domingo, 6 de julio de 2014

El Cristales, en la frontera

AQUERAS MONTAÑAS
El Cristales (2.890 m)
Sábado, 5 de julio de 2014



            “… como parra fecunda…”, que decía el Sabio. Y para eso están los sabios, para aprender de ellos, y lo que nos enseñan hoy es la tenacidad. Sí, la tenacidad. Virtud del ámbito de la voluntad, de la acción, que nace del buen maridaje entre el mejor pensamiento y el mejor sentimiento, entre una buena idea y un buen deseo. Y es eso lo que hace que las personas no dejen las cosas a medias, es eso lo que hace que las personas perseveren hasta alcanzar lo que se proponen, es eso lo que hace que las personas no cejen en el empeño, es eso, en definitiva, lo que hace poder cerrar los proyectos con fuerzas renovadas para comenzar otros.

La generosidad sin límites
            Y esa es la atmósfera que envuelve a una persona en este “proyecto” de hoy, y que es capaz de arrastrarnos hacia él, y de contagiarnos por él. Y ya nos alegramos de haberlo culminado con éxito… porque… está muchismo lejos, que diría un castizo. Muchismo.

             La montaña es así. Es como todo, pero distinta a todo. Es un buen terreno de juego en el que se propician estas cosas. Personas con las que es la primera vez que te cruzas en esta vida, pero si lo haces en la montaña, todo es distinto. Promovido por uno de ellos, Larru, con Jose, Josemari y Miguel, hoy hemos sido cinco los que nos hemos juntado para ayudarle a dar capetazo a este monte, porque un montañero que intenta sin éxito una ascensión, jamás olvida que tiene esa deuda con la montaña, y tarde o temprano se las arregla para pagarla. Y hoy ha sido ese día.

El bosque encantado
            Gran madrugón para arrancar en la Sarra a las siete de la mañana. Una mañana que va a su aire, sin hacer mucho caso a lo que se esperaba de ella, claro que, una cosa son los pronósticos generales, y otra los locales…todo depende de a qué altura pongas el foco. Bueno, la cuestión es que pinta gris, el cielo está ocupado por unas borrascas inquietas, con unas nubes que no saben muy bien si van o vienen. Desde tierra se ve plano, pero las muy distintas alturas en las que se encuentran hacen que lleven sus luchas internas, unas luchas para las que no tenemos ninguna intención de esperar el resultado.

El recorrido discurre en buena parte
por el GR 11, en una de las etapas
más alpinas
            Nos ponemos en marcha, y lo hacemos abrazados al Aguas Limpias, que le aporta un enorme caudal al Gállego en estos días. Los neveros se desangran, y los barrancos bajan bien cumplidos. El tramo hasta alcanzar Respomuso salva como 700 metros de desnivel, y está cifrado en dos horas y media. Nosotros le acortamos un cuartillo. Cuando comienza a afear en la retina ese enorme muro de cemento que sujeta las aguas del embalse, sólo hay una compensación, y es la aparición por encima de él de los primeros picos del circo de Piedrafita, un circo que a pesar de lo domesticado de las aguas es salvaje, se muestra salvaje, siendo uno de los más bellos de los Pirineos, y no decimos el que más por si nos oyen los otros.

     

            Ermita de Nª Sª de las Nieves. Es su sitio. Nos acercamos hasta las proximidades del refugio, donde un cartel del Centro Aragonés de Investigación de Flora y Fauna (CAIFF), Los Silos, nos muestra la labor realizada desde hace décadas para el estudio de esta singular cuenca, con la colaboración de los guardas del refugio de la FAM. Bocado y trago.

Pequeño circo y valle colgado
de Llena Cantal
            Seguimos, dejando a nuestra izquierda una de las subidas al Balaitús, o Pico Moros, el tresmil más occidental de la cordillera. Pasamos por enfrente del valle glacial de Llena Cantal, en cuya cuenca vierten las faldas de Tebarray, Piedrafita y el propio pico homónimo, entre otros. En poco más de un cuarto de hora nos presentamos en Campoplano, con su sinsentido e inútil presa, cuya visual hay que ignorar si quieres seguir manteniéndote en el paisaje. Por encima del ibón, el sinfín de riachuelos que lo alimentan no nos lo ponen fácil para pasar hacia nuestro siguiente hito, que es culminar la cubeta y posicionarnos al pie de la subida al collado de la Piedra de San Martín, muga con el país vecino, aunque de eso no entiendan los montes.

