"Las pasiones humanas son un misterio: quienes se dejan arrastrar por ellas no pueden explicárselas y quienes no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay seres humanos que se juegan la vida por subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicarse realmente por qué…".
Michael Ende – Escritor alemán
Con las tres partes publicadas hasta ahora, de la serie Quince Años del Gasherbrum II: Aproximación a la Montaña, Trekking del Baltoro y Regreso por el Gondogoro, podemos decir que se completa el viaje para los miembros del Grupo de Acompañamiento. En esta cuarta y última entrega ofrecemos las vivencias de los del Grupo de Expedición que, al no haber formado personalmente parte de él, lo descrito son sus propios testimonios reflejados en sus correspondientes diarios.
LA MONTAÑA, por Jesús Andrés
Todas las cumbres que superan la altura de 7000 metros en el planeta se encuentran en Asia, donde se reparten entre varias cordilleras (Hindu Kush, Pamir, Himalaya, Karakorum, etc.) concentrándose las catorce que superan los 8000 m en estas dos últimas.
La cordillera del Karakorum, situada al NW del Himalaya, con sus 450 km de largo por entre 100 y 150 de ancho, se encuentra a caballo de China (vertiente norte) y Pakistán (vertiente sur), con su extremo oriental en territorio disputado por India y Pakistán (Cachemira). Una tercera parte de su superficie está cubierta por los glaciares más extensos de la Tierra fuera de las regiones polares: el de Baltoro, que recorreremos en su integridad es, con sus 58 km el más impresionante, pues la densa concentración de altas montañas del mundo se encuentra precisamente en la cabecera de este glaciar.
En los pocos kilómetros cuadrados del Alto Baltoro y sus afluentres, observaremos cuatro de las catorce montañas que superan los 8000 m (el K2 o Chogori, 8611 m; El Broad Peak o Falchan Kangri, 8047 m; el Gasherbrum I o Hidden Peak, 8068 m; y el Gasherbrum II o K4, 8035 m), amén de muchas otras que se aproximan a dicha mítica altura, como las grupo de los Masherbrum, 7821 m: el Chogolisa, 7688m; Chongtar Kangri, 7830m, Sia Kangri, 7422 m… todas ellas clasificadas como las más bellas entre las bellas montañas del mundo.
El GII, nuestro objetivo, se encuentra a caballo entre Pakistán y China, con sus laderas meridionales en aquel país, y las septentrionales en el gigante chino. Situado a 35º 45’ N y 76º 39’ E, forma parte de una cadena de picos que, en forma de herradura cierra el glaciar sur del Gasherbrum, grupo formado por seis cumbres, entre las que destaca el GI, el GII y el GIV, faltándole a este último 75 metros para alcanzar la cota 8000.
Tras montar los campamentos, a las 11 de la mañana del 7 de julio de 1956, los expedicionarios hollaban por primera vez una cumbre que no se volvería a pisar hasta 1975, que lo hizo un grupo francés. Los primeros españoles no llegarían hasta el 3 de agosto de 1980, día en que la alcanzaron Pere Aimerich y Enric Font, junto con una cordada japonesa. El 9 de julio del año 2000 sería ocupada por el primer aragonés, el malogrado Pepe Garcés.
LA RUTA, por Jesús Andrés
Es paradójico que en este campo se alcancen temperaturas dentro de las tiendas de hasta 50 grados sobre cero al medio día y muy por debajo de cero en las noches. El plató en que se instala, protegido de los vientos por todos los Gasherbrum que lo rodean, se convierte en cuanto sale el sol en un auténtico horno, lo que nos obligaría a realizar los porteos de madrugada para estar de vuelta en el Campo Base antes del mediodía.
La cumbre.
