sin más dilación la emprendemos por el barranco de Respomuso, salvando ya fuertes desniveles por la ladera derecha del circo de la Vuelta Barrada, en cuyo seno se alojan varios ibones bajo la atenta y quebrada mirada de la cresta del Diablo, que desde el pico Cristales, va en busca de la arista Casterillou, que llega hasta este impresionante macizo que es el de Balaitús. Seiscientos cincuenta metros en hora y media, con una breve parada para admirar todo ello, median para llegarnos al verdadero reto de hoy.

Primeros compases
            Estamos frente a la brecha Latour, con una expectación que raya en el enfrentamiento a lo mítico. Y nos asomamos a ella desde encima de una ancha repisa a la que nos ha traído el camino. La brecha está carente de nieve, pero su desagüe, al abrigo de esta cornisa en la que nos encontramos, que se da cara al norte, conserva todavía el alargado extremo de un ancho nevero, al que tenemos que bajar para transitar por él y tomarlo por su parte derecha, porque bajar desde la cornisa directamente lo vemos arriesgado, aunque hay quien lo hace.

Progresando por la brecha
Grandes bloques empotrados en la brecha
            Materiales muy rotos tenemos que ir superando hasta situarnos en el punto inferior de la brecha y dejarnos engullir por ella, bajo su alargada y vertical pupila, mientras escuchas sus tenues susurros en los que te va diciendo: “… bueno, ya estás aquí, sabrás qué hacer ahora, ¿no?, porque yo mucho no te voy a ayudar”. Pues eso, al turrón. Golpe a golpe, verso a verso, vamos escribiendo en la piedra nuestra particular poesía de aire y de luz, subiendo con extrema cautela, asiéndonos a todo lo que se nos viene a la mano y que no se menee, que no siempre se consigue. Tras superar esos pasos técnicos, físicos, por las entrañas de la brecha, salimos a un lugar algo más ancho, provisto de unas clavijas que conviene seguir para tras otros pasos echando manos, llegar a una arista en la que se abre una muy amplia e inclinada plataforma, como de ante cima, coronada por la cumbre de este gigante.

Llegando a cumbre
            Cerca de doscientos metros de desnivel hasta esa cumbre, que hacemos en media hora, por camino de piedras, y con unas vistas ya impresionantes sobre la cuenca de los Arrieles y otros valles que galo hablan. La llegada, como todas, es un momento inenarrable, toda la emoción se te arrepreta en la garganta y te impide tragar. Te alimentas con el disfrute propio y del grupo. Te alimentas con haber cumplido el objetivo, al menos la mitad de él. Te alimentas con la gran cantidad de montañas, de valles, de decenas de horizontes con los que compartir tu alegría. Los más cercanos, esas Frondiellas que aún recuerdan nuestra visita de hace dos años. O ese pico Cristales, que tras las crestas de Casterillou y Diablo, lo hicimos nuestro apenas un mes antes.

Vista hacia el mundo Pallas
Salida de cima
            La cima es una amplia plataforma compartida con el país vecino. No obstante, el vértice geodésico, bajo una estructura metálica piramidal, habla español. Junto a él, amaestradas las primeras emociones, echamos un pequeño bocado y trago, además de las fotos de rigor. Pronto, el pensamiento del largo y nada cómodo descenso nos asalta, y no hay mejor forma de quitárnoslo de encima que enfrentándonos a él. Un descenso que emprendemos encarándonos hacia el norte, por un decidido camino que nos va enfilando sobre verticales y estrechas canales, con diversas opciones para bajar. El descenso se hace lento, muy lento, porque hay que asegurar muy mucho los puntos de apoyo. La inclinación y lo roto del terreno ponen ese puntito que te hace no bajar la guardia ni un solo segundo.

Las Frondiellas
Bajando por las rotas canales
Como tres cuartos de hora de plena tensión y llegamos al punto de retorno del año pasado, que transitamos ya hasta una explanada que ya te indica haber salido del terreno más crítico. Un corto descenso por camino de piedras y se entra en otra empinada canal, pero más ancha, que desemboca en el abrigo Michaud, desde donde optamos por seguir bajando no por el ibón Chelau, sino en busca del camino de descenso de las Frondiellas. En una hora de impenitente bajada desde el abrigo Michaud hasta el inferior de los Arrieles, nos tragamos más de quinientos metros de desnivel. Otra hora más hasta bajar al GR 11, y otra más para llegar a la Sarra, a donde nos presentamos a las cinco y media, casi once horas desde la salida.

