IXOS MONS
Arco Norte de Sobrepuerto
Martes,15 de abril de 2014
Se dice que una persona, una
tierra, aunque muertas, siguen vivas si viven en ti. Una vez más rescatamos del
olvido a estas tierras del Arco Norte de Sobrepuerto, porque aunque muertas no
queremos que mueran, aunque vivas queremos que vivan. Volvemos a visitar esta
isla desierta en un océano de erizones, este barco varado en una tierra que
muere en su agonía, estos parajes maltratados por la historia reciente, estos
pueblos con el alma destrozada, con el corazón constreñido, con el cuerpo
arruinado, que hacen que todos los días sean jornadas de puertas abiertas.
Puertas abiertas para todos aquellos que quieran escudriñar sus calles
desdibujadas, sus casas espaldadas, su dignidad pisoteada.
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Cordal del Manchoya, con el
más cercano Manchoa |
Otal es uno de los despoblados de
estos tristes montes de Sobrepuerto, quizá el más norteño, quizá el más alto,
quizá el más importante, y el que vuelve a sentir ese cosquilleo en el
estómago, esa sensación de primavera, esa sensación del querer, del sentir. Su
agónica iglesia, casi milenaria, de San Miguel está en el punto de mira de una
próxima restauración, que va a intentar restablecer su glorioso pasado, su
orgullo, su dignidad, su porte, que el abandono y el olvido, como las
barzas, han ido fagocitando con el paso del tiempo, pero que nunca sus nuevas
piedras podrán aportar lo que han dejado de dar las viejas.
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Pastos de puerto |
Partimos de la boca E del túnel
de Cotefablo en una mañana que a estas alturas del año todavía no nos
merecemos, pero que acogemos con gratitud y con muchas ganas de disfrutar de
ella, por algo se nos brinda. Tomamos el PR-HU 117, una de esas cremalleras que
cose y descose este viejo tejido que se alza entre esas dos grandes venas
como son un Ara y un Gállego, que serán fieles a su tierra hasta la muerte, que
la del primero será en un Cinca que ya de mayor traicionará esa fidelidad, y la
del segundo se mantendrá hasta el mismísimo padre Ebro.
Alcanzamos el puerto, que hace de
divisoria entre las dos cuencas mencionadas, muga entre las comarcas de Alto
Gállego y Sobrarbe, para dar un giro hacia el sur y encaramarnos al cuello del
Pelopín, subiendo a este monte a rendir cuentas, y a demostrarle nuestra
fidelidad al territorio. Una blanca cordillera se abre ante nosotros, con unas
blancas también puntillas que se entretejen con el verde color del pasto, y que
las altas temperaturas de estos días repliegan con celeridad hacia sus
cuarteles de verano.
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Gran hito en la cumbre del Manchoa |
Bajamos al collado de Yosa, donde
nos encontramos con esa nueva señalización que emana del Decreto de Senderos
Turísticos de Aragón. Estamos en el GR 15, en una senda que sabe a ribera del
Ara, y que busca unos nuevos puertos que la refresquen. Pero antes de seguirla no
paramos de mirar con el rabillo del ojo a ese Manchoya, próximo ya a cerrar por
el este, que junto al Erata, también próximo a hacerlo por el oeste, tensan el
que damos en llamar Arco Norte de Sobrepuerto, y que hoy estamos recorriendo
para darle una nueva oportunidad de supervivencia en la memoria.
Pero no, no llegamos hasta el
Manchoya, se nos antoja un tanto lejano para la faena de hoy, el que sí
abordamos es el Manchoa, su hermano pequeño, algo más próximo, y coronado por
un enorme hito de lajas muy bien construido. De nuevo al sendero, que nos lleva
hasta Otal, atravesando el barranco de Artosa, una de las grandes venas por las
que se desangran estos montes que hace unas décadas iniciaron un nuevo ciclo de
su vida que aún no han terminado de asimilar.