Desde el Campo II es preciso continuar la arista hasta los 7400 m hasta llegar a las inmediaciones de la perfecta pirámide cimera (a veces se instala un Campo IV en este punto, lo que facilita en muchos casos un seguro descenso, aunque se trata de un lugar muy expuesto a fuertes vientos). Desde aquí una larga travesía en diagonal por suaves pendientes de nieve, bajo las rocas que conforman la pirámide de la cumbre, nos lleva a alcanzar la arista este a una altura de 7750 m desde donde, por una fuerte pendiente, aunque sin dificultades especiales salvo una banda rocosa en los últimos 50 metros, alcanzaremos la estrecha cumbre del Gasherbrum II.
DIARIO – BLOG DE LA EXPEDICIÓN, por Alberto Ayora
El 1 de junio, Enrique Villarroya, a la sazón alcalde de Jaca, hace entrega a una delegación del Grupo de Expedición de la Bandera del Festival Olímpico de la Juventud, que se celebraría en la ciudad al año siguiente, y el día 20, en vísperas de la partida, recogen de manos del propio alcalde, el banderín de la capital jacetana.
Una vez más, y sin saber cuántas van, me despierto sobresaltado. No sé si ha sido un volantazo, un bocinazo o la exclamación de angustia de alguno de mis compañeros. Y es que de nuevo nos encontramos en una de las carreteras más famosas e impresionantes del mundo: la denominada en inglés Karakorum Highway. Sinfonía de colores, de cláxones, de controles policiales, de gentes por todas partes, o mejor dicho, de hombres, puesto que es escasa la presencia de mujeres en estas zonas… hay que intentar hacerse con las costumbres locales lo antes posibles, que en un país musulmán implica, entre ocas cosas, no beber en las comidas más que cerveza sin alcohol o Coca-cola, aunque la calurosa recepción en la embajada ha hecho la cosa más llevadera, entre tortilla de patata, vino tinto y cerveza normal, se han cogido las fuerzas necesarias…
Me introduzco en el saco de dormir, destrozado, cansado de un largo viaje en todoterreno por pistas imposibles, de vértigo, de parajes inolvidables. Ninguno llevamos carretes de fotos suficientes para intentar enseñar lo que hemos tenido la suerte de contemplar y, sobre todo, los sentimientos que atraviesan la piel. Y es que el trayecto de Skardu a Askole nos sorprende por su grandeza y belleza, pero si algo nos ha calado más hondo y nos ha empequeñecido aún más, han sido las escenas vividas al entregar en esta población a los niños del lugar, con la ayuda del maestro de la escuela, las más de 100 prendas entre jerseys y anoraks que hemos traído donados por el Candanchú Esquí Club.
Cuando la camilla de circunstancias que hemos tenido que preparar para transportar a un porteador herido desaparece en la lejanía, sentimientos encontrados embargan a nuestro grupo. Una vez más, la cruda realidad que acabamos de afrontar ha superado nuestros corazones occidentales. Nos avisan de que ha tenido un accidente en el Broad Peak un porteador de altura pakistaní, de una expedición polaca al que, al llegar al Campo I, una piedra le ha golpeado en una pierna, y que lo están evacuando a caballo; tranquilamente esperamos su llegada con total inocencia. Fractura de tibia y peroné, el supuesto caballo son las espaldas de su hermano y el riesgo de perder la pierna es altísimo si no se le evacua en condiciones. Mientras nuestro médico atiende al herido solicitamos a Islamabad la evacuación en helicóptero. La respuesta nos deja incrédulos y perplejos: su expedición y el resto de las expediciones del Broad ha decidido que no sea evacuado, desestimando nuestra petición.
Tras otras varias gestiones sin éxito, conscientes del riesgo que implica el que continúe su transporte en pésimas condiciones, acordamos el abonar los porteadores necesarios para proceder a su evacuación en camilla. Rabia, indignación, impotencia, asombro, perplejidad, pero también el corazón agradecido del resto de sus compañeros. Cuando por la mañana todos los porteadores vitorean agradecidos a nuestro médico y nuestra expedición, más de uno tenemos que ocultar esas lágrimas que, al caer al glaciar, rápidamente se convierten en hielo.
