domingo, 14 de enero de 2018

Eremitorio de San Cristóbal, de santidad por los montes de Bolea

IXOS MONS
Eremitorio de San Cristóbal
Jueves, 11 de enero de 2018



            Las sierras exteriores pirenaicas esconden en su regazo retazos de la vieja historia. Una historia que casi pasa desapercibida de no ir en su búsqueda. Una historia construida a base de sangre, sudor y lágrimas, de huidas, de conquistas y reconquistas, en olor de santidad en muchas ocasiones. Una historia que se va diluyendo en los pliegues de estas sierras que siguen estando ahí, y a las que nos acerca Jesús Casbas, buen conocedor de ellas, buen conocedor de Bolea y sus alrededores, pues se trata ya de la quinta generación de una saga de sastres que comenzó con su tatarabuelo haciendo esos trajes típicos regionales, y ha derivado en uno de los centros de referencia en cuanto a la creación y comercialización de prendas deportivas.

El sol comienza a bañar Bolea y sus campos

Comenzando la ruta
            Pues con él, Sara, Marisa, su amigo Víctor, y un grupo de más de medio centenar de entusiastas miembros de Os Andarines d’Aragón, que de Zaragoza salimos, nos disponemos a rellenar una nueva jornada de monte por estas calladas sierras que hoy encontramos regaladas con el mágico manto nevado que el frente no ha dudado en dejar. La mañana está fría, y el viento bien espabila, por si alguien le hacía falta tras el trayecto nocturno, que en llegando a Bolea el tímido sol va transformando el paisaje y el ánimo para afrontar la caminata.

El Gratal ojo avizor

Viejas oliveras
            Una caminata que emprendemos al filo de las 9 de la mañana, saliendo por la parte norte del pueblo, por donde habitan los seres más viejos del lugar, esos retorcidos olivos que hibernan ya desprovistos de su preciado fruto. Por viejos caminos también, que dormitan con ellos, nos vamos adentrando ya por el PR-HU 111, que sin dejarlo nos acompaña en nuestra ruta hasta el eremítico lugar, no sin antes cruzarnos con el GR 1, o Sendero Histórico, que comparte algún tramo con el Camino Natural de la Hoya de Huesca.

Desafiantes torreones

De ruta hacia la sierra
            Poco a poco nos alineamos con el barranco de San Cristóbal, le llaman, pero que no es otra cosa que el río Sotón, que en lo alto de esta sierra nace. Y con ese adentrarnos en el barranco, vigilados nos vemos por algunos testigos de la memoria, como son esos torreones de conglomerados, areniscas y arcillas que enhiestos han sobrevivido al levantamiento de los fondos marinos, y que sirven de referencia óptica para ver el rápido devenir de las nubes, que van alternando ratos más templados por el sol, que lo intenta y a veces hasta lo consigue.

Llegando al eremitorio

Paredes con oquedades propicias para el cerramiento
            Seguimos mirando al fondo del barranco por encima del hombro, al menos cuando la profusa vegetación nos lo permite. El estrecho, pero cómodo, sendero nos va llevando hacia el congosto, metiéndonos debajo de una gran pared en la que ya se intuye que nuestro viaje está llegando a su fin. Esa gran pared es un nido de nidos. Las distintas capas de arcilla, más blanda que las areniscas, han sido, y son, pasto de la erosión, formando curiosas cavidades propicias para la nidificación de las aves rupícolas. Curiosas cavidades decimos, de muy distintos tamaños, y tan grandes las hay que algunos han sido tapiados de circunstancias, creando así esos espacios reducidos, abrigos que antaño fueron aprovechados por esos eremitas que, huyendo del mundo, quizá de sí mismos, anduvieron por estos pagos.

Llegando al final del ttayecto

San Cristóbal -wikipedia
            Se trata de un acrobático lugar, colgado unos treinta metros sobre el fondo del barranco, y que pertenece al término de Aniés, aunque es más visitado desde Bolea, y quizá su titularidad le venga dada por su acercamiento a ese barranco. Cuenta la tradición popular que Cristóbal era un personaje de gran porte que apostado en sus orillas se ganaba la vida ayudando a las personas a pasarlos, hasta que en una ocasión le tocó hacerlo con un niño que, al pesarle más, mucho más, que cualquier adulto, al llegar a la otra orilla, le dijo: “He sentido en mis espaldas tanto peso como si hubiera llevado el mundo entero”, y el pequeño, que era el Niño Jesús, le respondió: “Verdad es lo que acabas de decir; has llevado sobre tus hombros al Mundo y a su Creador, pues yo soy el Cristo que buscas, tu Rey…”. Cristóforo, Cristóbal, es el nombre que le indicó ese Niño que a partir de ese momento tenía que usar, que significa precisamente eso, portador de Cristo, de ahí el patronazgo de los conductores.