Gran Diagonal
            Una jornada dura, sin duda, pero necesaria para auparnos a este gigante del Pirineo, alto, lejano, con cara de pocos amigos. Una jornada, decimos, en la que le hemos metido 10h 50’ de tiempo total, del que 7h 20’ han sido en movimiento, para hacer 21,2 km, con más de 2.500 metros de desnivel acumulado D+, y en la que el tiempo finalmente nos ha respetado. Es el precio que hay que pagar para ver el mundo desde esta extraordinaria atalaya, a la que le teníamos ganas, y que hoy por fin, con su complicidad, hemos conseguido, acompañados en todo momento por este gran equipo de la Sección de Montaña del CP Mayencos, cumpliendo otro hito de su calendario.

  

lunes, 29 de agosto de 2016

Ballibierna, con su Tuca Culebras y Llauset

AQUERAS MONTAÑAS
Ballibierna (3.059 m)
Tuca Culebras (3.053 m)
Llauset (2.910 m)
Sábado, 27 de agosto de 2016

De retorcido nervio
Y afilado colmillo.
Bicéfala montaña
Que a dos aguas viertes
A lomos de tus vetas
Queremos quererte”.


Llegando al Ballibierna
            Una montaña alargada, retorcida, salvajemente bella, fruto de eones de tiempo de sufrimiento geológico en un resurgir de las entrañas de la tierra, para tener su protagonismo rasgando el horizonte. Que miras por encima del hombro a toda esa tierra que te ha aupado y que forma parte de tu paisaje, de ti misma, de tus largas faldas cobrizas, y que está ahí para dar testimonio de lo que un día fuiste. Al sur, la inmensa cuenca del inferior de los Llauset, estreñido tras el cemento. Al norte, el valle de Ballivierna, excavado por un inmenso glaciar, y que media con el cordal más majestuoso del Pirineo, coronado por el Aneto, que alberga las mayores alturas, las más afiladas crestas, los más bellos ibones. En el terreno de los más grandes, que lo es, se halla este pequeño gran macizo, bicéfalo, siamés, unido por esa afilada arista capaz de albergar tan sólo alguna de nuestras falanges, aunque bien es cierto te permite subirte a ella a horcajadas en caso de apuro. Con identidad propia, el pico Ballibierna y la Tuca Culebras forman un indivisible conjunto en el que no se entiende el uno sin el otro, unidos por el afamado Paso del Caballo.

A la salida en el embalse de Llauset

Subiendo al Llauset
           Tras décadas de conocimiento de lejos, y por los cuatro costados, hoy por fin hemos estrechado lazos. Con Alberto del CER (Graus) y los mayencos Elena, María, Marieta, Javier, Carlos y Rafa, nos hemos aupado a su estrecho lomo, para reconciliarnos con él, para que no nos lo cuenten, para que su memoria y la nuestra sean una sola. Y como el pico Llauset, al sur del collado de su mismo nombre, nos ha estado mirando de reojo, también ha sido un gusto mutuo el haberlo visitado, a pesar de estar tan roto y de presentar un no muy fácil acceso, y porque los que no llegan a los tres mil también existen.

Cruce en el valle de Llauset, con la señalización de Senderos Turísticos de Aragón
Junto al gran hito, camino del ibón de Botornás
            Como la idea inicial era abordarlo por Llauset, aprovechamos la puesta en funcionamiento del nuevo refugio para quitarnos algunos metros de desnivel y como hora y cuarto de tiempo, acudiendo la víspera a dormir. Un refugio en el que ya estuvimos en la jornada de su inauguración, y que está construido con las más modernas directrices en cuanto a eficiencia energética. No son todavía las cinco y media de la tarde cuando llegamos al borde de las artificialmente apretadas aguas de Llauset, que nos recibe calmo, como es él, atemperando unos rayos de sol que se sabe ya en rendición, pero que va a aprovechar bien el tiempo que le queda. Y lo hace sobre nuestras cabezas en ese discurrir por sus orillas, hasta meternos en la pequeña cuenca del Botornás, un ibón infiltrado en este mundo Llauset.
Ibón de Botornás
            En el aperitivo de la cena estamos cuando se incorpora Alberto, que pensamos venía directo del trabajo, pero no, cómo va a perder tiempo, viene del pico de la Solana de Llauset. Bueno, presentaciones, y entrada en materia ya desde los primeros compases de la cena.