Tal vez sea que los acontecimientos sucedidos con el porteador de altura nos han dejado más sensibles, o a lo mejor será que lo que nos quedaba por vivir simplemente ha hecho que esto sea así. O ¿qué sucede cuando en un día espléndido bajo un cielo limpio, alcanzamos la majestuosidad de Concordia y se nos revela, colosal e inmenso, el K2? Algunos se abrazarán y llorarán de alegría. Y ¿qué sentimientos afloran cuando en la grandiosidad de Concordia y en el interior de la pequeñez de una tienda se guarda un minuto de silencio y se canta una jota en memoria de los aragoneses fallecidos en 1995? ¿Qué emociones estallan cuando se vislumbra, por primera vez tras diez años, el altivo GI, y la presencia de nuestro compañero fallecido se evidencia con mayor fuerza? ¿Qué aflora en los corazones de todos cuando finalmente se cumple ese sueño añorado e imposible de alcanzar, ese lejano Campo Base de los Gasherbrum? Y ¿qué descansa en el interior de uno cuando se cumple ese objetivo de honrar la memoria en forma de placa, del que se nos quedó un 17 de julio de 1996: “Tte. Manuel Álvarez, per aspera ad astra”? ¿Qué se muere en el alma cuando un amigo se va?
Son las tres de la tarde y me encuentro sumergido en un sueño profundo, reparador, producto de una larga jornada que nos ha dejado cansados pero contentos. Gracias al buen tiempo, a pesar de que la aclimatación es bastante justa, hemos establecido el Campo I a 6000 metros de altura. No recuerdo si en ese momento estoy soñando con los inestables puentes de nieve que acabamos de atravesar, con cuerdas fijas entre los caóticos bloques de hielo del glaciar o si me imagino en esa cima que pretendemos conquistar. Como esas luces que podíamos ver abandonando el Campo III y emprendiendo lentamente el ataque a la cima del GII mientras nuestro grupo daba sus primeros pasos hacia ella 3000 metros más abajo. Pero lo que me ha despertado de esos sueños ha sido un sonido bastante familiar, que me hace incorporarme estupefacto del saco de dormir. Vuelven a sonar claramente, secas, con esa cadencia corta y característica que consigue el tirador experimentado. Aturdido reacciono y salgo de la tienda; a escasos 500 metros de nuestro Campo Base se encuentra una de las últimas bases que el ejército pakistaní tiene establecidas en el Baltoro superior, de donde vienen los disparos.
Los últimos metros antes de alcanzar el Campo III se nos hacen muy largos. Por fin, tras sacar el jumar de la cuerda fija, unos pasos vacilantes nos conducen al emplazamiento de ese campo que puede ser la clave del éxito si el tiempo nos acompaña. Sin embargo, nuestra llegada es desalentadora, lo único que nos encontramos son dos alpinistas de una expedición comercial. Nos damos cuenta de que solo hay una tienda en condiciones, el resto son tiendas desgarradas, otras enterradas, cartuchos de gas y comida esparcidos por la nieve, restos de material que el viento ha diseminado por todas partes. A esta altura, el tiempo y nuestros movimientos fluyen despacio, pero pronto, tras un breve descanso, comenzamos a colocar una de las tiendas que llevamos. Arrancamos a la ladera una exigua plataforma y nos esmeramos en fijarla lo más concienzudamente posible con estacas y bolsas de nieve enterradas, mientras por el rabillo del ojo echamos rápidas miradas hacia esa cumbre que adivinamos cercana, pero que las nubes no nos dejan ver. Por el otro, de vez en cuando, vislumbramos entre jirones de niebla ese Campo Base que, dos mil metros más abajo, nos parece ahora muy lejano.
Cuando tras montar el Campo III comenzamos nuestro descenso, una última mirada de esperanza circula entre nosotros. Ahora es tiempo de descansar, de recuperar fuerzas y de cruzar los dedos esperando esa ventana de buen tiempo que nos permita intentar esa cumbre del GII que ya vemos más cercana.