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Entramos a Otal |
Otal es uno de esos despoblados,
como otros tantos cientos y cientos repartidos por toda la geografía pirenaica
oscense, con distinto origen, pero con un final muy parecido, que no es otro
que el de montones de piedras, montones de amasijos, montones de accidentadas tumbas
que entierran, que encierran historias, vidas y muertes de gentes que nacieron,
vivieron y murieron entre sus muros. ¿Quién fue el último que nació aquí?
¿Cuándo su bautizo? ¿Y la última boda? ¿Y el último entierro? ¿Y quién te cerró
los ojos antes de marchar entre las brumas del último otoño? Nos llegamos a la
iglesia, a lo que queda de ella, donde están guardadas todas las respuestas.
Una pausada visita por su interior y exterior no es suficiente para arrancarle
sus secretos. Ahí se quedan unos y otros, junto a esas piedras que esperan la
paleta restauradora, junto a esas tumbas amorradas, junto a sus recuerdos de
niñez, de juventud, de madurez, de senectud, y de una muerte que nos resistimos
a certificar.
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Viejas casas, viejos horizontes |
Cada paso que damos, cada piedra
de sus calles tiene algo que decirnos, pero que no somos capaces de entender.
Aun así, insistimos en la visita. Hay unas casas más en pie que otras, con sus
interiores que el tiempo desnuda sin rubor, sus corrales, sus pozos, que
evidencian una actividad que decisiones lejanas han ahogado despiadadamente.
Casa O Royo, la que más se resiste a dejar esos oscuros tiempos, que se aúpa
para vivir en el presente, y que lo hace gracias a la caridad de algún
transitorio morador que se curra su mantenimiento.
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Viejos oficios |
Un bocao y trago median entre
nuestra llegada, nuestra salida y nuestro rumiar entre los entresijos del
tiempo. Continuamos nuestro deambular por estos parajes que se alegran de nuestra
visita, poniendo la vista de nuevo en el cordal que sólo hemos abandonado para
hacer acto de presencia entre estos montones de piedras que no paran de crecer,
en los que se convierten los despoblados de Sobrepuerto.
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Nos asomamos al pasado |
Como saliendo del reseco útero de
estos montes, alcanzamos un nuevo y nevado collado, desde el que volvemos a dar
vista a la cordillera pirenaica, que con algo de envidia anda atenta a nuestras
andanzas por estas sierras menores, pero que tiene que entender que amándolas a
éstas es también una forma de amarla a ella. Casi media hora de cresteo hasta
llegar a otro collado. Llegarnos hasta el Erata no es obligado, pero nos lo
tomamos como si lo fuera. Hay que tensar bien el arco, y es lo que hacemos
visualmente antes de regresar al cuello anterior para retomar el sendero. Unos
collados estos, por donde entran los fríos y desgarradores vientos que han
helado el alma de estos pueblos.
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Subiendo al puerto |
Nos vamos encaminando ya hacia
nuestro destino de hoy, Yésero. A nuestros pies, el barranco que alberga los todavía
vivos Espierre y Barbenuta, que milagrosamente resisten el paso del tiempo. Cruzando
todavía algún nevero que se conserva en los paquizos, y que añora el invierno
que parece que ya se ha despedido hace algunas semanas, vamos bajando por entre
tasca por el lomo que divide estos dos barrancos, siendo el del norte, el de
nuestra derecha bajando, por el que debemos de optar. Y lo hacemos metiéndonos
ya de lleno en un bosque que tanto tráfico lícito e ilícito habrá visto pasar
por sus espesos intestinos, y que tardamos en atravesar como casi otra hora más
de marcha. La última de ocho, de las que cinco en movimiento, con sus 17 km,
ascendiendo 1.250 metros acumulados, y descendiendo 1.460, en una jornada
amarga por haber participado de la amargura, pero luminosa por haber
participado de la luz, hundido en sus piedras, en sus barrancos, pero aupado en
sus crestas y cuellos, habiendo disfrutado por haber puesto una nueva chincheta
en nuestro particular mapa desplegado sobre el territorio, y que nos unirá a él
mientras perdure en la memoria.
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