Arranque de la jornada en el refugio de Cap de Llauset

Panel informativo del GR 11.5 como Sendero Turístico de Aragón
            Las siete de la mañana tardan en llegar, se muestran remolonas para la cita. Desayuno, y al turrón. No son las ocho cuando nos ponemos en marcha en una mañana que anda aún desperezándose y que mira para otro lado, hasta que al cabo de una hora se va ya alineándose con nosotros y con un sol que nos recuerda que hay que protegerse de él. Antes, en un lugar próximo al refu, el cartel que señala la división del GR 11, que viniendo del collado de Ballivierna, toma aquí dos caminos, el del norte hacia Cap de Llauset, mundo Angliós, y Salenques, y el del sur, que baja al embalse y a Aneto. Amén del nuevo circuito GR 11.5, que une los refugios de Llauset, con Renclusa y Llanos del Hospital, pasando por Senarta. Pero nosotros a lo nuestro.
 
Ibones de la Coma Arnau
Progresando hacia los ibones
            La Roca Blanca, que también va despertando, lo hace para mirarse la cara en uno de los Estanyets de la Coma Arnau, que vamos dejando a nuestro paso, habiendo dejado anteriormente el GR 11 que vaya y venga por donde él ya sabe. Conforme vamos adquiriendo altura se nos va abriendo la vista hacia nuestro objetivo de hoy, el Ballibierna, con falda bicolor, que nos facilita visualmente su acometida. Lejos, a nuestra derecha se queda el ibón Chelat. En menos de dos horas desde el arranque ya estamos al pie justo del monte, en el comienzo de una cómoda pero empinada pedrera que nos sube hasta un pequeño cuello, que dejamos un poco a nuestra derecha, para asomarnos sobre la cuenca que hemos traído y a la de Llauset, que se ve interrumpida por el embalse.

Valle de Llauset
Transitando por la cresta
            Volvemos a ese pequeño cuello para auparnos, ahora sí, a los 3.059 metros de altura, la máxima de este macizo que se hace llamar Ballibierna, porque también se asoma a ese valle, y es en esa dirección donde tiene sus ídolos.  Unos ídolos que también son los nuestros. La estampa de los mundos Coronas, Maladetas, Aneto, Rusell, Margalidas, Ixalenques… toda una gran familia bien avenida, aunque con sus cosas también, es auténticamente paralizante. Encontrarte ante los grandes del Pirineo también te hace grande, pero la paciencia de soportar todo lo que la intemperie te eche encima, la quietud, los ritmos, el temple, también te hace reflejarte en ese espejo de humildad, no encontrándote siempre al otro lado.

Cumbre del Ballibierna (3.059 m)
Paso del Caballo
            La filosofía se nos pone por corbata, acompañada de alguna otra cosa, cuando tenemos delante ese paso del Caballo, tan frívolamente tratado a menudo. Mientras seguimos con el éxtasis que los grandes y altos espacios producen en nuestro interior, vemos cómo va desfilando el personal por la afilada arista, quizá en un acto reflejo de “cuanto antes se pase, mejor”. Desde luego, no está para correr la cosa. Nunca tan poco terreno había producido tanta adrenalina, ni siquiera en vertical. Estamos ante los veinte metros más críticos de la jornada. Estamos ante el nexo de estas dos cabezas. Estamos. Estamos listos para pasar.

Aneto, Tempestades, Russell (imagen de Javier)
En plena faena (imagen de Javier)
            En la cresta, justo los cazos para meter las falanges de las manos, y no todas. Los pies, bueno, hay que buscar acomodo para la puntera de las botas en pequeños resaltes, al tiempo que la vista se te va por la entrepierna resbalando por esta gran losa hasta varios cientos de metros más abajo. Justo, muy justo todo. Tranquilidad y temple… y prueba superada. Nos volvemos a reunir en los 3.053 de la Tuca Culebras, arrastrando ese nombre como arrastrada se vio su morfología al principio de los tiempos… bueno, quizá más tarde.

Bajando del Ballivierna
para enfilar el Paso del Caballo
                             Las vistas no han cambiado demasiado, pero ahora, habiendo dejado ya atrás el Caballo y sus mudos relinchos, y echando un bocado, todo se ve distinto. Un profundo sentimiento de reconocimiento, de agradecimiento, satisfacción y bienestar recorre nuestro interior, tratando de compartirlo con todos en ese abrazo con los compañeros, que simboliza un abrazo también con todas las montañas que están a nuestro alcance visual, y que son muchas. Momentos inenarrables, que nos evocan a otros similares, porque iguales no hay.