Las Faixas se hacen presentes
            Primer nevero y vamos subiendo por el sendero, hasta que lo dejamos que vaya al collado y vamos acortando por la izquierda, siguiendo unos tímidos hitos que confirman la ruta del mapa. La cosa se empina, y no todos hacemos intención de llegar. En un abrigo, a unos 2.600 m, se queda Jose, que prefiere guardar fuerzas para el regreso. La cima se adivina entre las brumas, pero quedan aún casi 300 metros de desnivel, que nos disponemos a salvar los demás, desprovistos de las mochilas, y con algo más de ropa de abrigo, porque el viento es entre fuerte y muy fuerte.

Acariciando granito
            Media hora sorteando bolos de granito median hasta alcanzar una corta cresta que nos da vista a unos espectaculares circos con verticales laderas nevadas, y a lo que se adivina el gigante local, el Balaitús. Este buen día de mal tiempo nos da para estar veinte minutos en la cumbre de este pico, tratando de identificar los demás entre las nieblas, y que saca pecho desde este alejado rincón del circo de Piedrafita, ya que con sus 2.890 metros de altitud baila sus aguas a dos vertientes, la mediterránea y la atlántica, y eso es muy importante, y él lo sabe. Muga administrativa e hidrográfica.


Bajando a escoba
              Para el descenso aprovechamos que se ha reblandecido algo, no mucho, la nieve de los neveros para quitarnos los bolos de encima. Hay quien lo hace con espectacular maestría, el amigo Josemari nos da una clase magistral de descenso en escoba. Otros nos vemos obligados a hacer autodetención, porque la escoba está embrujada y adquiere vida propia. Nos reunimos con Jose, y sin más dilación continuamos la bajada hasta esa cubeta de Campoplano, que nos hace afilar nuestra pericia para cruzar los arroyos que serpentean por ella hasta alcanzar el ibón. Ibón no represado, aunque con presa. Inútil presa.



            Siete horas y media comiendo cuatro pingos hacen necesaria una parada para algo más serio.  La hacemos en un herbazal, en un recodo del camino, justo encima del refugio, como un elemento más del paisaje de este extraordinario circo de Piedrafita. Y ya sin dejarlo, hasta la Sarra, a donde llegamos justo diez horas después de haber salido, con casi siete y media en movimiento, tras haber recorrido casi 25 km, y salvado en torno a 2.300 metros de desnivel positivo acumulados, y otros tanto de bajada. Y todo ello en una mañana indecisa en lo meteorológico y que hemos estado ahí para echarle una mano, por eso se ha decantado a nuestro favor.




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martes, 1 de julio de 2014

El Pazino, la perleta de Tena

IXOS MONS
El Pazino (1.965 m)
Domingo, 29 de junio de 2014


            No es un monte grande. No es un monte alto. Por mucho que se aúpe no llega ni a los dos mil. Pero lo compensa con ganas de agradar. Sí, es agradecido. A cambio de menos de hora y media de pausado ascenso, te colocas en una cima que pivota entre el valle de Tena y la cubeta a los pies de una de las sierras que lo delimitan, la de la Partacua.

Selva de Sallent
            Con Silvia, dejamos el coche en el cementerio, y unos acelerados cientos de metros por la orilla de la carretera, dirección norte, nos acercan hasta la entrada de la pista, donde tenemos ya una indicación del PR HU-91, para comenzar a dirigirnos ya hacia el monte. Lo hacemos entre viejos campos, hoy convertidos en pastos para el ganado vacuno. Al alcanzar un desvío, hay que seguir por la izquierda, y ya pronto nos metemos en la Selva de Sallent, un hayedo, no muy grande, como el monte, pero con las mismas ganas de agradar que él. Un bosque, éste, que no es que sea de Vivaldi, no, pero que hemos visitado ya en las cuatro estaciones, y no sabríamos en cuál recomendar, de modo que hay que venir en las cuatro, en cada una te susurra cosas diferentes. Sobrepasamos a una pareja de franceses con paso cansino.

            Al salir del bosque, tenemos enfrente la alta torre que se hacía visible desde la carretera, y que es de descompresión que controla el caudal de agua que parte del embalse de Escarra y acaba en la central hidroeléctrica de Sallent de Gállego. Comienza una serie de cómodas lazadas, que nos llevan hasta el collado, a 1.825 metros de altitud, unos 470 de desnivel sobre los iniciales, pero que en ningún momento se han notado. Aquí se nos abre la vista hacia el embalse de Escarra y todos sus alrededores. El viento sigue insistiendo, como si no nos hubiéramos dado cuenta de su presencia.


Embalse de Escarra
            Estamos al pie de la prominencia cimera, que acometemos sin mayor problema por sendero bien definido, aunque no en todo su recorrido. Pronto se superan esos 140 metros de diferencia hasta la cima, donde un montón de escombros del antiguo vértice geodésico nos espera. También el viento. La vista desde aquí es completa. Las sierras de Tendeñera y Partacua se han dejado hacer un tajo por el que se cuela el Gállego llevando sus esencias tensinas hacia las tierras de Biescas y más allá. A nuestros pies, y tan solitarios como el que pisamos, tenemos al herboso Tarmañones, al agreste Cochata, y a la Peña del Cantero, que desde aquí se funde visualmente con el anterior, y que engorgan a un barranco que sale del mismísimo embalse.