PENOSA VUELTA DEL GLACIAR DEL BALTORO, por José Mª Castán
La retirada hacia Concordia supuso más trabajo para mí del que todos pensábamos. Llegué al campamento anterior a Concordia a las 7 de la tarde, casi ya de noche. Allí me montaron la tienda, cené y me metí derrotado a la tienda en medio de un vendaval. Tras unas tremendas dificultades llega a Concordia y luego a Goro II, también de noche. Allí, un poco mejor, encuentro una tienda con españoles, con los que ceno. Al ir hacia la tienda comienza a llover y mis porteadores se metieron dándome un susto de muerte al entrar. El despertar, a las 6 de la mañana, fue blanco, un palmo de nieve cubría todo.
A las 11:30 nos pusimos en camino hacia Urdukas. Llegamos a las 16, una sopachina del base, un poco de té y seguimos hacia Paiju. Noté una cosa rara entre los porteadores, el día de antes, les dejé un frontal, que no me devolvieron, uno decía que me lo había devuelto, el otro que no. En fin, lo tenía uno de los dos, y como sabía que se nos iba a hacer de noche, dije para mí: “Ya lo sacaréis, ya”. Pero luego, al reanudar la marcha en Urdukas, noté que se llevaban fatal… Con estos tejemanejes y otros, llegaban a Paiju a las 11, reventados los cuatro.
De repente un hombre de unos cuarenta que parecía el que les mandaba y le hacían caso; hablaba inglés, pero con cara de puta, vi cómo les gritaba, y para mí que les quitó parte del dinero; me acerqué violentado y gritando, les pregunté que qué pasaba, que si había algún problema. Todos me respondieron que no, y entendí que estaban dominados y no eran más que ”putillas” de los puertos y sus chulos. Decidí dejarlo porque no iba a solucionar nada… le dije que era un mentiroso y que no era de la empresa contratada. Al ver que yo no cedía, intentó ponerse tieso; yo ya no podía más y nos pusimos a gritar, y los otros dos sin decir nada…
Los chavales me montaron la tienda y el "prenda" desapareció hasta las cinco de la mañana, y a las 5 estaban en la puerta de la tienda para ir a Ztonalt, pueblo debajo de Askole, que había habido un desprendimiento y ya no llegaban los rodantes.
Otra penalidad más que sufría el compañero Josemari en su ya penoso de por sí regreso del Campo Base hasta Skardu, donde le recibía Jam muy amablemente, que lo dirigía hacia el encuentro con el Grupo de Acompañamiento, dejándonos esta última reflexión dedicada al Grupo de Expedición:
"Me acuerdo de vosotros, a cada nube que veo en las montañas. Nos vemos enseguida. ¡Ciao y suerte!"
RELATO DE LA CIMA Y ACCIDENTE, por Alberto Ayora
Los acontecimientos se han precipitado. Jamás pensé, tras muchos años dedicados en cuerpo y alma a la montaña, que lloraría tanto al llegar al Campo Base. No cuesta confesarlo y creo que a todos nos ha pasado lo mismo; hemos vivido momentos amargos y muy duros, en los que hemos caminado en el verdadero filo de la sutil línea que separa la vida a uno y otro lado. No queremos ser trágicos ni morbosos, pero hemos decidido contar la verdad de lo acontecido en estos días finales de julio de 2006.
Con estas palabras, comenzaba el Jefe de Expedición la crónica de la ascensión y sucesos posteriores. Y continuaba…
El buen tiempo y una mentalización extraordinaria nos lanzan a todos de nuevo a la montaña sin apenas período de recuperación y sin tiempo de poder escribir una breve crónica donde reflejar nuestros sentimientos y estado de ánimo. Es la hora de la verdad, la hora en la que es imposible conciliar el sueño, la hora de los interrogantes, de saber cómo nos encontraremos arriba, y si se confirmará la previsión meteorológica, de si todos nos encontraremos bien, de pensar en qué estado se encontrarán las cuerdas que dan acceso al Campo IV, de pensar si hemos sido muy audaces lanzando un ataque a cima desde el Campo III, de recordar mucho, mucho a los seres queridos.