Volcánico valle de Llauset, que baja a beber al embalse

Bajando al collado de Llauset
            El collado de Llauset media entre su valle, que vierte a su embalse, y el próximo a la Sierra Negra. Todo un mundo que da testimonio de su pasado. Pues con él a la vista emprendemos el delicado descenso, porque es empinado, y el camino no es evidente, hay que ir buscando los hitos y echando las manos en numerosas ocasiones. Una vez en el collado, nos cuenta Alberto que subir al pico Llauset es cuestión de diez minutos, de modo que nos hacemos al ánimo y le acompañamos.


En la Tuca Culebras
La montaña mira al infinito
            Es un monte humilde, pero enfadado con el mundo. Muy roto él, hay que ir buscando el itinerario porque es cambiante. El gran desnivel de su falda y la cantidad de piedra suelta la hacen rodar como escombros. Bueno, tocar chufa y volver al collado, desde donde por parte de algunos se emprende un frenético descenso por un marcado sendero de piedra suelta, que no sabe de zigzag, y que en cuarenta minutos nos baja más de seiscientos metros de desnivel hasta las orillas del embalse, habiendo pasado por el cruce en el que el GR 11 sube, o baja, según le dé, del refugio, cerrando en ese punto esta magnífica circular.

Delicioso baño
Gracias, Alberto (imagen de Javier)
            Es la una de la tarde. Hace calor. Estamos en la orilla de un embalse. ¿Qué es lo siguiente? Valiente adivinanza. Al agua patos. Y en cuatro zancadas, a los autos. Con un calor rayando lo insoportable llegamos a Aneto y nos metemos a comer en el Nestuy, donde terminamos de socializar en torno a una buena mesa esta extraordinaria jornada, con risas, muchas risas. Una jornada, complementada con la de ayer, en la que le hemos metido 7h 10’ de tiempo total, del que 4 horas han sido en movimiento. Todo ello para recorrer 12,6 km, con en torno a 1.080 metros de desnivel acumulado D+/-. Una jornada inolvidable, en un entorno espectacular, con una compañía de lujo.


En la Tuca Culebras (imagen de Javier)



viernes, 26 de agosto de 2016

Infiernos, por entre Marmoleras

AQUERAS MONTAÑAS
Infierno Occidental (3.073 m)
Infierno Central (3.081 m)
Miércoles, 24 de agosto de 2016

“Infiernos,
De dónde tu nombre viene.
Lejanos en la memoria y en tu lugar
Hoy nos hemos acercado,
De tus marmoleras admirado,
Y por tu gran arista paseado.
Sabemos de dónde tu nombre viene:
Infiernos”.
  
            En el corazón del reino del granito, se alza este imponente macizo, que aunque no sube mucho más de la mítica cifra de tres mil metros, se hace visible desde muchos puntos del Pirineo, porque ha sabido crearse unas señas de identidad únicas, sus marmoleras. Los Infiernos, o Quijada de Pondiellos, han sido nuestro objetivo de hoy, porque hace muchos años que no volvíamos, porque es una montaña que siempre nos atrae, porque es brava, desafiante… y porque está ahí. Con un grupo de empedernidos, Julio, Rafa, María y Carlos, rayando el alba en el Balneario de Panticosa, se pone en marcha esta expedición vasco-aragonesa.


Subiendo al collado
            Éste, como cualquier punto que tenga como origen este agujero del balneario, es lo que tiene, que no sabe de calentamiento, de arrancada ya socarrada. Vamos subiendo a buen ritmo por las largas faldas del macizo del Garmo Negro. Al cabo de media hora dejamos a la izquierda el desvío a Ordicuso. Doscientos metros de desnivel, no está mal. Poco a poco nos vamos metiendo en el tirano mundo mineral hasta alcanzar el collado de Pondiellos, al que llegamos tras dos horas y cuarto más de andanzas bolo tras bolo.