Formigal y Sallent
            Apenas se ven los montes de la Partacua. Apenas se ven los montes de Formigal, ni los de Sallent, ni los panticutos. Todos ellos andan con la cabeza sumida en esos nubarrones que nos trae este fugaz frente de norte, pero no se lo tenemos en cuenta, no va a privarnos de nuestro disfrute. Mientras tanto, llegan los franceses. Y llegan para quedarse… con nosotros. Dominique y Jesús, de padre navarro éste último. Les contamos nuestra intención de volver dándole la vuelta al monte, y ahí los tenemos.

Lanuza
            Mucho viento, y frío, nos echa literalmente de la cumbre, con el recuerdo de que en otros momentos, aquí mismo, se nos han comido las moscas. Bajamos, ya los cuatro, hasta el collado, que nos hace de remanso y nos da mejor estar. Seguimos por el PR HU-91, ya con el embalse enfrente, pero ceñidos a la ladera. La observancia de las plantas, flores y demás bicho viviente, enlentece la marcha, lo que aumenta el disfrute. Al cabo de una hora desde el collado, nos encontramos el desvío a Escarrilla, que eludimos, claro. Desde un poco más abajo del collado es sendero común hasta aquí, de los dos bucles, el que llevamos, y el que con salida y llegada en Escarrilla, visita Tarmañones, Cochata y embalse.

            Continuamos por bosque, admirando enormes ejemplares de coníferas que no acertamos a saber cuáles son. Llegamos al collado, para dar vista ya al valle de Tena, a Lanuza, Sallent… y al viento. La bajada por aquí es más larga y tediosa, el firme está perjudicado por el ganado, pero siempre es agradable volver por otro itinerario. Una del mediodía, los franceses han frambres y se quedan a remediarlo. Nosotros, seguimos, seguimos. Hasta dar justo al cementerio, tras 11,3 km, con 800 metros de desnivel positivo acumulado, y otro tanto de descenso, en cinco horas y cuarto de actividad, de las que tres y veinte han sido en movimiento. Un bonito paseo en una cuña de mal tiempo…que no ha sido tan malo.




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lunes, 30 de junio de 2014

Mallo Acherito, un mundo de abismos

AQUERAS MONTAÑAS
Mallo Acherito (2.375 m)
Sábado, 28 de junio de 2014




            A todos nos pasa, que al abrir una caja de bombones no sabemos cuál coger. Esta vez es gris, con jaspeados blancos. Esta vez es verde, con grandes seres y frescos pastos. Esta vez no es la famosa caja roja, no. Esta vez es marca Lin…za. Sabroso chocolate fundente, chocolate de mil matices, con pepitas que lo hacen más auténtico, si cabe. Y ha habido que elegir en esa caja, en esa gran caja llena de bombones, todos con sus nombres y apellidos. Y el elegido ha sido… el Mallo de Acherito.

Alegres mañanas de Linza
            El Valle del Aspe, que forma un tête à tête con el del Aragón, como si de una hernia se tratara, ha creado un espectacular circo, de Lescun le llaman, y lo ha hecho para formar ese ménage à trois con los puertos de Linza y Acherito, en el municipio de Ansó. Allí donde confluye su agitada historia geológica. Allí donde los cielos se calman para contemplar tanta belleza. Allí donde el visitante asiste impávido ante tan magno espectáculo. Allí.

            En una fresca mañana, que para dar la razón a las previsiones, anuncia cambio de tiempo, salimos del Plano de la Casa, nombre poco conocido, donde se asienta el refugio de Linza, con Josemari y Ángel, para dar buena cuenta de este extraordinario recorrido, que participa de hayedos con sabor atlántico, de finos pastos, y del siempre tirano mundo mineral. Un recorrido que iniciamos subiendo al Salto del Caballo, ese tajo que el terreno hace para facilitar el paso al bosque de Gamueta, para volver por el viejo camino del Puerto de Ansó.


En busca del Salto del Caballo
            Dejamos el desvío a la derecha y continuamos en dirección este, mimetizados en el bosque, donde las estilizadas hayas compiten por la luz. Atrás quedan, cuando avanzamos ya por entre la tasca de los puertos en busca del paso del Oso, que eludimos ligeramente por la derecha a través de una pendiente herbosa, que nos lleva hacia la Plana Diego, para comenzar ya a ver los últimos jirones de invierno que se resisten a marchar, y que intermitentemente nos llevan hasta un pequeño circo, cuyo barranco será depositario de nuestros pasos de regreso.

