Año XII. Entrega nº 829
Hace un par de semanas, con el amigo Carlos departíamos un largo rato con Manolo en el hospital, recordando viejos tiempos. Tiempos de atrás a los que hay que volver cuando sabes que no te quedan muchos por delante. Tiempos de amistad, tiempos de deporte, tiempos de entrega, a su familia, a sus amigos, a su club. Con Carlos habían coincidido en numerosas pruebas deportivas, duatlones, triatlones, con muchos amigos en común, con muchas e intensas experiencias vividas, que han quedado en los anales de la memoria, una memoria que encontramos intacta, y que acariciaba con suavidad, extrayendo de ella bonitos recuerdos, incluso llevando la iniciativa en la conversación.
En mi caso han sido menos años, aún así, casi treinta los que han pasado desde nuestro primer encuentro, que me iba recordando con extraordinaria lucidez, mientras yo asentía, porque lo sigo teniendo muy vívido, aunque bien es cierto, no recordábamos la fecha, que a resultas de escudriñar en mis archivos, debió ser el 9 de septiembre de 1995, cuando coincidimos en la Cruz de Oroel. Subía con mi familia, Ángela y nuestros dos hijos, David (13 años) y Jesús (7 años) cuando, en la rampa final, ambos comenzaron un esprint para culminar el ascenso. Acababan de llegar Manolo, Pilar y Amaya, su hija menor. Fue Pilar, en su habitual empeño de atraer a la juventud al deporte la que, tras los saludos de rigor, irrumpía con un: “… ay qué chicos más majos y más valientes!… estos pa’ fondo… sabéis que hay en Jaca un club?…”. Mi ufana respuesta fue que ya hacíamos fondo, porque sí, el invierno anterior ya comenzamos los hijos y yo a monear por la base de la estación de Candanchú, cuando subía con los dos y me ponía a fatear con el mayor, dejando al pequeño en el coche durmiendo hasta más templada la mañana, cuando salíamos los tres. Pero le hice caso, y a los dos meses nos asociamos al club, inscribiendo a los chicos a los cursillos de fondo.
En octubre de 2010 formábamos parte del equipo que realizábamos el circuito de la vuelta a los Annapurnas, y junto con Fernando Val formaban el perfecto tándem en el que descansaba la veteranía del grupo. Hacía muy poco tiempo que había salido de una grave lesión, pero no le faltó el tesón para no echarse atrás y cumplir su sueño de visitar las montañas de Nepal, todo un majestuoso escenario, meca de cualquier montañero que se precie. Seguro que estos recuerdos, como otros tantos, habrán estado presentes en su partida a esas otras montañas, en las que no le faltará una bicicleta y una mochila llena buenos recuerdos y de más proyectos por realizar.
Hace escasamente veinticuatro horas que nos dejaba el amigo Manolo Marco, y ya le echamos de menos. Todo un ejemplo para los que hemos coincidido en muchos momentos. Que tu sonrisa y tus ganas de vivir te acompañen siempre. Nunca olvidaremos los momentos vividos. Nunca olvidaremos tus ganas de vivir. Nunca olvidaremos tu lucha contra esa despiadada enfermedad. Nunca te olvidaremos.
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