Bajando a los ibones
            El collado hace de divisoria entre las cuencas del balneario y de Pondiellos. Ésta última alberga unos ibones que buscan su acomodo a los pies de Infiernos, Garmo Negro, y parte de los Algas. Unos ibones que invitan a la reflexión sobre las distintas medidas del tiempo de los seres. Ahí están desde hace decenas de miles de años, como vestigio de los hielos que fueron y ya no son. Hoy, es lo que nos queda de esos tremendos glaciares del cuaternario, tan sólo unas lágrimas, sus lágrimas, ante lo que menos podemos hacer es conmovernos.

            
En busca de las terrazas herbosas
            Tras echar un bocado, bajamos hasta casi el borde de esos ojos de mirar infinito a la par que nos vamos acercando a la pared bajo la imponente marmolera oriental. Vamos en busca de terreno herboso, que nos va a ir subiendo vertiginosamente hacia una loma que nos da vista sobre la otra marmolera, la occidental, por cuyo extremo superior discurre la vía normal, por la que vemos ya gente circulando hacia arriba. Seguimos por esta empinada loma a dos marmoleras vista, hasta llegar a la confluencia de esa vía normal, desde la que se empieza a poner un poco técnica ya la subida, teniendo que emplear las manos y la atención en general.


Cuenca de Pondiellos
            La llegada a la cima Occidental es otro de esos momentos mágicos que tiene la montaña. El escenario, los escenarios, son brutalmente bellos, salvajemente bellos, enmudecen al más pintado. Tenemos ya a nuestros pies la cuenca de los Azules, una cara norte que alberga todavía tímidos y agónicos glaciares. Pero hay que concentrar la mirada en el terreno que se pisa, porque para pasar al Infierno Central, máxima altura del macizo, hay que atravesar una arista, que no siendo muy estrecha, se te puede rifar el abismo a ver por qué lado te engulle. Llegamos a esa cima central, y todavía sigue hasta la oriental, pero ya media una gran brecha, que obliga a perder altura, y no estamos para perder nada, aunque María, Carlos y Rafa sí que se animan. Mientras tanto, contemplación y más contemplación, los ojos no saben a dónde ir. (.).


Progresión por la arista
            Al agruparnos en el Central, regresamos al Occidental. Echamos bocado y trago y para abajo. El descenso lo enfilamos por la vía normal, es decir, que desandamos esos 70/80 metros de desnivel y nos metemos ya decididamente en esa vía, que para ser la normal, es mucho más arriesgada y expuesta que la que hemos empleado para subir. Para empezar te lleva por una estrecha cornisa bordeando la parte alta de la marmolera occidental, soportando la mirada de reojo del Garmo Blanco. Una vez llegado a su collado, con el mundo Tebarray ya a la vista, la travesía cuasi horizontal se torna destrepe, teniendo que alcanzar un sendero que se ve abajo, bastante por debajo de nosotros.

Terreno muy roto
            Una vez llegados a él, sólo resta alcanzar el collado de los Infiernos, desde donde se tiene una imagen del pico e ibón de Tebarray difícil de olvidar, una imagen que cautiva, que atrapa, que da, pero que también quita. El monte que tira para arriba, y la cuenca que alberga ese ibón negro hasta rabiar, es un dueto perfecto, como líneas de energía que circulan en direcciones opuestas. Fue un amor a primera vista hace años, muchos años, y que rendimos respeto y veneración cada vez que volvemos a pasar por aquí.




En el Azul Superior
           En este collado nos abrazamos al GR 11, que viene de Respomuso y que ya no abandonaremos hasta la Casa de Piedra. Desde aquí, decimos, tres horas hasta destino. Tres horas que dan para bajar lo que en otra época del año es una pala de nieve característica, de la que queda un estrecho vestigio que agoniza bajo el calor reinante, seguir el curso del agua, que nos lleva hasta el Superior de los Azules, bajar al Inferior y entrar ya en la cuenca de los Bachimaña, el Superior, que deja al aire parte de sus esqueletos, y el Inferior, a los pies del nuevo refugio. Seguidamente, descender la cuesta del Fraile y seguir por el interminable camino que deja nuestros huesos junto a esa Casa de Piedra, pletórica de celebraciones montañeras, suponemos. Las birras a otro lado, queremos decir.


            Con un nuevo sobo del trece, finaliza esta impresionante circular, subiendo a los Infiernos por un itinerario poco conocido y mucho más cómodo que el llamado normal. Una circular a la que le hemos metido 10 horas de tiempo total, del que 6h 30’ han sido en movimiento, para recorrer 16,5 km, con en torno a 1.850 metros de desnivel acumulado D+, con unos paisajes excelentes, y una compañía de lujo.