Objetivo a la vista
            Con el objetivo a la vista, nos situamos ya en su base. En menos de una hora llegamos a la cima de esta espectacular atalaya, donde cien ojos que tuviéramos serían pocos para hacer frente a todo lo que tenemos a nuestro alrededor. Este monte, se asoma a pico al barranco de Acherito, y en él confluyen además, el que hemos traído de subida, y el que llevaremos de bajada. Y no son las fuertes ráfagas de frío viento las que nos apabilan, no, es la grandeza de lo que tenemos a nuestros pies. Mundo Lescun, con sus afiladas Agujas de Ansabère, Petrechema, Mesa, con su Tabla. Mundo Acherito, con Oza y Guarrinza. Mundo Gamueta, con sus Gabachos, Gorretas y Anzotiellos. Mundo Bisaurín, Agüerri y Acher. Mundo Txipeta, Petreficha y Quimboa. Mundo Alanos. Mundo Forca y Lenito. Todo un mundo pétreo que se alza inhiesto hacia las alturas de las que participa.

Infinitos cordales
            A pesar de todo lo que nos ofrece, hoy no está muy hospitalaria. Un repentino cambio de tiempo se acelera, y lo que eran pasajeras nubes que incluso se agradecían dejan paso al frente que se precipita sobre estas tierras. Un frente de norte que nos trae inestabilidad y frío para mañana, pero que ya va entrando hoy por aquí. Así es que, sin mucho más entretenimiento, hay que comenzar a bajar. Y lo hacemos acercándonos al collado del Huerto para admirar, tendidos en el suelo obligado por el fuerte viento, el abismo a tajo que se abre a nuestros pies.



Pino negro
            Bajamos la prominencia cimera y, tras pasar varios neveros, nos metemos por el cono de deyección de un circo que se abre al norte, en busca del barranco de Petrechema, en busca del sendero que baja del Puerto de Ansó por las Foyas del Ingeniero, en busca, en definitiva de la Senda de Camille, que por aquí transita, uniendo Lescún con Linza. Vamos dejando atrás la atormentada caliza de cuyo seno brota el milagro de la vida en forma de salteados ejemplares de pino negro, y nos vamos incorporando ya a ese fondo de valle de cómodo discurrir, donde la piedra da paso a la hierba, y el aire al bosque.

            Y poco más, en cuatro patadas llegamos ya al punto de origen. Algo más de 13 km, con 1.240 metros de desnivel positivo acumulado, y lo mismo de descenso, en poco más de cinco horas y media de actividad, de las que menos de cuatro han sido en movimiento. Buena mañana. Buena compañía. Buenos montes.





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Foto de cabecera: Pirineos3000

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jueves, 26 de junio de 2014

Arnedillo II, de cruces y ermitas

IXOS MONS
Arnedillo II, de cruces y ermitas
Junio de 2014



            Entre cruces y ermitas se halla esta humilde tierra. Una tierra cansada, seca, dejada, que mira para sí, y sus gentes para otro lado. Una tierra olvidada. Sólo de sus aguas se acuerdan. Sólo de sus aguas, y aun así no es poco. Cuatro cruces la protegen, pero no han sido suficientes para haber evitado lo baldío de tanto trabajo, lo baldío de unos bancales arrancados a las pendientes laderas, lo baldío de unos corrales en ruinas. Gargantas silenciadas, gargantas resecas de tanto clamar. Cruces que ya no amparan. Ermitas de postal.

Peña del Castillo, desde la de al lado
            Eso es lo que nos ha inspirado esta segunda visita a este lugar, que no deja de sorprendernos. Lugar verdaderamente privilegiado. Mundo natural, elegido por el mundo natural para obsequiarnos con sus ricas aguas termales, elaboradas en su más íntimo seno uterino durante milenios, y que se nos ofrecen para placebo o verdadero remedio de dolencias, no importa. Es algo que sólo lo sabe el receptor… o quizás no. Pero sí su organismo, que es tan sabio como las aguas, y la tierra que las aprisiona.

Cementerio y torre del castillo
                 Nos hemos vuelto a encontrar un monte desnudo, tan sólo adornado con un escaso tocado, pero esta vez de primavera. Tomillos, romeros, espliegos, jaras, aliagas… más aliagas. Un verdadero milagro entre yesos y areniscas, surge en esta época para verdadero gozo, y a veces, muchas, sólo para “gozo”, del caminante que patea ixos mons sólo por el placer de hacerlo, que patea ixos mons que se saben guardianes de un gran tesoro en sus entrañas.