Con este cúmulo de sensaciones que amparan la oscuridad de la noche y la soledad de la noche de todo ochomilista antes del día de ataque a cima, partimos a las once de la noche del día 24 de julio los cuatro primeros miembros del grupo que vamos a intentarlo. Para no alarmar a las familias, ni siquiera hemos avisado de que este era el día señalado… El día 25 de julio, a las 8 hora local, sé que lo hemos conseguido. Contemplo extasiado a mi lado las cumbres del GI, del Broad Peak, del K2. No hay viento, ni una nube en el horizonte, a mis pies todo el Karakorum. Son momentos mágicos, inenarrables, de alegría, de paz interior, son los instantes del objetivo cumplido.
La cima va recibiendo más gente. A las 9:30 ya estamos todos, uno a uno, cada uno a su ritmo iba cumpliendo su sueño. Son las 10 de la mañana y me lanzo hacia abajo con cuidado, la pala de acceso a la arista cimera es delicada, y son muchos los que se han caído en ella, fruto del cansancio y de la hipoxia… A las 11:30 ya estoy en el Campo IV a 7400 m, comenzando a disfrutar de lo conseguido. El sonido del walkie rompe el breve periodo de relajación: “Mi Comandante, Kiko se ha caído y parece que no se puede mover”… La voz de Fernando suena tranquila, pero el mensaje que acaba de lanzar al espacio etéreo recorre como un rayo toda la montaña, del Campo IV al Campo Base. En un instante, todo ha cambiado. A 7850 metros, nuestro compañero ha caído 150 metros rodando por la pendiente helada, hasta que su caída es detenida al suavizarse la pendiente. Dos de los alpinistas polacos con los que compartíamos cima están con Fernando e intentan incorporar al herido, sin embargo, parece que se ha lesionado las cervicales y sufre mareos que le impiden mantenerse en pie. Ante la imposibilidad de moverlo, deciden bajar y prestarnos parte del equipo que tienen en el Campo IV.
Una corriente de solidaridad ascendente sacude la montaña. A 7700 sabemos que la única posibilidad de supervivencia pasa por bajar lo antes posible. Sin embargo, el vivac a esa altura va a ser inevitable. Mientras nuestro Oficial de Enlace y Quique buscan porteadores de altura en el Campo Base y alertan al helicóptero de rescate, me vuelvo a lanzar para arriba con una tienda de campaña, un saco de dormir, dos esterillas y dos cocinas. Me acompaña uno de los polacos, que es médico, pero al que el esfuerzo del ataque a cima le pasa factura y se da la vuelta a 7500 metros.
Cuando llego al lugar del accidente comprobamos que no solo parece que exista la lesión de cervicales, sino también un esguince de tobillo. La mirada que nos lanzamos los tres lo dice todo, las experiencias compartidas en otros ochomiles nos hacen ser plenamente conscientes de la situación y sabemos que el día que ahora muere tenemos que aprovecharlo para recuperarnos lo máximo posible, porque el día que se avecina va a ser del todo o nada. A la mañana siguiente, tras una noche de insomnio y frío, comenzamos los tres el descenso. Tras unos vacilantes pasos iniciales en los que aseguramos a Kiko con cuerdas, vamos ganando unos metros a la vida, en los que él, dando muestras de gran resolución, comienza a moverse por sí mismo. Juan Manuel y Jesús han subido al Campo IV, mientras que Jorge y Julio al III. Todo un equipo se ha movilizado por encima de los 7000 metros exprimiéndose al máximo, rompiendo techos personales y obviando la aclimatación de cada uno, dejando atrás el afán personal de conseguir la cima.
