Año XIV. Entrega nº 942
“Nunca conquistas una montaña. Se te permite estar de pie en ella”. Es una frase de John Muir (1838-1914), ese naturalista escocés al que solemos acudir en busca de la inspiración para comenzar el relato de una nueva incursión a las montañas.
Y nos gusta, especialmente, no sólo por el trasfondo de humildad que destila, sino también por las formas, por el valor de las palabras, por alejarse del lenguaje belicista tan envolvente en estos tiempos. Sí. Definitivamente, no consideramos que conquistemos montañas, como mucho a nuestras montañas interiores, o si hablamos de ellas, son las que conquistan al ser humano, por su porte, por su belleza, por su desorbitada grandeza en todos los sentidos, por mostrarse absolutamente indispensable para la vida en el planeta.
Hoy acudimos con esa instancia de solicitud de permiso para auparnos a una sierra altiva y modesta a la vez, que no forma parte de esas Sierras Interiores de los Pirineos, pero que, de forma perpendicular, se acerca a ella con la humildad de postrarse a sus pies, como pidiéndoles permiso, también, para existir. Una sierra, ésta de la Estiba, que los movimientos orogénicos la han hecho alzarse sobre los valles de Aragüés del Puerto y Aísa, a los que vierte sus aguas.
Con el necesario apoyo logístico, nos proponemos alzarnos a la sierra de la Estiba, directamente a su techo, el Mesola, para ir bajando en altitud, pero subiendo en latitud, recorriendo su ancho lomo y visitando otras tres cotas, el Petrito, la Puntal de Napazal y la Punta del Cuello Bozo. Para ello comenzaremos la ruta en la confluencia del barranco de Bozarruego con la carretera que sube de Aísa a la Cleta, para terminar en el refugio de Lizara. Vamos.
En la carretera que recorre el valle de Aísa, encontramos el mural que anuncia la entrada al Parque Natural de los Valles Occidentales, justo al lado de la preciosa cascada de Sibiscal, con su singular puente, y a poco más de 6 km desde la población dejamos el vehículo en un apartadero, frente a la entrada por pista, que recorremos como media hora por suave pendiente, circunstancia que se trunca al llegar al barranco de Sibiscal, donde hace un brusco giro a la derecha, tomando ya más pendiente.
Al final de la cuesta, se tranquiliza unas decenas de metros, que nos sirven de preparación para entrar en el sendero e ir formando ya parte de la magia del pinar. Un breve tránsito en la intimidad del bosque, y salimos a un gran prado con un considerable desnivel, que tenemos que ir superando con paciencia, hasta un refugio forestal situado en la parte alta, desde donde continuamos, de nuevo por pinar, pero siguiendo con la fuerte pendiente, hasta que nos ve superada la prueba y nos regala un sendero más calmado.
Se atraviesan, aunque cabría mejor decir, hoy atravesamos, porque en el estío no abundará tanta agua, tres barrancos; el tercero, vuelve a ser el de Sibiscal, desde el que salimos ya a los pastos del Cubilar Ato de Petrito, con su refugio, donde aprovechamos para echar un breve bocado y asomarnos a la cabecera del valle de Aísa, que nos muestra una de sus dos cabezas, la de Rigüelo. Los vertiginosos trescientos metros en vertical que nos separan, aunque en realidad nos unen, al menos visualmente, son un aperitivo de lo que nos espera.
Cubilar Alto de Petrito
Lo que no nos va a sorprender es el viento, que ya nos viene anunciando su presencia desde que hemos comenzado la ruta. Hay un frente agarrado en la divisoria que lanza… y lo que nos espera, unas fortísimas rachas como pocas veces hemos soportado en las montañas. Durante los siguientes cincuenta minutos vamos subiendo por la ladera en busca de la mejor traza, porque sendero no encontramos, hasta llegar a un punto muy próximo ya al primer objetivo de la jornada, a ese Somola que, con sus 2168 msnm, se alza altivo como el techo de la sierra y de la ruta.
Puntal de Valencia, Agüerris y Bisaurín
Por el lado que subimos muestra su mejor cara, porque la más fiera es la que ofrece al valle de Aragüés del Puerto, como queriendo emular los impresionantes paredones de los macizos que tenemos enfrente. El fortísimo viento, como se preveía, no permite un pleno disfrute, pero no impide el que lo hagamos con el asombro, por más veces que hayamos estado aquí, de todo el panorama que tenemos enfrente, con ese gran frente que asoma su flequillo por entre las cabezas de los macizos que lo retienen, y que da el contrapunto al precioso contraste de la nieve con el azul del cielo, que luce una luminosidad que trasciende.
Entre lo que se ve y lo que se adivina, tenemos a golpe de vista, desde la Peña Forca, con su Lenito, pasando por el Puntal de Valencia, los Agüerris, Bisaurín con su Fetás, Bernera, Liena del Bozo, de la Garganta, Aspe, Pico de la Garganta, Sombrero, Lecherín, Mallos de Lecherines, Rigüelo… hasta los que forman la cuenca de Ip, Moleta, Tronqueras, Pala de Ip, Punta Escarra, Pala de Alcañiz, Cuchillares… y la mismísima Collarada. Todo un mundo de montañas, que nos han permitido “poner el pie” en la inmensa mayoría de ellas, en algún momento de nuestra vida reciente, y que nos han proporcionado grandes satisfacciones, como la que nos ofrecen hoy.
Continuamos, pues, con nuestro tránsito por el cordal, bajando a la siguiente cota, el Petrito. Luego, mediante un collado, subimos a la Punta de Napazal, y mediante otro, a la siguiente, la Punta del Cuello Bozo, donde termina nuestra venteada cabalgada por esta loma, un extraordinario balcón sobre estos imponentes macizos calizos, que se yerguen para nuestra admiración y veneración.
Al contrario del cómodo caminar por la loma, llegamos a la punta norte de la misma, y ya ofrece alguna dificultad para descabalgar, debido a la descomposición de la roca. Buscamos varias viras por la vertiente oriental que nos haga llegar al Cuello del Bozo, que lo conseguimos, pero sin demasiado convencimiento, de modo que al bajar ya dirección Lizara, tratamos de buscar un paso más cómodo por la vertiente occidental, que encontramos, saliendo al paso ya del GR 11 y GR 11.1 que unidos nos acompañan hasta el refugio, no sin antes hacerle una visita al dolmen, que ahí anda sumido en sus sueños en los llanos de Lizara.
Finalmente llegamos al refugio, con la mirada clavada en ese Mesola, que hoy nos ha permitido "poner nuestros pies" en él, habiendo realizado esta extraordinaria ruta de 11,1 km, en un tiempo de 5 horas y 35 minutos, salvando un desnivel acumulado de 965 m D+ y 800 D- (Wikiloc: 885 m D+ / 720 m D-), alcanzando la mayor altitud en los 2168 m del techo de la sierra.
RECURSOS DIGITALES
Las fotos, con sus comentarios, y el track
Nota: La publicación de la ruta, así como del track, constituye únicamente la difusión de la actividad, no asumiendo responsabilidad alguna sobre el uso que de ello conlleve.