VÍAS FERRATAS
Peña Rueba
Sábado, 16 de enero de 2016
Ocupando gran parte del espacio
compartido, el majestuoso vuelo del buitre era pasto de nuestras miradas. Su técnica,
su elegancia, el susurro de su plácido planeo gravitaba sobre alguno de
nuestros apuros verticales. Ellos, arriba sin esfuerzo. Nosotros, con
lo nuestro encima, subiendo en busca de nuevos horizontes. Todo se funde en el aire.
Todo se funde en la luz.
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De aproximación |
De este modo, como de cualquier
otro, podría comenzar el relato de hoy. Peña Rueba, entre los Mallos de Riglos
y los de Agüero. Tres joyas de la corona de este antiguo Reino de los Mallos.
La más humilde, la menos vistosa, la de menos brillo, pero la más alta. Ahí está,
desafiando el vacío, guardiana custodia, junto con Riglos, de ese paso del río
Gállego, que calmo viene del embalse de La Peña y silencioso va en busca de la
tierra baja. Ahí está, como valientes cotas también, como antesala de la
montaña más alta, más empinada, si de la Hoya vienes. Ahí está, conglomerado de
conglomerados, fondos marinos puestos en pie para gloria de nuestros sentidos,
de nuestras sensaciones, de nuestro disfrute.
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Una mirada a la Hoya de Huesca |
Y como se trata de eso, de disfrutar,
ahí nos hemos encaminado hoy, a esta Peña Rueba, cosida por dos ferratas, la
llamada Varela – Portillo y la de la Mora. Son independientes, pero ambas suben
a la parte más alta de este macizo. La primera está orientada al oeste de la
peña, exige más aproximación y es de mayor dificultad. La segunda, al sur, más
suave, menos vertical, y más cercana. Ambas se complementan. Combinando la
aproximación a la primera, con su ascenso, el espectacular cresteo, el paso por
las cimas, el descenso por la segunda, y la ya corta llegada a los vehículos,
habremos conseguido una extraordinaria mañana de montaña con un escenario
visual sin parangón.
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manué, arrímate a la paré |
Los relojes no digitales dando la
fotogénica hora de las diez y diez. Nosotros, saliendo de Murillo camino del
arranque de la marcha de hoy, al que llegamos por una pista recién compactada,
y aderezada en un empinado tramo por unos hielos nocturnos recién devueltos a
la vida, que aliados con el firme, hacen que empecemos ya calientes, haciendo
comedias con los coches. Bueno, ya está. Ya estamos. El ying y el yang de esta despejada mañana, lo da el frío viento y el cálido sol, o al menos eso
pretende, se le nota. Hoy no hay paridad. Tampoco. La única y joven damisela, a
los talludicos hombres de bien nos piropea con el clásico “si fuerais chicas diría que sois un ramillete”. Pues con esa flor,
y con ella misma, nos metemos en faena por el sendero que, con la pendiente que
le han dado los años, a la pared nos va arrimando, hasta rozarla bajo un
llamativo techo, dirigiéndonos hacia el oeste, dejando la peña a nuestra
derecha.
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Oteando el horizonte |
Cruzamos secos barrancos alejándonos
de nuestro objetivo, pero sólo es momentáneo, porque pronto hacemos un brusco
giro hacia el este para dirigirnos, cruzando unos viejos campos que se miran
para sí, sin entender su desuso, hacia la
base de una pedrera, que si siempre son incómodas de subir, ahora lo es más por
estar cubierta de nieve casi helada. Bien se vale que dos miembros de la
expedición, de tanto perseguir jabalíes algo han aprendido de ellos, y nos
meten por senderos alternativos para ir escamoteando alguna de esas inestables
piedras.
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En plena faena |
Tras hora y cuarto para salvar
los más de trescientos metros de desnivel hasta el comienzo de la vía, termina
nuestro camino de monte al pie de la misma, para comenzar ya muy verticales,
bueno, del todo. Media hora de ascenso vertical, entre grapas, cadenas y algún
cazo entre un conglomerado cubierto de hielo en algún tramo, y que obliga a no
fiarte mucho de donde pones los pies. Bien se vale que este itinerario lo hacemos
a pleno sol, porque el viento es frío y viene con pocas ganas de negociar, lo
que hace estar muy pendiente de lo que se hace, de no exponer mucho las manos
al frío, lo que va en detrimento de las extraordinarias vistas que se pierde
nuestra cámara y que se van agolpando en la retina.
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Últimos tramos |
Algún breve paso horizontal y nos
presentamos en la cresta. También el viento, el que traíamos y el que nos
espera. Una cresta que nos da panorámica al gran norte, envuelto en las
historias que ayer le trajo la gran dama de los sueños blancos. Una cresta,
parcialmente equipada con la sirga, y que donde falta, el fuerte viento te
obliga a presentarle sus respetos pasando agachado. Una cresta, que ya nos ha
ido dando vista a los mallos de Agüero, y que a punto está de ampliárnosla a
los de Riglos. Ahí están, sí, ahí están enhiestos, desafiantes pero sumisos al
propio tiempo. Y aquí nos hallamos nosotros, en un ancho y más cómodo espolón, terminando
de culminar la subida a la cima de este conjunto de mallos, los más altos entre
los más altos.
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Comenzando el descenso de la ferrata de la Mora |
El horizontal curso del río. La
verticalidad de estos enormes paredones. Símbolos antiquísimos. Y los cuatro
elementos, que también lo son. Todo se combina para ofrecerte unas vivencias sólo
llevadas a cabo si formas parte también de todo ese mágico conglomerado. Consciente
o inconscientemente, son sensaciones que seguro quedan reflejadas en el libro
de cima. Momento cumbre, momento de paz. De paz compartida, hasta con el fuerte
viento que a regañadientes accede. Lo dejamos en sus vuelos de altura y
comenzamos el descenso, que se realiza ya por la cara sur, que nos va protegiendo
conforme vamos bajando.
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Un respiro |
Cuando se va poniendo más tiesota
la pared, aparece en nuestras vidas otra sirga. Es el comienzo de la ferrata de
la Mora, que nos baja hasta el puntón del mismo nombre, donde ya al abrigo
echamos un bocado. Dejamos los avíos mochileros y nos aprestamos a engancharnos
a la sirga de este pequeño mallo que no nos vamos sin subirlo. De vuelta ya,
continuamos el descenso por tramos en los que se van intercalando sendero, con
roca pelada y con más empinados, que atravesamos con la seguridad de la sirga,
hasta que finalmente llegamos al sendero que cerrará el círculo y nos aproximará
a los vehículos.
Dos ferratas. Dos cimas. Sin duda
una mañana diez, a la que le hemos dedicado 5,5 km, en algo más de 4 horas de
tiempo total, del que tan sólo menos de 2 han sido en movimiento, todo ello
debido a los lentos caminos verticales. El desnivel, en torno a los 600 metros.
Gracias a los cuatro elementos, como cuatro elementos han sido los que nos han
acompañado hoy.
Las fotos, en: https://picasaweb.google.com/chematapia/FerratasDePenaRueba
La foto de cabecera es de
www.lanochedelloro.com.