          Unos montes que las viejas y rancias creencias se empeñaron en sacralizar a base de cruces y ermitas. Unos montes que fueron objeto de símbolos y de pequeños edificios eremíticos con el vano afán de poner pequeños templos en el Gran Templo, con el vano afán de mejorar lo inmejorable. Unos montes, que están ahí mirándote, sin perderte de vista, y que es difícil abstraerse de ello, por lo que hay que ponerle remedio, hay que atender esa llamada.

Prominencia de la Peña del Castillo
            Arnedillo está asentado en el fondo de una olla. Una olla de cuatro asas. Y en cada una de ellas, una cruz. Zopín, Peñas Altas, Peña del Castillo, y la Cruz de la Encineta sobresaliendo por encima de todas ellas. Dos se visitaron el año pasado. Completar el recorrido hemos querido este año, pero no se ha conseguido, porque la del Castillo se ha resistido. Sí, su altivez y la protección que le infiere la peana de rocas a la que está subida, nos lo han impedido, pero lo hemos intentado, llegando hasta la misma base del roquedo y enriscándonos hasta límites que nunca hay que sobrepasar, después de haber sobrepasado, eso sí, varias zonas de zarzas, que te quieren, que te abrazan… hasta rabiar. Nos tenemos que contentar con eso, con el intento, después de haber subido la peña de al lado, por la cara que mira a Peñalba, también enriscándonos, y habernos sorprendido con unos últimos compases domesticados con viejas terrazas, y una pequeña campa arrancada a su propia cumbre. La bajada, por el collado entre ambos, por las terrazas entre ambos, por las zarzas entre ambos. El remanso de paz lo proporciona la ermita de San Miguel y su explanada. Un par de horas, a partes iguales entre frustración y disfrute, pero nos quedamos con esto último.

El Zopín desencajona al Cidacos
            El Zopín es otra cosa. El Zopín ya se deja abrazar sin abrazar. Aparcamiento de caravanas, cruce del barranco, y monte arriba, hasta pasar por debajo de unos viejos corrales y llegar al collado que lo une a la sierra, que también alberga unas eras de la misma época. Cruz del Zopín, que te inclinas hacia el valle, como queriendo ampararlo, sin apenas recompensa. Vuelta al collado, y dirección oeste, con la mirada al frente, a los molinos, que han venido a cambiar de registro la riqueza de estas tierras.

Peñas Altas... ahí vamos
            Dejamos atrás, a nuestra izquierda la sierra, a la que volvemos desviándonos del sendero principal, y tomando otros adivinados al terreno. Y volvemos como de hurtadillas, como a escondidas, para tomarla por sorpresa mientras sus peñas están entretenidas mirando al valle. Subimos a un collado en busca de la cruz de Peñas Altas, sin saber muy bien dónde la tenemos, si a izquierda o a derecha. Intuimos que a derecha. Seguimos. Subimos a lo alto de la peña, acompañados de mamá jabalí y sus cinco o seis rayones. No está la cruz, pero la vemos. Alejada, en otras peñas. No se nos puede resistir. Bajamos la roca por donde la hemos subido. Debajo, terreno aterrazado, tiene que haber caminos; terreno con viejos corrales, tiene que haber caminos. Y sí, los hay, debajo de las aliagas, los hay.

Cruz de Peñas Altas
            Bajamos hacia una zona de carrascas que, sorprendentemente, y a diferencia del entorno, está bien cuidada. Finalmente acometemos otra zona de rocas, y en la siguiente tenemos ya la cruz, una cruz que nos descubre el robado vuelo de un enorme buitre que sale del comedero. Una cruz, la de estas Peñas Altas, que también está inclinada al vacío, hacia las gentes, hacia los propios y extraños. ¿La bajada? Eso nos gustaría saber. Posiblemente se puede hacer por la ladera hacia el pueblo, pero no nos fiamos y nos echamos hacia el valle de Antoñanzas, que ahí lo tenemos, rumiando en su tristeza, en su agonía. Tenemos debajo esa asfaltada cicatriz necesaria para otra mayor, para abastecer un embalse que, como todos, traen dudosa riqueza a unos pocos para empobrecer y enrabiar a otros cuantos. Que me pierdo.

            Terrazas y más terrazas. Zarzas y más zarzas. Ansias y más ansias, median hasta llegar a unos corrales, estos ya en uso, para trotar los últimos cientos de metros de carretera y volver a casa. Una encrucijada tarde de monte, en la que en algo más de dos horas hemos unido dos cruces y pateado todo el arco noroeste de este lugar. Gozando.