Entrada al eremitorio

Aspecto del interior de la capilla
            Leyendas que antaño trenzaban con una realidad tremendamente adversa para hacerla más llevadera en las distintas épocas vividas a lo largo de los comienzos de la cristiandad, bajo el pesado yugo de la vida en unas condiciones deplorables generadas por reyes y nobles con la connivencia de la iglesia, que las alimentaba. Leyendas y curiosidades que hoy explican en gran parte el devenir de la historia que, pegada a estas sierras y barrancos que tantos secretos ocultan, y que las mayores investigaciones arqueológicas no son capaces de arrancarles. Generaciones y generaciones de personas que han encontrado en las montañas sus lugares de protección, sus últimos recursos para seguir viviendo quizá con más aspiraciones espirituales que materiales.

Pintura mural de la Anunciación

Altar
            Reflexiones que vienen a nuestra mente mientras las manos buscan asidero para colaborar en ese corto, pero incómodo ascenso hasta la entrada a este lugar, que se hace a través de unas escaleras un tanto aéreas, y que nos introducen en el interior del eremitorio. Lo primero que nos encontramos al entrar es una antesala con un nacimiento. A continuación, la pequeña estancia de la capilla del conjunto comunal, donde los posibles ermitaños compartían tiempo y espacio. Justo encima de la entrada se adivina un altillo que bien pudiera ser utilizado como coro. Pintura mural de la Anunciación y altar completan este escaso espacio. Al fondo, otra pequeña estancia que bien pudiera tratarse de celdas particulares, así como las repartidas por otros lugares de la pared.

Circo en la cabecera del barranco

Vista de la sierra Caballera
            Un lugar, enigmático sin duda, al que no se puede acceder en tropel. Aprovechamos el primer turno para tras la visita, y aprovechando el tiempo de las siguientes, tomamos un sendero que sube y sube, no en mejores condiciones que el recorrido hasta la ermita, y es el que conduce a otro de estos eremitorios, mucho más notable que éste, como es el de la Virgen de la Peña, también de Aniés. Pero no llegamos ni siquiera al collado. Tras un breve paso entre grandes bojes, se nos abre un pequeño circo origen de este barranco tributario del Sotón. El sendero se intercala con tramos de mojado, y casi helado, suelo de roca que hace extremar la precaución, y que sigue hacia arriba, pero que nuestra curiosidad se ve colmada al asomarnos entre las peñas, incluso al subir a una de ellas, que domina este bellísimo lugar, una de las gorgas con las que la naturaleza, a lo largo de siglos, milenios, eones de tiempo, ha dado salida a los cauces de agua que van erosionando lenta pero inexorablemente los terrenos blandos.

Barranco del Sotón

Plataforma bajo la enorme chimenea
            Nuestro regreso al circuito comunal coincide con el descenso del último turno de visitas a este misterioso y colgado lugar. La agrupación del personal para inmortalizar el momento precede al comienzo del retorno por el mismo itinerario que el de subida, es decir, por ese PR-HU 111, que en menos de una hora nos lleva a la ermita de Santa Quiteria, donde nos esperan dos ilustres de la cofradía que la regenta, compartiendo momento, lugar y conocimientos sobre su historia reciente, incidiendo en que cada 22 de mayo, como desde el siglo XII, celebran la fiesta de la santa, con un guiso peculiar, la pepitoria, que a lo largo de toda la noche previa cocinan, en un enorme fogón, en viejas vasijas cerámicas, del Bandaliés de hace más de doscientos años, que arriman al fuego, y que sin hervir, sólo con el arrime al fuego, lenta, muy lentamente se va haciendo el guiso que reparten entre los más de 100 cofrades y un acompañante por cada uno, en unos platos de la misma época y procedencia.
 
Vasijas centenarias

En la puerta de la colegiata
            Aquí diverge el camino con el de subida, el que tomamos nos lleva más directamente a Bolea, de donde obligada es la visita a esa colegiata, restaurada gracias al empeño de la Asociación de Amigos de la Colegiata de Bolea. La comida en un restaurante de la localidad y la visita a los talleres de nuestro anfitrión, ponen el broche final a esta corta, pero magnífica ruta por estos somontanos de la sierra de Caballera, a la que le hemos metido 12,6 km, en un tiempo total de 4h 50’, del que 3h 15’ han sido en movimiento, para salvar un desnivel acumulado de entorno a los 650 m D+/-, en una jornada en la que el tiempo, a pesar de las previsiones, ha dejado hacer.




2 comentarios:

  1. Hola Chema.

    Si ya de por sí era dura la vida en esos territorios, más si cabe lo sería en los eremitorios como este de San Cristóbal, que a saber si la elección del lugar fue a drede o fruto de la casualidad.

    Una visita le tengo yo pendiente, y ya de paso en circular para visitar la ermita de la virgen de la Cueva, que aunque ya la conozco, resulta un lugar agradable de visitar.

    Un saludo.

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    1. Gracias, Eduardo. Yo, que no creo en las casualidades, soy de los que piensan que eran lugares buscados y rebuscados debido a su dificultad de acceso, combinado, quizás, por sus propiedades telúricas.

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