El desgaste al que nos vamos a someter va a ser tremendo. Mientras, el grupo de rescate ha salido del Campo Base, con el colchón de vacío, el collarín, medicinas. En el mejor de los casos, tardarán dos días en llegar al Campo III. A 7500 metros nos encontramos con Juan Manuel, que sube con un botiquín de urgencia. Inyectamos a Kiko un par de medicamentos y continuamos bajando. La llegada al Campo IV supone una primera puerta a la esperanza. Alcanzar el Campo III al resto de compañeros y a nuestro médico, un verdadero alivio, que nos da fuerzas para seguir bajando y pernoctar en el Campo II. Pero será la llegada al Campo Base al día siguiente la que hará explotar toda la tensión vivida. Al salir a la morrena del glaciar, todas las expediciones de españoles se nos van acercando en muestra de solidaridad y manifestando su preocupación. Apenas oigo sus comentarios, envuelto en una nube de irrealidad, pero el Jefe de la Expedición Vasca surge entre todas ellas, y oigo que le dice a Kiko: “Da las gracias a tus compañeros, tienes el mejor equipo posible. Son los mejores”. Recuerdo que en ese momento estallé.
DÍAS CLAROS EN EL KARAKORUM. CRÓNICA DE UNA ASCENSIÓN, por Javier Dumall
Llegamos al Campo I a las 18:30. Una sopa, un té y a dormir, esta vez sí. El 27 por la mañana nos juntamos todos. La meta es el Campo Base, al que llegamos al mediodía. Kiko muestra en su cara de niño malo una expresión mezcla de alegría y agradecimiento que da gozo verlo. Las celebraciones esa noche llegan hasta altas horas, concretamente hasta las 23:30. Alberto, tras cinco años de intentarlo, descorcha la botella de cava de rigor. ¡Se ha conseguido pisar un 8000 y bajar para contarlo!
Hasta aquí mi versión. No puedo saber lo que pasó donde no estaba, pero lo que sí sé es que el grupo ha funcionado como una piña, y me enorgullece decir que todo el mundo ha dado lo mejor de sí mismo, algunos olvidando la oportunidad cercana de hacer cumbre por ayudar a un compañero. Nunca olvidaremos esa gran experiencia vivida en el Gasherbrum II a finales de julio de 2006.
CRÓNICA DEL DESCENSO, VUELTA POR ALI CAMP, por Javier Dumall
SKARDU - ISLAMABAD, por Julio Rojas
EPÍLOGO
Una expedición esta que, al margen del aspecto puramente montañero, formaba parte del Proyecto e Investigación sobre el Deterioro Neurocognitivo en Altitudes Extremas, del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2004-2007, del Ministerio de Educación y Ciencia, publicado en el BOE nº 159 del 2 de julio de 2004, además de la colaboración con la Universidad de Zaragoza, el Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza, el Centro de Medicina del Deporte de Aragón y la Universidad de Barcelona.
En definitiva, una expedición cuyas claves del éxito recaen sobre el entrenamiento y la entrega de sus participantes y sobre una buena planificación deportiva, así como en los ámbitos del material y de la dietética. Importante, también, destacar el patrocinio de entidades oficiales, como la Diputación Provincial de Huesca, la Comarca de La Jacetania, el Ayuntamiento de Jaca, y los más directamente implicados Ministerio de Defensa y Club Pirineísta Mayencos, así como la organización de la expedición por parte de Aragón Aventura y la colaboración de diversas marcas comerciales y establecimientos de Jaca. A todos ellos, nuestro más profundo agradecimiento.
A la vuelta del Grupo de Expedición, el 10 de agosto, se sucedían las celebraciones y homenajes, con recepción en el Ayuntamiento de Jaca, en el Club Pirineísta Mayencos y en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales, incluso se editaba una publicación, con su presentación en el Palacio de Congresos de la ciudad. De igual modo, contribuíamos con la humilde autoedición de otro libro por nuestra parte.