Arnedillo y la Cruz de la Encineta
             Otra tarde la empleamos en subir a las antenas, ubicadas en la Encineta, y lo hacemos también a saco, por viejos barrancos, con viejos bancales y con viejas y nuevas aliagas, trotando hasta que el jadeo lo permite. Cuando conseguimos tener algo de perspectiva damos con un estrecho sendero, pero que nos parece una autopista, y que intuimos viene del mirador del Sagrado Corazón de Jesús. A la bajada lo comprobaremos. Subiendo, ya sin dejarlo, nos lleva hasta el mismo límite con el bosque de pinos, y el camino se torna casi vertical, o al menos, eso nos parece. Subimos a pico hasta un lugar muy próximo ya en la pista que lleva a las antenas. Enfrente, una pequeña prominencia rocosa que alberga un vértice geodésico y un buzón de cima. Sí, estamos en la Cruz de la Encineta, que con sus casi 1.100 metros de altitud se postula lo más alto de lo lugar. Visita a la cruz, más tiesa, más pintada, más cuidada. Se ve que no hay que traer el bote de pintura al hombro. La bajada la hacemos por el mismo camino, que ya sin dejarlo nos lleva a donde sospechábamos, tras hora y media larga entre subir y bajar, con unos 450 metros de desnivel positivo acumulados. Otra buena tarde de pateo.     
                                                              




Ermita de San Miguel
            Y de las ermitas, qué decir? Pues que hemos añadido otra cuenta al rosario. Por la Vía Verde nos llegamos trotando hasta el mirador del Cidacos. Unos 4 kilómetros. A ahí rinde un barranco que nos engulle sin dejar de trotar, hasta que en 10 minutos llegamos a la ermita rupestre de San Tirso, encajada en la roca, con cuevas a sus pies, como viejos cobijos de viejos eremitorios. Agradable explanada con bancos corridos que seguro albergan a decenas de romeros y acompañantes el día de la fiesta. Porque habrá un día de la fiesta, suponemos. En un intento de no volver por el mismo sitio seguimos barranco arriba, explorando caminos, adivinando caminos, errando caminos, imposibles caminos por donde se pierden los jabalíes, por donde las aliagas albergan los desgarros de lanudas
Ermita de Peñalba
ovejas que en estos montes tienen su hogar… pero que, evidentemente, no es el nuestro, y cuando llegas arriba del monte queriendo enlazar con Peñalba, y te das cuenta de que estás rodeado de barranco por todos los lados, no te queda otra que volver por donde has venido, enzarzarte por donde te has enzarzado, y salir a respirar a la Vía Verde de nuevo, que en dirección a Arnedillo abandonamos para meternos, ya por su natural a terminar la visita al resto de ermitas. Peñalba por arreglar, San Miguel arreglada, San Andrés junto al cementerio y bajo las últimas ruinas del castillo, y de la Virgen de la Torre, ya próxima a terminar la faena. Dos horas y media de misticismo y penitencia, de monte y de vida.




            Y así se han ido pasando los días, entre aguas y barros, entre aire y sol. Entre subidas y bajadas, entre barzas y pacíficos paseos. Entre cruces, ermitas y montes. Pero queda mucho por descubrir todavía. Mucho monte olvidado que gusta de visitar y de ser visitado. Muchos caminos adivinados y otros por adivinar. Mucha tarea pendiente para otra vez. Que la habrá. Sin duda.


lunes, 23 de junio de 2014

Cáncer evolutivo

CÁNCER evolutivo
21.jun.14 10:51
22.jul.14 21:41
(hola solar)



            Cerramos primavera y abrimos verano. Y lo hacemos con el signo de Cáncer. Como venimos haciendo, tras definir con sendas frases sus arquetipos involutivo y evolutivo, pasamos a dar unas pinceladas de lo más destacado atendiendo al nivel de evolución del individuo.



            El Arquetipo Involutivo es: “que el aislamiento sea la regla, y sin embargo que la multitud exista”, por lo que el anhelo de encarnar conduce a la más densa inmersión en la forma, buscando la concreción. Es en estas primeras etapas cuando el individuo busca egoístamente su seguridad. El alma aislada tendrá que pasar por los horrores del aislamiento y la soledad más absoluta, recorriendo el camino que le conducirá a la liberación. El Arquetipo Evolutivo es: “construyo una casa iluminada y moro en ella”, en donde su servicio amoroso hacia sus allegados y la unión con el Alma, le desarrolla la capacidad de amar hasta que acrecienta la compasión y el Amor Universal, y su Corazón es una Gran Casa donde la Humanidad puede penetrar para encontrar calor y consuelo.


