Se dice que el ser humano posee diversos cuerpos, como diversas capas, que cada una tiene sus dominios, sus facultades y sus tareas a desarrollar. Estamos hablando, entre otros, que hay más, del cuerpo físico, el sentimental y el mental. Por Ley de Correspondencia, el cuerpo físico, el más denso, guarda estrecha relación con el elemento tierra; el sentimental, menos denso, con el elemento agua; y el mental, mucho más sutil, con el aire. También se dice que la paz interior se alcanza cuando se consigue una conciliación entre lo que pensamos, lo que sentimos y nuestra voluntad, que sería la acción.
En nuestras andanzas por las montañas, constatamos que la naturaleza siempre ha disfrutado de ese concilio, ese equilibrio, la tierra, el agua, el aire, a lo que añadimos la luz, el cuarto elemento, que tiene que ver con nuestros cuerpos superiores. El Gran Maestro Hermes Trismegisto en su Tabla Esmeralda, nos dejó dicho: “Lo que es arriba es abajo y lo que es abajo es arriba”, de modo que es una de las muchas cosas a aprender del Gran Libro de la Naturaleza Viviente, la de armonizar en nuestro interior las distintas tendencias, que no hacen más que añadir tensiones e impedir, en definitiva, nuestra felicidad.
Una felicidad que hoy hemos ido tras ella en esta exigente, pero preciosa ruta, para poner en contacto esos resortes del ser con los del mundo natural. Una ruta de la que teníamos conocimiento desde hace décadas, al menos cuatro, y que todas las noticias que de ella nos llegaban tenían un denominador común: su dureza, su implacable desnivel que, salvo en el tramo de la pleta de Cregüeña, no te da ningún respiro, exigiendo el uso de las manos en algún tramo. Igual da el paso por el bosque como por el inmenso campo de bolos, todo es subir, y subir sin piedad. Le ahorramos al lector el que pasara por un párrafo con ocho o diez líneas que insistentemente se rellenaran con esa palabra: subir… bueno la mitad, porque la segunda mitad sería: bajar. Una ruta, en definitiva, muy exigente, pero que tiene su recompensa, y es la de llegar a orillas del ibón natural más extenso, y quizá más profundo, de todos los Pirineos, con 1500 m de longitud y 500 de anchura, en sus máximas dimensiones, lo que le da una superficie de lámina superior a las 45 has, teniendo una profundidad máxima de 97 metros.
Para evitar el tránsito por la pista de plan de Senarta a plan de Baños, dejamos el vehículo junto a la carretera que sube a estos, que crujen de desesperación y abandono. En un cuarto de hora se llega al puente de Cregüeña, donde arranca el sendero, habiendo dejado atrás otro, que trae el GR 11.5. Lo primero que hacemos es sorprendernos del cartel del parque, en el que indica 2h 30 min al ibón, no sé, igual hay algún extraterrestre que lo consiga, pero el común de los mortales… mmmm… pienso que se han dejado una hora. Es lo que nos costaría, algo más de tres y media, y sin parar. Bueno, paso a paso. La entrada en el sendero, junto al barranco, es franca, no engaña, comienza con un cuestarrón de primera, cuestarrón que no cesa hasta alcanzar la pleta, a la hora y cuarto. Un paraje, a unos dos mil metros, ya fuera del bosque, en el que se puede tomar resuello, hasta que comienza otro tramo, salpicado de pino negro, en el que se vuelve a poner tieso el camino.
Vamos en dirección W-E, hasta llegar a la altura del ibonet de Cregüeña, donde el camino hace un brusco giro hacia NW-SE. Y decimos camino cuando deberíamos decir itinerario, porque se trata ya de una extensa zona de bolos graníticos que te obliga a extremar la atención para no perder el equilibrio, pero divertido, al fin y al cabo. Alguna mancha tardía de nieve pasamos en los últimos compases antes de llegar al desagüe del ibón. La tan esperada estampa de la lámina de agua, antes de dejarse caer estrepitosamente, se abre a nuestra vista con gran placer. El escenario es majestuoso, un inmenso circo formado por montañas de más de tres mil metros, cuyo fondo alberga un bellísimo ibón de profundas aguas, a través del que la tierra mira al cielo con ese ojo rasgado, y que hace diez, quince, veinte mil años sería una ingente masa de hielo que seguramente cubriría varios cientos de metros por encima de donde nos encontramos. Nos remitimos a nuestras palabras de introducción, porque aquí encontramos el mayor exponente de la perfecta armonía entre los cuatro elementos. El silencio y la paz del lugar nos inunda alimentando nuestros depósitos de paz y silencio.
No nos contentamos con haber tomado contacto con la superficie del ibón, que seguimos una traza de hitos que nos conduce a ir tomando altura, de modo que después de haberlo tratado de tú, lo hacemos desde la media distancia. Tan bello es el espectáculo que muchas son las montañas que rivalizan por asomarse a sus aguas, la familia de los Alba, la de Maladetas, Malditos, Aragüels, pico Cregüeña, Quillón, Estatás… unidos por crestas imposibles que desafían a todo bicho viviente. Todo un espectáculo que te hace olvidar el largo y tortuoso camino, y que nos espera para la vuelta, pero disfrutemos del momento y tratemos de que sea lo que se nos quede de esta ascensión. Aunque parece detenerse el tiempo, la casi hora y media que estamos bajo los potentes influjos de este lugar se pasa en un pis-pas. Son casi las dos, y no son horas ya de estar a los 2657 msnm en estas altitudes de la alta montaña, y más con las nubes que se forman y que a saber qué traman… bueno, saber sí lo sabemos, la clave está en el cuándo llevan idea de manifestarse, de modo que emprendemos la bajada, esperando no haber roto la magia del lugar.
La única ventaja que tiene el descenso es que requiere un menor esfuerzo, porque la exigencia en cuanto a la atención a cada paso que das es la misma, y como el retorno se realiza exactamente por el mismo itinerario no es necesario detallarlo. La única salvedad es que, en llegando a la altura del ibonet de Cregüeña, bien se merece desviarnos unas decenas de metros para visitarlo. Tratamos de acelerar el paso en los pocos tramos que lo permiten, y lo de las 2 h 30 min del cartel, se hacen efectivas, sí, pero solo en el viaje de vuelta.
Finalmente, han salido 12,9 km, recorridos en algo más de ocho horas y media, salvando un desnivel acumulado total de entorno a los 1405 m D+/-, finalizando así una exigente ruta que siempre hemos mirado de reojo, quitándonos una espinita clavada hace muchos, muchos años.
Bibliografía:
El Valle de Benasque. Santiago Broto. Editorial Everest (1981)
Todos los ibones del Pirineo aragonés. Javier Cabrero. Editorial Pirineo (1999)
Ibones del Pirineo. Fernando Lampre. Prames (2014)