AQUERAS MONTAÑAS
Infierno Occidental (3.073 m)
Infierno Central (3.081 m)
Miércoles, 24 de agosto de 2016
“Infiernos,
De dónde tu nombre viene.
Lejanos en la memoria y en tu lugar
Hoy nos hemos acercado,
De tus marmoleras admirado,
Y por tu gran arista paseado.
Sabemos de dónde tu nombre viene:
Infiernos”.
En el corazón del reino del
granito, se alza este imponente macizo, que aunque no sube mucho más de la
mítica cifra de tres mil metros, se hace visible desde muchos puntos del
Pirineo, porque ha sabido crearse unas señas de identidad únicas, sus
marmoleras. Los Infiernos, o Quijada de Pondiellos, han sido nuestro objetivo
de hoy, porque hace muchos años que no volvíamos, porque es una montaña que
siempre nos atrae, porque es brava, desafiante… y porque está ahí. Con un grupo de empedernidos, Julio, Rafa, María y Carlos, rayando el
alba en el Balneario de Panticosa, se pone en marcha esta expedición vasco-aragonesa.
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Subiendo al collado |
Éste, como cualquier punto que
tenga como origen este agujero del balneario, es lo que tiene, que no sabe de
calentamiento, de arrancada ya socarrada. Vamos subiendo a buen ritmo por las
largas faldas del macizo del Garmo Negro. Al cabo de media hora dejamos a la
izquierda el desvío a Ordicuso. Doscientos metros de desnivel, no está mal.
Poco a poco nos vamos metiendo en el tirano mundo mineral hasta alcanzar el
collado de Pondiellos, al que llegamos tras dos horas y cuarto más de andanzas
bolo tras bolo.
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Bajando a los ibones |
El collado hace de divisoria
entre las cuencas del balneario y de Pondiellos. Ésta última alberga unos
ibones que buscan su acomodo a los pies de Infiernos, Garmo Negro, y parte de
los Algas. Unos ibones que invitan a la reflexión sobre las distintas medidas del tiempo de los seres. Ahí están desde hace decenas de miles de años, como vestigio de
los hielos que fueron y ya no son. Hoy, es lo que nos queda de esos tremendos
glaciares del cuaternario, tan sólo unas lágrimas, sus lágrimas, ante lo que
menos podemos hacer es conmovernos.
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En busca de las terrazas herbosas |
Tras echar un bocado, bajamos
hasta casi el borde de esos ojos de mirar infinito a la par que nos vamos
acercando a la pared bajo la imponente marmolera oriental. Vamos en busca de
terreno herboso, que nos va a ir subiendo vertiginosamente hacia una loma que
nos da vista sobre la otra marmolera, la occidental, por cuyo extremo superior discurre
la vía normal, por la que vemos ya gente circulando hacia arriba. Seguimos por
esta empinada loma a dos marmoleras vista, hasta llegar a la confluencia de esa
vía normal, desde la que se empieza a poner un poco técnica ya la subida,
teniendo que emplear las manos y la atención en general.
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Cuenca de Pondiellos |
La llegada a la cima Occidental
es otro de esos momentos mágicos que tiene la montaña. El escenario, los
escenarios, son brutalmente bellos, salvajemente bellos, enmudecen al más
pintado. Tenemos ya a nuestros pies la cuenca de los Azules, una cara norte que
alberga todavía tímidos y agónicos glaciares. Pero hay que concentrar la mirada
en el terreno que se pisa, porque para pasar al Infierno Central, máxima altura
del macizo, hay que atravesar una arista, que no siendo muy estrecha, se te
puede rifar el abismo a ver por qué lado te engulle. Llegamos a esa cima
central, y todavía sigue hasta la oriental, pero ya media una gran brecha, que
obliga a perder altura, y no estamos para perder nada, aunque María, Carlos y
Rafa sí que se animan. Mientras tanto, contemplación y más contemplación, los
ojos no saben a dónde ir. (.).
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Progresión por la arista |
Al agruparnos en el Central,
regresamos al Occidental. Echamos bocado y trago y para abajo. El descenso lo
enfilamos por la vía normal, es decir, que desandamos esos 70/80 metros de
desnivel y nos metemos ya decididamente en esa vía, que para ser la normal, es
mucho más arriesgada y expuesta que la que hemos empleado para subir. Para empezar
te lleva por una estrecha cornisa bordeando la parte alta de la marmolera
occidental, soportando la mirada de reojo del Garmo Blanco. Una vez llegado a
su collado, con el mundo Tebarray ya a la vista, la travesía cuasi horizontal se
torna destrepe, teniendo que alcanzar un sendero que se ve abajo, bastante por
debajo de nosotros.
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Terreno muy roto |
Una vez llegados a él, sólo resta
alcanzar el collado de los Infiernos, desde donde se tiene una imagen del pico
e ibón de Tebarray difícil de olvidar, una imagen que cautiva, que atrapa, que
da, pero que también quita. El monte que tira para arriba, y la cuenca que
alberga ese ibón negro hasta rabiar, es un dueto perfecto, como líneas de
energía que circulan en direcciones opuestas. Fue un amor a primera vista hace años, muchos años, y que rendimos respeto y veneración cada vez que volvemos a pasar por
aquí.
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En el Azul Superior |
En este collado nos abrazamos al
GR 11, que viene de Respomuso y que ya no abandonaremos hasta la Casa de Piedra.
Desde aquí, decimos, tres horas hasta destino. Tres horas que dan para bajar lo
que en otra época del año es una pala de nieve característica, de la que queda
un estrecho vestigio que agoniza bajo el calor reinante, seguir el curso del
agua, que nos lleva hasta el Superior de los Azules, bajar al Inferior y entrar
ya en la cuenca de los Bachimaña, el Superior, que deja al aire parte de sus
esqueletos, y el Inferior, a los pies del nuevo refugio. Seguidamente,
descender la cuesta del Fraile y seguir por el interminable camino que deja
nuestros huesos junto a esa Casa de Piedra, pletórica de celebraciones
montañeras, suponemos. Las birras a otro lado, queremos decir.
Con un nuevo sobo del trece,
finaliza esta impresionante circular, subiendo a los Infiernos por un
itinerario poco conocido y mucho más cómodo que el llamado normal. Una circular
a la que le hemos metido 10 horas de tiempo total, del que 6h 30’ han sido en
movimiento, para recorrer 16,5 km, con en torno a 1.850 metros de desnivel
acumulado D+, con unos paisajes excelentes, y una compañía de lujo.