            El Tipo Inferior de Cáncer tiene en el complejo materno la trama de la psique, dando la impresión de permanecer en la infancia, de refugiarse en el pasado. Se identifica con su madre, se apega a su familia, a los recuerdos. Por ser un alma joven se siente muy inseguro, teniéndole miedo a los peligros del exterior, buscando afecto en los que le rodean, llegando a ser pegajoso debido a su excesivo apego. No tiene iniciativas, es tímido, reticente al avance. Se retroalimenta de sus fantasías, se convierte en lírico, romántico, hipersensible y susceptible. De excesiva receptividad y emotividad, con estados de ánimo muy variables, tendentes a la melancolía, al mal humor y a la depresión, siendo variable e inconstante. Sedentario, buenazo, tranquilo, casero, sin pasiones aparentes. Vagabundo emocional, siempre buscando estabilidad afectiva y seguridad.

            El Tipo Medio de Cáncer es una persona amable y bondadosa, poseyendo un alto sentido compasivo y maternal, siendo muy solícito y protector con sus allegados. Comprensivo, sabe escuchar y consolar las penas de los demás. Gusta de relacionarse con la gente, para comunicar su afecto, poseyendo un excesivo amor y respeto por su familia, por sus raíces, siendo un buen apoyo, defensa y estímulo para ellos. Es tierno, dulce, sensitivo y afectivo, aunque también necesita que se le preste atención, seguridad afectiva. Muy sensible, aprecia la belleza de las cosas, la bondad de las gentes, la simpatía de la vida. Romántico, se extasía con la naturaleza, las montañas, las estrellas. De alto sentido artístico, le atraen los colores, la poesía, la música. Idílico, busca la belleza de la vida, al tiempo que se desapega de lo inmediato, de lo excesivamente material, del odio, de la violencia. Gran afición por las fotos y el coleccionismo, donde revive sus momentos más felices.

            El Tipo Superior de Cáncer, tras pasar por sus anteriores etapas en las que demandaba cobijo y seguridad, ha ido aprendiendo a amar, y a ser maternal y protector. Cuando consigue la unión consigo mismo, su corazón se llena de amor y es cuando construye esa Gran Casa donde toda la Humanidad tiene calor y consuelo, convirtiéndose en un místico iluminado. Su interior, su corazón se convierte en una morada iluminada, cuya luz atraerá a quienes estén a su alrededor, y la atracción magnética de su Alma, cuya naturaleza es Luz y Amor, salvará a muchos. Es servidor incansable que anhela ayudar a pobres y desamparados, proclive a hacerse misionero, médico, humanista. Su gran sensibilidad artística y su intuición despierta, le servirán para a través del arte, redimir en lo posible la ignorancia y oscuridad de la Humanidad.

            Bien amig@s. Así son ell@s y así hay que quererl@s. Muchas felicidades a l@s Cáncer y que este tránsito os sea propicio a tod@s vosotr@s.



                 
                El orto del sol al comienzo y final de Cáncer, es (hora solar):
21 de junio         amanece 04:45
22 de julio          anochece 19:39

                Las lunas de este mes de Cáncer, son (hora solar):
·         Nueva, en Cáncer                          Viernes, 27 de junio, a las 08:10
·         Creciente, en Libra                        Sábado, 5 de julio, a las 12:00
·         Llena, en Capricornio                    Sábado, 12 de julio, a las 11:26
·         Menguante, en Aries                     Sábado, 19 de julio, a las 02:09


Entradas relacionadas:


Fuente del texto: Apuntes extractados de Antroponomía y Vitacultura
Imágenes: Extraídas de diversas web




miércoles, 11 de junio de 2014

Vía Ferrata Sorrosal

VÍAS FERRATAS
Sorrosal
Domingo, 8 de junio de 2014



            Seguimos con nuestro calendario de actividades montañeras. Desde la Sección de Montaña del Club Pirineísta Mayencos, hemos convocado para hoy a nuestros socios para hacer la vía ferrata de Sorrosal, una que discurre por el barranco del mismo nombre, junto a su enorme cascada, y entrando a formar parte de sus gorgas más íntimas, para seguir por una sucesión de fajas y terminar en un delicioso bosque, que nos acompañará de nuevo hasta Broto.

Preparados para la faena
            Y dicho y hecho. En un puente románico de una sola orilla, se toma un domesticado sendero, en cuyo comienzo, un mural informativo nos advierte de las medidas de seguridad a tomar para realizar este tipo de prácticas, las ferratas. Finaliza al llegar al anfiteatro que forma el circo y su espectacular cascada, contemplada por atormentados pliegues del terreno, que nos hablan de un tortuoso pasado. Buen sitio para la contemplación, y sobre todo para pertrecharnos con los avíos de seguridad. Casco, arnés y disipador no deben faltar para estos menesteres.

