En muchas ocasiones no hacemos más que mirar más allá, porque nos parece más atractivo, porque nos parece mejor lo más lejano, o lo de otros, o porque lo que tenemos ya lo tenemos, y aspiramos a más… no sé, y todo eso nos lleva a menospreciar lo doméstico por cercano, sin quizá reparar en que eso que es más cercano, más propio, pueda estar visto con mejores ojos por los más lejanos. Y así nos pasamos la vida, una vida de anhelos desmedidos que nos impiden disfrutar de lo nuestro, de lo más cercano. Disfrutemos, pues, también de lo nuestro, de eso más cercano. Disfrutemos hoy de un paseo por los pagos de nuestra querida Peña Oroel. Disfrutemos.
Disfrutemos de una jornada de relativo buen tiempo que nos deja hacer, entre medio de una sucesión de borrascas que nos traen agua que hidrata la reseca tierra, que llena las capas freáticas y los patéticos vacíos embalses, también nieve a cotas altas que cubren las cumbres del elemento blanco. Disfrutemos del tiempo de hoy para subir a la Peña Oroel, pero haciendo una ruta menos frecuentada. Saliendo del Parador, subimos por la normal hasta la curva 13, en la que nos desviamos para acceder a la Punta Bacials, la más oriental de la sierra. Es precisamente a partir de esa curva, sobre la cota 1400 metros, donde la nieve sobre el camino comienza a estar presente de forma totalmente continuada. Vamos aprovechando las huellas recientes, que se hunden más de un palmo sobre la superficie. El viento y la nieve sobre las copas han hecho que algunos, de los ya maltrechos abetos, se rindan y se troncen, impidiendo el paso y el desarrollo de su propia vida, una vida de cientos de años a juzgar por su porte, y que se abandona al albur del inflexible ciclo natural.
En hora y tres cuartos, tiempo mucho más dilatado que en época estival, nos enfrentamos al último repecho para salir a las praderas cimeras, calladas, dormidas, bajo un grueso manto nivoso, solo alterado por alguna huella, que aprovechamos para respetar el entorno y hacer lo propio con nuestros pies, que ya van acusando las circunstancias. Si subiendo por el sendero, algún claro del bosque ya nos ha ido dejando ver el panorama hacia el norte, es aquí donde lo tenemos en toda su plenitud. Una cordillera con esa blancura que la nieve le aporta, y que sobresale por encima de un bello manto de nubes bajas que afogan el fondo de los valles. Desde el Ezcaurre, Alanos, Peña Forca, Agüerri, Bisaurín, Bernera, Lienas, Aspe, Lecherines, Collarada, Partacua, Tendeñera… hasta los Gabietos, Taillon, Marborés, Perdido, Añisclo, Tres Marías… y siguiendo por el este, Oturia, Canciás, o los lejanos Turbón y Cotiella… Sin dejarnos el sur, que también existe, aunque hoy no lo parezca, asomando solo lo más alto del Tozal de Guara.
En dos horas desde el arranque nos presentamos en esta Punta Bacials, más humilde, más callada, menos frecuentada, pero no mucho menos alta, tan solo unos 70 metros, pero lo suficiente para que todas las miradas se fijen más en la Cruz, que se asoma sobre los tremendos acantilados norteños.
Si hasta aquí hemos venido sobre huellas existentes, en lo sucesivo, previsiblemente, no va a ser así, al optar por una ruta muy poco frecuentada y que si, sin nieve puede tener su aquel, con nieve tiene todos los ingredientes para no seguirla fielmente. A pesar de llevar algún track, hay que tirar de intuición para poder transitar un terreno por el que, carente efectivamente de huellas, hay que ir adivinando para ir buscando el trazado más lógico, porque a pesar de ser solano todavía hay mucha carga de nieve. Se cruza un barranco y ya se va viendo allá abajo, a lo lejos un codo de la pista, a cuyo final tenemos que llegar, y que avanzando más ya vamos viendo la explanada donde termina. En una cota algo más alta que en la cara norte, vamos dejando atrás el pisar nieve continuamente, siendo ya más intermitente.
Lo que hubiera costado no más de tres cuartos de hora, nos cuesta cinco el llegar finalmente, y no sin cierto alivio, a la pista, convertida en sendero a partir de ahora. Un sendero que se va meciendo por el bosque, y que menos vistas nos ofrece todo lo mejor de sí mismo. En media hora llegamos a la ermita de la Virgen de la Cueva, habiendo pasado por debajo de esa otra formación de conglomerados bajo la cortina de agua que ofrece el arroyo al precipitarse por encima. Llegada a la ermita, como decimos, y no se pierde ocasión para entrar a lo que queda de ella tras el derrumbe de su techo natural, propio de las capillas rupestres. De vuelta al sendero, solo queda subir hacia la antecima, que alberga la ruta normal a la Cruz, y es algo que nos cuesta media hora más. Si lo previsto al llegar aquí era acercarnos a esa cruz, entre que está sumida en una espesa niebla, y lo que nos hemos entretenido, abortamos plan y comenzamos el descenso por la ruta normal, a la que también le tenemos que echar más tiempo por las condiciones del piso.
Finalmente, llegamos al Parador al cabo de cinco horas y media, tras haber recorrido casi 11 km, y haber salvado un desnivel acumulado total en torno a los 870 metros D+/-, en una mañana en la que nos hemos visto favorecidos por un tiempo más que aceptable y en buena compañía.