Al amor de la ferralla
Detrás, el vacío
                        Cruzamos el barranco y llegamos a pie de vía, que de primeras ya se nos pone tiesota. Su verticalidad se asemeja a la del agua que se despeña, pero nosotros en dirección contraria, claro. Conforme vamos ganando altura, y es algo que se hace con rapidez, vamos tomando perspectiva sobre ese fondo de barranco donde se detienen las aguas, para discurrir ya más calmadas a su morir en el Ara. Agua que se hace agua.

Disfrutando
            Tramos verticales y horizontales se van sucediendo con la única compañía, que no es poca, que la pared y el espacio. Y escalas, varias escalas hasta alcanzar la madre de todas ellas, la bíblica de Jacob, que nos sube hasta el comienzo de un pequeño túnel, por el que vamos penetrando como un orgasmo sobre el terreno, hasta ser expulsados a un sorprendente escenario uterino, que nos recibe rompiendo aguas, y en el que nos sentimos gratamente atrapados. Más agua, más paredes, menos cielo. Unos cuantos pasos por la margen derecha, y una pasarela de sirgas para pasar a la izquierda, donde se nos presenta una travesía medio horizontal para subir a otro de los escenarios de la mañana. Hora y cuarto hasta aquí.



                                                               
Arañando la pared
            La gorga se abre y se convierte en un espacio que alberga unas badinas en las que pasar sin bañarse es no aprovechar las ocasiones que nos brinda la naturaleza para estar más cerca de ella. Hemos estado en contacto con la tierra, nos ha dado el aire y el sol. Sólo nos quedaba el agua para abrazar los cuatro elementos. Frías pero agradecidas aguas que invitan una y otra vez a ir a su encuentro. Bocao y trago. Y de nuevo a la marcha, que comienza asiéndonos a una maroma, que nos lleva de nuevo hasta la pared, donde nos volvemos a enganchar para, tras un pequeño paso horizontal, volver de nuevo a la verticalidad más absoluta. Y así se van alternando esos tramos hasta dejarnos querer por una zona de carrascas, que nos mitiga el calor reinante. Al salir de ellas nos abonamos a una sucesión de fajas que hay que ir ganando por pequeñas canales robadas a la descompuesta roca.


En las fajas
          Alcanzamos el término de la ferrata tras cincuenta minutos más de chatarra y disfrute. Y en otros veinte más, el bosque que nos ha acogido nos deposita dulcemente de nuevo en Broto, en un punto muy cercano al de partida, dando por concluida esta actividad de fierros y sirgas, de grapas y cadenas, de escaleras y roca, de agua y abismos, en cuyos comienzos hemos sido pequeños, pero que nos hemos ido haciendo grandes con nuestro avanzar.



            

           
Río Ara, a su paso por Bujaruelo
Como colofón, subida a Bujaruelo, cuna de mi cuna, donde los vientos y los bojes son los protagonistas, y donde una y mil veces más volveremos a escudriñar nuestra memoria para buscar entre sus runas esos recuerdos anclados en el tiempo, en un tiempo gris, en un tiempo en el que escribíamos la historia en blanco y negro, en un tiempo en el que como en todos, pero más en aquél, los sueños en color teñían esperanzas y banderas. Aquí, ni son gigantes ni son molinos, que lo que desafía el espacio, la estética y la razón son unas enormes torres de tendido eléctrico que, por más que se empeñan no consiguen fundirse con el paisaje, la Ley de Afinidad se lo impide.

Laña Larga
            Excepto eso, todo lo demás florece en este rincón del Pirineo que un día no muy lejano tuvo otro trasiego de gentes. Peregrinos, pastores, contrabandistas, bandoleros, eran los transeúntes de este lugar, que testigos del tiempo tenían en estas montañas, cercanas a la línea fronteriza, su casa y su cárcel. Mesón, ermita y puesto de carabineros eran los edificios que operaban para todos esos oficios. Hoy en día, la pradera se viste de camping, el mesón de refugio, la ermita  ha mudado en ruinas, y el puesto de carabineros en nido de porquería. Sólo el puente románico ha sobrevivido a todo ello. El puente y el río.

Ruinas de la ermita de San Nicolás
            Y de él salimos por la pista, para recorrer la ruta ornitológica que, retornando en el puente de Oncíns, se encamina por las campas de Laña Larga de nuevo hacia ese puente que tantos ojos tiene clavados en él, de uno solo. Ojos ávidos, ojos extrañados, ojos agradecidos, ojos asombrados de tanta belleza. Esta pequeña ruta, con sus 3,4 km de circular y apenas 50 metros de desnivel es muy recomendable para el público en general.


            No ha podido tener mejor final esta jornada, que ha comenzado subiendo por una pared, y ha terminado abrazados a un río, al Ara, que significa altar, y que no es otra cosa más que eso, el altar de este santuario eterno de montañas eternas. 





Las fotos, con la colaboración de Josemari y Javier, en: